Francisco Fernández-Carvajal 05 de diciembre de 2021
@hablarcondios
— El
bien más grande que podemos hacer a nuestros amigos: acercarlos al sacramento
de la Penitencia.
— Fe y
confianza en el Señor. El paralítico de Cafarnaúm.
— La
Confesión. El poder de perdonar los pecados. Respeto, agradecimiento y
veneración al acercarnos a este sacramento.
I. Despierta, Señor, nuestros corazones y muévelos a preparar los caminos de tu Hijo; que tu amor y tu perdón apresuren la salvación que retardan nuestros pecados1. Esa oración litúrgica, con la que iniciamos nuestra conversación con Dios, nos habla de pregonar la venida de Jesús pidiendo perdón por los pecados.
Confortad
las manos flojas y robusteced las rodillas débiles. Decid a los apocados de
corazón: Alentaos y no temáis (...), el mismo Dios vendrá y os salvará.
Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos. El
lisiado saltará como el ciervo y la lengua de los mudos se soltará, brotarán
aguas en el desierto y torrentes en la soledad. Y lo que era seco se mudará en
estanque y la tierra sedienta en fuentes de agua2.
Con el Señor nos han llegado todos los bienes.
El
Mesías está muy cerca de nosotros, y en estos días del Adviento nos preparamos
para recibirle de una manera nueva cuando llegue la Navidad. Jesús dice
especialmente en estos días: Confortad las manos flojas y robusteced
las rodillas débiles. Decid a los apocados de corazón: Alentaos y no temáis... Y
nos encontramos cada día con más amigos, colegas, parientes, desorientados en
lo más esencial de su existencia. Se sienten incapacitados para ir hasta el
Señor, y andan como paralíticos por los caminos de la vida porque han perdido
la esperanza. Nosotros hemos de guiarlos hasta la humilde cueva de Belén; allí
encontrarán el sentido de sus vidas. Para eso, hemos de conocer el camino;
tener vida interior, trato con Jesús, adelantarnos en mejorar en aquellas cosas
que nuestros amigos deban mejorar, y tener una esperanza inquebrantable en los
medios sobrenaturales.
La
oración, la mortificación y el ejemplo estarán siempre en la base de todo
apostolado cristiano. La petición por los demás es tanto más oída cuanto más
amparada está por la santidad del que pide. El apostolado nace de un gran amor
a Cristo.
En
muchos casos, acercar a nuestros amigos a Cristo es llevarles a que reciban el
sacramento de la Penitencia, uno de los mayores bienes que el Señor ha dejado a
su Iglesia. Pocas ayudas tan grandes, quizá ninguna, podemos prestarles como la
de facilitarles que se acerquen a la Confesión. En alguna ocasión, con
delicadeza, tendremos que ayudarles para que hagan un buen examen de
conciencia; en otras, los acompañaremos a donde se han de confesar; otras veces
bastará una palabra de aliento y de cariño junto a una breve y acomodada
catequesis sobre la naturaleza y los bienes de este sacramento. ¡Qué alegría
cada vez que acercamos a un pariente, a un colega, a un amigo al sacramento de
la misericordia divina! Esta misma alegría es compartida en el Cielo3 por
nuestro Padre Dios y por todos los bienaventurados.
II. En
el Evangelio de la Misa de hoy San Marcos nos dice que llegó Jesús a Cafarnaúm
y enseguida se supo que estaba en casa, y se juntaron tantos que ni
siquiera ante la puerta había ya sitio4.
También
cuatro amigos se dirigieron a la casa llevando a un paralítico; pero no
pudieron llegar hasta Jesús por causa del gentío. Entonces,
valiéndose quizá de una escalera posterior, llegaron hasta el tejado con el
paralítico; levantaron la techumbre por el sitio donde se encontraba el
Señor y, después de hacer un agujero, descolgaron la camilla en la que
yacía el paralítico. Dejaron la camilla en medio, delante de Jesús5.
El
apostolado, y de modo singular el de la Confesión, es algo parecido: poner a
las personas delante de Jesús; a pesar de las dificultades que esto puede
llevar consigo. Dejaron al amigo delante de Jesús. Después el Señor
hizo el resto; Él es quien hace realmente lo importante.
Los
cuatro amigos conocían ya al Maestro, y su esperanza era tan grande que el
milagro tendrá lugar gracias a su confianza en Jesús. Y su fe suple o completa
la del paralítico. El Evangelio nos dice que al ver Jesús la fe de
ellos, de los amigos, realizó el milagro. No se menciona explícitamente la
fe del enfermo, se insiste en la de los amigos. Vencieron obstáculos que
parecían insuperables: debieron convencer al enfermo. Mucha debió de ser su
confianza en Jesús, pues solo el que está convencido, convence. Cuando llegaron
a la casa, estaba tan repleta de gente que, al parecer, ya nada se podía hacer
en aquella ocasión. Pero no se arredran. Superaron esta barrera con su
decisión, con su ingenio, con su interés. Lo importante era el encuentro entre
Jesús y su amigo, y para que se realice ese encuentro ponen todos los medios a
su alcance.
¡Qué
gran lección para el apostolado que como cristianos hemos de hacer! También
nosotros encontraremos, sin duda, resistencias más o menos grandes. Nuestra
misión consiste fundamentalmente en poner a nuestros amigos frente a frente con
Cristo, dejarles junto a Jesús... y desaparecer. ¿Quién puede transformar la
interioridad de una persona sino el Señor, y solo Él? El apostolado está en el
orden de la gracia, de lo sobrenatural.
