Por Claudio Nazoa
I
A comienzos del siglo
XX, desde el caserío de Galipán en el cerro Ávila, llegaba a Caracas un hombre
arreando a tres burros cargados con infinita variedad de sueños y de flores.
Guácimo, Chola y
Cachirulo se llamaban las bestias de carga que, como en una extraña puesta en
escena, hacían su entrada, bien temprano, a la nebulosa y fría ciudad de Caracas
de 120.000 habitantes.
Vestido con una ruana
tipo andina. De andar pausado y de mirar confiado, el vendedor de flores de
apellido Pacheco y nombre desconocido, difícilmente pasaba inadvertido junto a
su comitiva en aquella apacible y aburrida Caracas, donde nunca ocurría nada.
Guácimo, Chola y
Cachirulo casi no podían distinguirse en medio de su inmenso cargamento de
ramos de flores. Pacheco, desde lejos, parecía un hombre que halaba tres
inmensas paletas de pintor atiborradas todas, con colores exóticos y fragancias
exuberantes, las cuales esparcía a su paso sin mezquindad.
A Pacheco no le gustaba
venir a Caracas porque le parecía ruidosa, desordenada y sucia. Además, los
zagaletones de la ciudad le mamaban gallo y algunos hasta le azuzaban los perros
callejeros que se alborotaban por sus burros.
—¡Vamos, Guácimo! ¡Ni
voltee…! Y usted, Chola. No haga caso a esos perros sarnosos. Recuerde que
usted es una señorita…
—Jijoooouuuu…
Jijoooouuuu… Jijoooouuuu… –rebuznaba Cachirulo como dándole la razón a Pacheco.
Debido al escándalo, la
gente de Puerta de Caracas se asomaba a las ventanas y algunos, al ver la
comparsa, comentaban:
—¡Con razón hacía tanto
frío anoche! Es que comenzó el mes de noviembre. Fíjate, ¡ya llegó Pacheco!
—¡Claveles de Galipán!
¡Tres por un centavo! ¡Ocho por una locha…! ¡Tengo las gladiolas y los
crisantemos…! –gritaba con orgullo el señor Pacheco.
—¡Se nos fue el año!
–se quejaba una señora quien lavaba ropa mientras fumaba con la candela pa’
dentro, al tiempo que, desde el fondo de la casa, escuchaba el pregón de
Pacheco.
—¡Hortensias, lirios,
tulipanes bien freeescoooos…! –cantaba Pacheco mientras bajaba por la avenida
principal de La Pastora.
Chola, a pesar de ser
una señorita, molesta con los perros no dejaba de rebuznar.
II
Pacheco era originario
de la comunidad de Galipán. Ubicada en la parte del cerro Ávila que da hacia el
mar.
En Galipán, durante la
época colonial, acostumbraban a pararse las caravanas que subían o bajaban
hacia Caracas o al Puerto de La Guaira.
Allí había y todavía
hay, posadas y restaurantes en donde los viajeros podían descansar del agotador
viaje que suponía ir en burro o en mula a Caracas o a La Guaira. Era un viaje
casi tan difícil como ahora, pero más bonito.
En algún momento, sin
fecha, a alguien en el pueblo de Galipán se le ocurrió la idea de sembrar
flores para vender a los viajeros. El clima de la montaña y la humedad eran
perfectos para el cultivo. No es difícil imaginar a los hombres quienes durante
meses habían viajado por mar, deseosos de encontrarse con su mujer.
¿Qué mejor regalo que
un precioso ramo de los aún famosos claveles de Galipán?
Cuando se cuenta la
historia de un personaje como Pacheco es importante conocer su origen para
comprender la extraña actitud de ojeriza que tenía hacia la ciudad de Caracas,
la cual solo recorrió hasta donde hoy se encuentra Carmelitas y el puente de la
avenida Urdaneta que cruza la avenida Fuerzas Armadas. A lo sumo, bajo protesta
y por el hecho de no haber podido vender todas sus flores, Pacheco, de manera
excepcional, llegaba hasta el Mercado Mayor de Caracas que quedaba frente a la
casa de Bolívar, en donde ahora se encuentra la plaza El Venezolano.
Pacheco odiaba el calor
y por ese motivo nunca bajó hasta La Guaira para vender sus flores. Prefería ir
a Caracas, pero solo durante los meses fríos: noviembre, diciembre y parte de
enero.
Según coinciden las
personas mayores, el clima de la ciudad de Caracas cambió radicalmente. Quienes
lo vivieron, cuentan que la ciudad amanecía y anochecía envuelta en una neblina
espesa y fría. Realmente debió haber sido un clima ideal.
Pacheco subía por el
llamado Camino de los Españoles y llegaba a Caracas por Puerta de Caracas, en
la parte alta de La Pastora. Luego, bajaba y se encontraba con la plaza de La
Pastora frente a la imponente iglesia, donde aún retumba un intenso redoblar de
campanas afinadas de tal forma que tocan melodías religiosas.
