Francisco Fernández-Carvajal 08 de diciembre de 2021
@hablarcondios
—
Hemos de luchar contra los propios defectos y pasiones hasta el final de
nuestros días. La vida cristiana no es compatible con el aburguesamiento.
—
Contar con las derrotas. Recomenzar muchas veces.
— El
Señor desea que comencemos de nuevo después de cada fracaso: ese es el
fundamento de nuestra esperanza.
I. En
estos días de Adviento se nos presenta la figura de Juan el Bautista como
modelo para imitar en muchas virtudes, y como figura dispuesta por Dios para
preparar la llegada del Mesías. Con él se cierra el Antiguo Testamento y se
llega al umbral del Nuevo.
El Señor nos anuncia en el Evangelio de la Misa de hoy que desde los días de Juan hasta ahora el Reino de los Cielos padece violencia, y quienes se esfuerzan lo conquistan1. Padece violencia la Iglesia por parte de los poderes del mal, y padece violencia el alma de cada hombre, inclinada al mal como consecuencia del pecado original. Será necesario luchar hasta el final de nuestros días para seguir al Señor en esta vida y contemplarle eternamente en el Cielo. La vida del cristiano no es compatible con el aburguesamiento, la comodidad y la tibieza. «Hay quien no es capaz ni siquiera de cambiarse de sitio por Dios. Quisieran sentir gustos y consuelos de Dios sin hacer más esfuerzos que tragar lo que Él les echa en la boca, y gozar lo que les pone en el corazón sin mortificarse ellos en nada; sin dejar sus gustos y veleidades. Pero esperan en vano. Porque mientras ellos no salgan a buscar a Dios, por mucho que le llamen, no le encontrarán»2.
Ahora
es un momento especialmente propicio para que examinemos cómo luchamos contra
las propias pasiones, los defectos, el pecado, el mal carácter... Esa lucha «es
fortaleza para combatir las propias debilidades y miserias, valentía para no
enmascarar las infidelidades personales, audacia para confesar la fe también
cuando el ambiente es contrario.
»Hoy,
como ayer, del cristiano se espera heroísmo. Heroísmo en grandes contiendas, si
es preciso. Heroísmo –y será lo normal– en las pequeñas pendencias de cada
jornada»3.
Esta
lucha que nos pide el Señor a lo largo de toda nuestra vida, y especialmente en
estos tiempos litúrgicos en que se nos manifiesta de modo más cercano en su
Santísima Humanidad, se concretará muchas veces en fortaleza para cumplir
delicadamente nuestros actos de piedad con el Señor, sin abandonarlos por
cualquier otra cosa que se nos presente, sin dejarnos llevar por el estado de
ánimo de ese día o de ese momento; se concretará en el modo de vivir la
caridad, corrigiendo formas destempladas del carácter (del mal carácter),
esforzándonos por tener detalles de cordialidad, de buen humor, de delicadeza
con los demás; en realizar bien el trabajo, que hemos ofrecido a Dios; en hacer
un apostolado eficaz a nuestro alrededor; en poner los medios oportunos para
que nuestra formación no se estanque... Ordinariamente será una lucha en lo
pequeño. «Oigamos al Señor, que nos dice: quien es fiel en lo poco,
también lo es en lo mucho, y quien es injusto en lo poco, también lo es en lo
mucho (Lc 16,10). Que es como si nos recordara: lucha cada
instante en esos detalles en apariencia menudos, pero grandes a mis ojos; vive
con puntualidad el cumplimiento del deber; sonríe a quien lo necesite, aunque
tú tengas el alma dolorida; dedica, sin regateo, el tiempo necesario a la
oración; acude en ayuda de quien te busca; practica la justicia, ampliándola
con la gracia de la caridad»4.
Nuestro
amor al Señor se expresará en recomenzar muchas veces en este esfuerzo diario
para no dejarnos vencer por la comodidad y la pereza, siempre al acecho. «El
diablo no duerme, ni es aún la carne muerta, por eso no ceses de prepararte
para la batalla. A la diestra y a la siniestra están los enemigos, que nunca
descansan»5. No descansemos tampoco nosotros en una lucha alegre y con
metas concretas. El Señor está de nuestro lado y ha puesto un Ángel Custodio
que nos prestará inestimables ayudas, si acudimos a él.
II. En
nuestro andar hacia el Señor no siempre venceremos. Muchas derrotas serán de
escaso relieve; otras sí tendrán importancia, pero el desagravio y la
contrición nos acercarán más a Dios. Y comenzaremos de nuevo, con la ayuda del
Señor, sin desánimos ni pesimismo, que son fruto de la soberbia, sino con
paciencia y humildad para empezar una vez más aunque no veamos fruto alguno.
En
muchísimas ocasiones oiremos al Espíritu Santo: Vuelve a empezar..., sé
constante, no importa el reciente fracaso, no importan todas las experiencias
negativas anteriores juntas..., vuelve a empezar con más humildad, pidiendo más
ayuda a tu Señor.
En lo
humano, la genialidad es fruto, normalmente, de una prolongada paciencia, de un
esfuerzo repetido incesantemente y mejorado sin cesar. «El sabio repite sus
cálculos y renueva sus experiencias, modificándolas hasta dar con el objeto de
sus investigaciones. El escritor retoca veinte veces su obra. El escultor rompe
uno después de otro sus intentos hasta que expresan su creación interior...