Quizá
en ocasiones seamos culpables de que otros no se acerquen a Dios, porque se
encuentran como incapacitados para ir hasta el Señor. «Este paralítico –explica
Santo Tomás– simboliza al pecador que yace en el pecado; lo mismo que el
paralítico no puede moverse, tampoco el pecador puede valerse por sí mismo. Los
que llevan al paralítico representan a los que con sus consejos conducen al
pecador hacia Dios»6.
Si
tenemos confianza y trato frecuente con Cristo, podremos superar, con
iniciativas también humanas, los obstáculos que se presentan siempre, de un
modo u otro, en toda labor apostólica.
El
Señor se sintió gratamente impresionado por la audacia, fruto de una gran
esperanza apostólica, de estos cuatro amigos que no se echaron atrás ante las
primeras dificultades ni lo dejaron para otra ocasión más oportuna, pues no
sabían cuándo pasaría Jesús otra vez por allí, tan cerca.
Podemos
preguntarnos hoy en nuestra meditación personal si hacemos así con nuestros
amigos, parientes y conocidos: ¿nos hemos detenido en las primeras
dificultades, cuando habíamos decidido ayudarles para que se acercaran a la
Confesión? Allí les estaba esperando el Señor.
III. El
Señor miró al enfermo con inmensa piedad: Ten confianza, hijo, le
dice. Y, a continuación, unas palabras que asombraron a todos: tus
pecados te son perdonados.
Cuando
David pecó y acudió a postrarse a los pies de Natán, este le dijo: Yahvé
te ha perdonado7.
Era Dios quien le había perdonado, Natán se limitaba a transmitir el mensaje
que devolvió a David la alegría y el sentido a su vida. Pero Jesús perdona en
nombre propio. Esto escandalizó a los escribas presentes: Este
blasfema. ¿Quién puede perdonar los pecados sino solo Dios?
Y es
muy posible que el paralítico experimentara con especial lucidez toda su
indignidad, quizá comprendió en ese momento, como nunca hasta entonces lo había
hecho, la necesidad de estar limpio ante la mirada purísima de Jesús, que le
penetraba hasta el fondo del alma con honda misericordia. Recibió entonces la
gracia de un perdón tan grande: era el premio por haberse dejado ayudar. Y,
enseguida, una alegría como nunca antes había imaginado. Es la alegría de toda
Confesión contrita y sincera. Ya poco le importaba su parálisis. Su alma estaba
limpia y había encontrado a Jesús.
El
Señor lee los pensamientos de todos, y quiso dejar bien sentado, también para
quienes al cabo de los siglos meditaríamos esta escena, que tiene todo el poder
en el cielo y en la tierra, porque es Dios; también el poder de perdonar los
pecados. Y lo demuestra con el milagro de la curación completa de este hombre.
Este
poder de perdonar los pecados fue transmitido por el Señor a su Iglesia en la
persona de los Apóstoles, para que Ella, por medio de los sacerdotes, lo
pudiera ejercer hasta el fin de los tiempos: Recibid el Espíritu Santo,
a quienes les perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los
retengáis, les son retenidos8.
Los
sacerdotes ejercitan el poder del perdón de los pecados no en virtud propia,
sino en nombre de Cristo –in persona Christi–, como instrumentos en
manos del Señor. Solo Dios puede perdonar los pecados, y ha querido hacerlo en
el sacramento de la Penitencia, a través de sus ministros los sacerdotes. Esto
es tema de urgente catequesis entre quienes nos rodean, que les facilitará
acercarse con más amor a este sacramento.
Aprovechemos
nuestra oración de hoy para agradecer al Señor el que haya dejado a su Iglesia,
nuestra Madre, tan inmenso poder: ¡Gracias, Señor, por poner tan a nuestro
alcance y tan fácilmente un don tan grande!
También
nos puede ayudar este rato de oración para examinar junto al Señor cómo van
nuestras confesiones: Si las preparamos con un detenido examen de conciencia,
si fomentamos la contrición en cada una de ellas, si nos confesamos con la
frecuencia que hemos previsto, si somos radicalmente sinceros con el confesor,
si nos esforzamos en llevar a la práctica los consejos recibidos. Hoy puede ser
un buen momento para ver en la presencia de Dios a quiénes de nuestros
parientes, amigos o colegas podemos ayudar a preparar un buen examen de
conciencia, o quiénes están más necesitados de una palabra de aliento que les
anime para disponerse a recibir este sacramento como preparación de la Navidad.
Ellos lo esperan en lo más profundo de su alma, y el Señor también espera que
acudan a esta fuente de su misericordia. No fallemos nosotros. Es el regalo más
grande que podemos hacerles.
Nuestra
Madre Santa María, Refugium peccatorum, tendrá compasión de ellos y
de nosotros.
1 Oración
del Jueves de la 1ª Semana de Adviento. —
2 Primera
lectura, cfr. Is 35, 1-10. —
3 Cfr. Lc 15,
7. —
4 Mc 2,
1-13. —
5 Lc 5,
19. —
6 Santo
Tomás, Comentarios sobre San Mateo, 9, 2. —
7 2
Sam 12, 13. —
8 Jn 20,
22-23.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria/1/
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