Humberto
García Larralde, economista,
31/12/2012
El año 2013 abriga grandes incertidumbres. Más allá de
las controversias y enfrentamientos de las últimas contiendas electorales, lo
que suceda puede determinar, en buena manera, el tipo de sociedad en que
habremos de vivir los venezolanos durante los próximos lustros. El futuro del
país se debate entre tres modelos alternativos de economía y de sociedad, los
cuales serán expuestos brevemente a continuación.
I.
El primero de estos modelos está identificado con la consigna de “Sembrar
el petróleo” y duró buena parte del siglo XX. Se fundamentó en la
intención de acelerar la modernización de Venezuela, luego de la muerte de
Gómez, aprovechando la renta petrolera para invertir en infraestructura y
servicios sociales, así como su transferencia a empresarios y consumidores por medios
diversos. El Estado asumió la tutela de la Siembra
del Petróleo por centrar en sus manos el ingreso petrolero, lo cual fue
degenerando con el tiempo en un estatismo creciente, asociado a una relación
cada vez más paternalista, populista y clientelar entre gobierno y población.
No obstante, mostró ser altamente exitoso hasta mediados de los años ’70, con
aumentos apreciables y sostenidos en los niveles de ingreso de los venezolanos,
amplias oportunidades de ascenso social y mejoras continuas en una variedad de
indicadores. Existe una clara asociación entre este desempeño y la
consolidación del régimen democrático, bajo la conducción de un liderazgo político
consustanciado con una visión compartida de país. Sin embargo, el ejercicio ciudadano
estuvo mediado por los intereses partidistas y por el paternalismo del Estado.
En lo económico, las transferencias al sector productivo buscaron incrementar
la rentabilidad de áreas distintas a la petrolera, incentivando la inversión y
ampliando la oferta de empleo. La inversión en infraestructura ofreció
oportunidades de negocio a los contratistas locales y redujo los costos de transacción
para las empresas domésticas. La industria manufacturera fue eje de este
proceso y el Estado asumió directamente el desarrollo de las llamadas
“industrias básicas”. Entre los instrumentos utilizados para materializar estas
transferencias destacan: 1) Incentivos fiscales (exoneraciones, exenciones del
ISLR, del impuesto aduanero); 2) Subsidios; 3) Crédito amplio a tasas
preferenciales; 4) Decreto “Compre Venezolano”, amparado en márgenes
preferenciales de precio para bienes oriundos del país; y 5) Una moneda
sobrevaluada que abarataba la importación de maquinaria e insumos. La
viabilidad del proceso lo aseguraba la altísima protección a la producción
local, a veces prohibitiva, y una disponibilidad significativa y creciente de
ingresos por exportación de crudo. Por otro lado, el bolívar sobrevaluado
favoreció también el poder de compra de los consumidores, quienes se beneficiaron
también de subsidios a los bienes y servicios de consumo final, y de salarios
que frecuentemente superaban los niveles de productividad.
Entre las causas del fracaso de este modelo pueden citarse: 1) Reducción
de las oportunidades de inversión de la renta por lo pequeño del mercado
interno, sobre todo al multiplicarse los precios del petróleo en los años ‘70; 2)
Caída en el ingreso petrolero, luego de 1981; 3) La cuasi-imposibilidad de
exportar por la sobrevaluación del bolívar; 4) La pérdida de competitividad de
una industria local excesivamente protegida; 5) Distorsiones institucionales al
acentuarse el “petro-estado” venezolano, con la consecuente perversión de
incentivos; y 6) La pérdida de los consensos sociales y políticos, y el
deterioro y deslegitimación del liderazgo partidista.
II.
La Siembra del Petróleo fue
sucedida por el “Socialismo Petrolero”. Este se fue imponiendo durante la larga
gestión del presidente Hugo Chávez, sobre todo luego de 2004. En esencia,
consiste en el usufructo directo de la renta petrolera, en desapego de consideraciones
mercantiles. Para ello fue necesaria la demolición progresiva de las
instituciones que garantizaban la propiedad privada, la libre iniciativa y el
debido proceso, contempladas en la Carta Magna, para suplantarlas por la
decisión discrecional del Presidente. Ello ha permitido la expropiación extendida
de empresas, sobre todo en el campo, y ha ido minando la iniciativa privada, acrecentando
aun más el estatismo. Adicionalmente, requirió abolir la independencia de
poderes, propia del Estado de Derecho, incluyendo la de gobernaciones estadales
y municipales, para centralizar todo en manos de Chávez. Asimismo, una
formulación presupuestaria tramposa concentra recursos para usufructo discrecional
del Presidente, fuera del control legislativo (y ciudadano). Se ha implantando un
régimen autocrático que redujo, progresivamente, las libertades civiles y los
derechos humanos. La pérdida significativa en el ejercicio de ciudadanía corre
el peligro de acentuarse aun más con la propuesta de Estado Comunal, que completaría
la subordinación del venezolano a la voluntad del Presidente.
La asignación de recursos bajo el proyecto Bolivariano privilegia los
criterios políticos, en particular la lealtad. Se fundamenta en el reparto
directo de renta a sectores de bajos ingresos a través de las llamadas
“misiones”, acompañados por una retórica de justicia y redención social, enraizada
en la manipulación de símbolos patrios y el odio de clases. La ausencia de
contrapesos a la voluntad central y la justificación política de prácticas que
contrarían el ordenamiento legal ha incrementado exponencialmente las
corruptelas de todo orden, generándose complicidades entre los “favorecidos”
-incluyendo la cúpula de la Fuerza Armada- comprometidos con la perpetuación
del régimen. En tal sentido, este régimen ha devenido en un mecanismo de expoliación de la riqueza social por
parte de aquellos consustanciados con la prédica política del actual
Presidente, incluyendo los beneficiarios de las misiones.