Todas las creaciones humanas son fruto de una perpetua vuelta a empezar»6.
En lo sobrenatural, nuestro amor al Señor no se manifiesta tanto en los éxitos
que creemos haber alcanzado como en la capacidad de comenzar de nuevo, de
renovar la lucha interior. La mediocridad espiritual, la tibieza, es, por el
contrario, el abandono y la dejadez en nuestros propósitos y metas de vida
interior. En el camino que conduce a Dios, «dormir es morir»7.
El desánimo, que lleva siempre en sí mismo un punto de soberbia y de excesiva
confianza en uno mismo, induce al abandono de los propósitos y metas que el
Espíritu Santo sugirió un día en la intimidad del corazón.
Con
frecuencia, el progreso de la vida interior viene después de fracasos, quizá
inesperados, ante los que reaccionamos con humildad y deseos más firmes de
seguir al Señor. Se ha dicho con razón que la perseverancia no consiste en no
caer nunca, sino en levantarse siempre. «Cuando un soldado que está combatiendo
recibe alguna herida o retrocede un poco, nadie es tan exigente o tan ignorante
de las cosas de la guerra que piense que eso es un crimen. Los únicos que no
reciben heridas son los que no combaten; quienes se lanzan con más ardor contra
el enemigo son quienes reciben los golpes»8.
Pidámosle
a la Virgen la gracia de no abandonar jamás nuestra lucha interior, aunque sea
triste y catastrófica nuestra experiencia anterior, y la gracia y la humildad
de recomenzar siempre.
Pidámosle
también hoy a Nuestra Señora ser constantes en nuestro apostolado, aunque
aparentemente no se vea fruto alguno. Un día, quizá cuando ya estemos en su
presencia, el Señor nos hará contemplar los frutos de un apostolado que en
ocasiones nos parecía estéril, y que fue siempre eficaz. La semilla que se
siembra da siempre su fruto: una, cien; otra sesenta; otra, treinta...9.
Mucho fruto para una sola semilla.
III. Levantaos,
alzad la cabeza. Se acerca vuestra liberación10.
Se nos
narra en los Hechos de los Apóstoles que un día Pedro y Juan
subían al Templo para orar y se encontraron con un cojo de nacimiento que pedía
limosna. Entonces Pedro le dijo: No tengo plata ni oro; pero lo que
tengo, eso te doy: en el nombre de Jesucristo Nazareno levántate y anda11.
En el
nombre de Jesucristo... Así hemos de recomenzar nosotros en
el apostolado y en nuestra lucha contra todo lo que intenta separarnos de Dios.
Esa es nuestra fuerza. No comenzamos de nuevo por un empeño personal, como si
tratáramos de afirmar que nosotros podemos sacar adelante las cosas. Nosotros
no podemos nada. Precisamente, cuando nos sentimos débiles, la fuerza
de Cristo habita en nosotros12.
¡Y es una fuerza poderosa!
Como
San Pedro que, después de aquella noche perdida en la que no había pescado
nada, echa de nuevo las redes al mar solo porque el Señor se lo manda: Maestro,
le dice, toda la noche hemos estado fatigándonos y no hemos cogido
nada; pero porque Tú lo dices echaré la red13.
A pesar del cansancio, a pesar de que no es hora para pescar, aquellos hombres
volverán a tomar las redes, que ya estaban lavando para otro día. Los elementos
humanos que hacían aconsejable la pesca han quedado atrás. El motivo de iniciar
de nuevo la tarea es la confianza de Pedro en su Señor. Pedro obedece sin más razonamientos.
El
fundamento de nuestra esperanza está en que el Señor desea que recomencemos de
nuevo cada vez que hemos tenido un fracaso, quizá aparente, en nuestra vida
interior o en nuestro apostolado. «Porque Tú me lo dices, Señor, comenzaré de
nuevo». Si vivimos así, eliminaremos para siempre en nuestra vida el fantasma
del desaliento, que a tantas almas ha sumido en la mediocridad espiritual y en
la tristeza.
Recomienza
de nuevo... Nos lo dice Jesús con especial intimidad
en estos días en que la Navidad se acerca. «Cuando tu corazón caiga, levántalo,
humillándote profundamente ante Dios con reconocimiento de tu miseria, sin
maravillarte de haber caído, pues no tiene nada de admirable que la enfermedad
sea enferma, la debilidad débil, y la miseria mezquina. Sin embargo, detesta
con todas tus fuerzas la ofensa que has hecho a Dios y, con valor y confianza
en su misericordia, prosigue el camino de la virtud que habías abandonado»14.
1 Mt 11,
12. —
2 San
Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 3, 2. —
3 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 82. —
4 Ibídem,
77. —
5 T.
Kempis, Imitación de Cristo, II, 9, 8. —
6 G.
Chevrot, Simón Pedro, Madrid 1980, p. 34. —
7 San
Gregorio Magno, Hom. 12 sobre los Evangelios. —
8 San
Juan Crisóstomo, Exhort. II a Teodoro 5. —
9 Mt 13,
8. —
10 Cfr. Is 35,
4. —
11 Hech 3,
6. —
12 2
Cor 11-12. —
13 Lc 5,
5. —
14 San
Francisco de Sales, Introd. a la vida devota, 3, 9.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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