Escrito por Trino Márquez Jueves, 14 de Febrero de 2013
@trinomarquezc
Los herederos de Chávez presentan la
nueva devaluación del bolívar como si se tratase de una medida forzada por
circunstancias con las cuales ellos nada tienen que ver. Siempre hacen lo
mismo. Cuando la primera devaluación, luego de instituido el “bolívar fuerte”,
argumentaron que la crisis planetaria del sistema capitalista obligaba a tomar
esa medida dolorosa e impostergable. Ahora repiten la misma cantaleta,
pero moderan lo de la “crisis del capitalismo” por los evidentes signos de
recuperación de Estados Unidos, el permanente crecimiento de la economía
brasileña y el auge de algunos países asiáticos, incluidas China e India.
América Latina, considerada globalmente, ha experimentado una notable expansión
con baja inflación y mejora en la distribución del ingreso.
El Gobierno señala que el nuevo
retroceso del bolívar frente al dólar favorecerá las exportaciones no
tradicionales y hará más competitivos a los empresarios nacionales. ¿Cómo puede
ocurrir semejante prodigio si fue eliminado el SITME -vehículo a
través del cual se moviliza un volumen alto de importaciones- sin que se haya
definido un mecanismo alterno que lo sustituya, ni se hayan reactivado las
casas de bolsa, que servirían para aumentar la oferta de dólares? La vocación
centralizadora y controladora del régimen se manifiesta con furia. Al
desaparecer el SITME sin que se ofrezcan opciones, toda la oferta y
distribución de divisas se coloca en Cadivi, organismo al que convierte en una
superpoderosa megaalcaba . Además, el control de precios se mantiene
inalterable, lo mismo que la supervisión sobre las ganancias. Entonces, eso de
fomentar las exportaciones suena a chiste de mal gusto.
La devaluación se anuncia sin que
exista un plan global de recuperación del aparato productivo, defensa de la
propiedad privada y protección del Estado de Derecho. La onerosa e
inconveniente Ley del Trabajo se conserva intacta. No existe ni el menor atisbo
de que en el futuro cercado se desmonte gradualmente el control de cambios y se
avance hacia un esquema en el que predomine la relación entre oferta y demanda
en el mercado de divisas. Al contrario, el marco teórico de esa medida lo
dictan las necesidades de profundizar la “revolución socialista”. Socialismo y
mercado, y socialismo y eficiencia económica sostienen una rivalidad
irreductible, que ni este ni ningún otro gobierno podrá superar. La devaluación
del 8 de febrero revela, una vez más, el fracaso del intervencionismo, que el
régimen ha llevado al paroxismo.
El otro aspecto que los herederos
callan se relaciona con el plan de ahorro de divisas. El factor básico que
conduce a la devaluación reside en su escasa oferta. ¿Cómo puede ocurrir esto
en un país de dimensiones tan modestas como Venezuela, si el barril de petróleo
promedia más de $100? En teoría, deberíamos contar con suficientes divisas para
cubrir las necesidades internas y obtener un excedente destinado al
ahorro y al fortalecimiento de las reservas internacionales. Esto no sucede.
Las reservas internacionales se han esfumado y la deuda externa anda por los
130 mil millones de dólares, con todo y los altos precios del crudo.
¿Por qué ocurre semejante paradoja?
Porque el Gobierno destina los recursos petroleros a finalidades que nada se
relacionan con el interés nacional: se los regala a Cuba, los compromete con
China, subsidia a los pobres países del ALBA y, como si este derroche no
bastara, gasta miles de millones de dólares en unas armas inútiles. El punto de
partida de la filosofía gubernamental es más o menos el siguiente: la riqueza
petrolera convirtámosla en un festín del que participen los países aliados; a
los venezolanos les soltamos las migajas.
La devaluación luce como una medida agónica,
dirigida a atenuar temporalmente la crisis fiscal del régimen. No contribuirá a
resolver ninguno de los graves problemas que presenta la economía, por la
sencilla razón de que no forma parte de ningún esquema coherente concebido para
adecuar el aparato productivo a las demandas del mundo interconectado que
la globalización ha conformado. Los controles, las regulaciones desmedidas, el
estatismo exacerbado y los ataques a la propiedad privada, forman parte de un
pasado lejano y ominoso que empobrecieron a las naciones donde se aplicaron.
Después de 54 años de revolución, Cuba es una de las naciones más pobres del
continente. Hacia allá avanzamos desde hace catorce años. Los herederos quieren
mantener la ruta.
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