Este proyecto ha acentuado los
subsidios y los controles de precios, acompañándolos de un estricto control
cambiario que pretende disuadir la inercia inflacionaria. El rezago en el
ajuste del precio del dólar se refleja además en una sobrevaluación excesiva
del bolívar, que ha contribuido a desplazar la producción interna con
importaciones. Con precios petroleros jamás vistos, el reparto rentístico mejoró
los niveles de consumo de gruesos sectores de la población de escasos recursos,
lo cual le confirió mayor apoyo al Gobierno, permitiéndole ganar sucesivas
elecciones. Pero la ausencia de condiciones favorables a la actividad
productiva y la pérdida de confianza en el bolívar como depositario de valor
provocó la salida de más de USA $ 250 millardos desde 1999, en detrimento del
consumo y la inversión, domésticas.
El sostenimiento de las lealtades, así como la provisión de los bienes y
servicios que satisfacen la demanda interna, dada la destrucción de capacidad
productiva doméstica, requieren que los ingresos petroleros sigan creciendo.
Empero, amén de una eventual baja en los precios del crudo en los mercados
internacionales, las siguientes causas auguran una caída en estos ingresos: 1)
El deterioro de la capacidad productiva de PdVSA; 2) El comprometimiento de
producción futura para pagar deuda externa (préstamo chino); 3) El generoso
financiamiento a la factura petrolera de países latinoamericanos y caribeños
(PetroCaribe); 4) El incremento del consumo doméstico de derivados, que reducen
capacidad de exportación y causan enormes pérdidas por el subsidio a la
gasolina; y 5) El gasto parafiscal de PdVSA en las misiones, que le impide
costear las inversiones requeridas para mantener o ampliar su capacidad
productiva. De ahí la alta vulnerabilidad del “modelo”. En los últimos años se
ha tenido que recurrir al gasto público deficitario y la multiplicación de la
deuda para atender los compromisos adquiridos.
Ante los signos visibles de agotamiento de sus políticas, el Gobierno, lejos
de revertir su orientación, ha preferido acentuar los controles. La
postergación de los ajustes macroeconómicos anticipa una fuerte devaluación
que, afortunadamente para el Gobierno, multiplicará sus ingresos en bolívares. Ello
habrá de alimentar, no obstante, la inflación y la conflictividad social, ante
la cual es de prever niveles crecientes de represión. En el tiempo, este modelo
es inviable económica, política y socialmente.
III.
Ante el fracaso de los dos modelos anteriores, es menester proponer un
proyecto de economía productiva que supere las insuficiencias de éstos. Esto
obliga a independizar el desempeño de la economía de la renta petrolera, vincular las mejoras en el ingreso al crecimiento
de la productividad y fortalecer las
instituciones que promuevan la competitividad.
Se busca evitar el usufructo discrecional de la renta por parte de los gobiernos de turno, destinándola a sendos
fondos, blindados institucionalmente, para atender las necesidades de inversión
en infraestructura; en servicios sociales y desarrollo del capital humano; la
provisión de pensiones de jubilación, por invalidez, etc.; y de estabilización
macroeconómica, respectivamente. Las reglas para la erogación de estos fondos
deben consensuarse democráticamente por procedimientos institucionales, para
hacer de ellas política de Estado. Los sucesivos gobiernos deberán ajustar su
ejecución presupuestaria a la recaudación tributaria ordinaria –sin renta- y
procurar el equilibrio plurianual como manda la Constitución. Por otro lado,
deberán coordinar sus planes con los programas de asignación de estos fondos, asegurando
la continuidad básica de políticas.
Lo anterior permitirá concatenar estrategias para estabilizar el tipo de
cambio real en torno a sus valores de equilibrio y equiparar las condiciones
competitivas de las empresas venezolanas con las de sus contrapartes foráneas. Junto
a otras medidas de estabilización, busca generar la confianza necesaria para
eliminar la hemorragia de capitales que desangra la nación actualmente y
proveer los recursos con los cuales financiar programas sociales que eviten la
caída del salario real en el corto plazo. En particular, se mejorarán algunos
programas de transferencia para compensar de manera efectiva los costos de
algunas de estas políticas sobre la masa trabajadora. La inversión racional de la
renta petrolera –en coordinación con los fondos- sustituirá las políticas de
regulación y control del presente gobierno por medidas de apoyo que generarán externalidades positivas para abaratar costos,
crear oportunidades de negocios y empleos. La consiguiente reactivación del
aparato productivo permitirá sostener una senda de mejoras en la remuneración
basadas en incrementos continuos en la productividad en el tiempo. Una
integración económica inteligente abrirá mercados para el fortalecimiento competitivo
de industrias y la producción agrícola, reduciendo progresivamente la casi
exclusividad del petróleo como proveedor de divisas.
El restablecimiento de las garantías a la propiedad y a la iniciativa
privada contempladas en la Carta Magna deberá afianzarse con la independencia y
autonomía de poderes, en particular, la limpieza y remozamiento del Poder
Judicial, y la progresiva descentralización de potestades hoy concentradas en
el Ejecutivo Nacional. Ello abrirá espacios para el ejercicio ciudadano, interactuando
con los distintos niveles de gobierno a través de variadas oportunidades de
asociación, para ampliar la democracia efectiva.
Como se desprende de lo señalado, este modelo es condición para el
rescate de las libertades públicas y la generación de niveles crecientes de
bienestar para el país. Pero su implantación requiere hacer de él una opción
creíble ante la impostura Bolivariana. Ya es hora de entender que la lucha
política de las fuerzas democráticas no fructificará si nuestra propuesta se
limita a mejorar el populismo chavista.
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