Allí, nuestro amigo
tomaba un descanso. Tiempo que aprovechaba para vender flores a los vecinos que
entraban o salían de la iglesia.
—¡Pacheco, ya llegaste!
¡Qué bueno! Porque ya el calorón no se aguanta.
—¡Por fin se va a
acabar este año tan pavoso! ¡Y menos mal que estás aquí, porque con estos
calorones que están haciendo, no tendría nada de raro que temblara! –gritaba a
lo lejos el chichero de la plaza mientras le ofrecía a Pacheco una chicha
ligadita con ajonjolí.
—Toma, para que le
lleves a tu mujer –retribuía Pacheco al chichero, regalándole unos tulipanes.
La gente comenzó a
relacionar a Pacheco con el fin de año. Verlo, era oler a hallacas. Era
prepararse para el nacimiento y los regalos del Niño Jesús.
—¡Don Pacheco! ¡Qué bueno
que lo veo! Pa’ finales de mes quiero que me consiga unas flores bien bonitas
para adornar el nacimiento –le decía la hermana Patricia Molina, una monja de
la congregación de Lourdes encargada de elaborar el tradicional nacimiento y de
decorar en Navidad la iglesia.
Tomado el descanso, la
caravana seguía por los lados en donde hoy termina la avenida Baralt y comienza
la Cota Mil. Luego continuaban hacia San José donde Pacheco, junto con otros
galipaneros menos famosos, sin querer fundaron “El Mercado de las Flores de San
José”. Sitio que aún existe al final de la avenida Fuerzas Armadas Norte.
Allí, Pacheco, pasaba
el día vendiendo sus flores hasta el atardecer, y antes de que lo agarrara la
noche, se devolvía feliz con sus amigos los burros, sin el peso de la carga,
hacia su Galipán querido para recoger sus flores otra vez, y luego regresar por
lo menos tres veces por semana a Caracas hasta bien entrado el mes de enero.
Posteriormente,
silencioso y misterioso como había aparecido, Pacheco desaparecía hasta la
llegada del mes de noviembre.
III
Todas las ciudades
tienen sus símbolos, leyendas y relatos. La gente necesita relacionar su ciudad
con su tradición. Al final, no importa si estas historias son ciertas o no…
aunque, les confesaré algo: la historia de Pacheco es verídica. A mi modo de
ver hasta conmovedora. No solo por lo sencilla e ingenua, sino porque la misma
tradición relaciona la llegada del frío con el arribo a Caracas de aquel
galipanero que con amor vendía flores y odiaba el calor.
Hasta donde se sabe,
que es poco, Pacheco dejó de venir a Caracas hacia finales de los años
cuarenta.
Al principio de los
años sesenta, Caracas necesitaba un símbolo que anunciara que se acababa el año
y que llegaba el frío, es decir, algo que sustituyera a Pacheco.
Un ingeniero de La
Electricidad de Caracas, el norteamericano Ottomar Pfersdorff, en el año 1963,
a sabiendas de la orfandad en que nos había dejado Pacheco, se le ocurrió la
idea de diseñar y encender la famosa y enorme Cruz del Ávila, la cual, desde entonces,
ilumina el principio de la Navidad y el comienzo del nuevo año.
La Cruz del Ávila me
parece bellísima. Sin embargo, todos los caraqueños que conocemos la historia
de Pacheco añoramos al misterioso señor que andaba con tres burritos anunciando
que arribó el frío porque llegó la Navidad. Y si llegó la Navidad, también
llegó el fin del año. Y todo fin de año y comienzo del siguiente, nos llena con
la ilusión de que esta vez sí que vamos a ser felices.
Querido Pacheco,
Guácimo, Chola y Cachirulo, ustedes son los propios. Ustedes son la esperanza
que logrará quitarnos este calorón que nos agobia.
Nunca se supo qué pasó
con Pacheco, pero ya el frío de Caracas no tiene el mismo significado. Y ya que
estamos hablando de leyendas, quién quita que el frío que ya no tenemos se lo
llevó Pacheco en venganza a los zagaletones y a los perros callejeros que tanto
se metieron con él.
Me lo imagino en donde
esté, con sus flores y sus burros, diciendo:
—¡Que se frieguen esos
caraqueños con el calor! ¿Quieren frío? Bueno, búsquense al San Nicolás ese con
sus renos.
¡Pacheco! ¡Regresa! Ya
los zagaletones crecieron y te quieren y por los perros no te preocupes, a esos
los amarro yo o te los presto para que junto con tus flores, se los eches a las
mujeres bellas de Caracas.
06-01-21
https://www.elnacional.com/opinion/el-frio-y-misterioso-pacheco/
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