Por Moises Naim, 16/02/2013
¿En que se parecen la crisis económica europea, la guerra
civil en Siria y el calentamiento global? Nadie parece tener el poder para
detenerlos.
Esto se debe en parte al
hecho de que los tres pertenecen a una peligrosa clase de retos que enfrenta el
mundo: problemas que requieren de la intervención de varios países actuando
concertadamente ya que ninguna nación —ni siquiera una superpotencia— los puede
resolver por sí sola. Además, estos problemas se complican debido a que la
capacidad de los países para ponerse de acuerdo entre sí y actuar de manera
concertada ha venido declinando.
Y, al mismo tiempo que la
capacidad de la comunidad internacional para coordinarse y actuar declina, los
problemas que requieren que esto ocurra vienen en rápido aumento. La tecnología
y demás fuerzas que impulsan la globalización están entrelazando naciones,
sociedades y grupos cada vez con más fuerza. Una de las consecuencias de esta
interdependencia es que se ha disparado el número de problemas inmunes a la
actuación de un país que los enfrente a solas. La realidad es que si bien los
problemas se han vuelto globales los acuerdos políticos necesarios para
resolverlos siguen siendo tan locales como siempre. Es difícil que los
Gobiernos dediquen recursos a problemas más allá de sus fronteras y a trabajar
con otras naciones para enfrentarlos, mientras los duros problemas que afectan
a sus propios ciudadanos siguen sin resolverse.
El cambiante panorama de la
política mundial también socava la capacidad de actuación de la comunidad
internacional. A medida que el número y los intereses de quienes se sientan en
las mesas donde se negocian los acuerdos internacionales han aumentado, los
espacios para la concertación y la acción concertada han disminuido.
Potencias emergentes como
los BRIC (Brasil, Rusia, India, China), otras nuevas coaliciones de países y
actores no gubernamentales como fundaciones, iglesias, activistas sociales o
sectores empresariales que antes solían ser ignorados ya no lo son. Múltiples
nuevos actores han adquirido el poder para exigir que su voz sea oída y sus
intereses estén representados en las negociaciones sobre la manera como el
mundo intenta manejar sus problemas colectivos. Inevitablemente, cuando todos
estos intereses dispares y contradictorios son incorporados en las
negociaciones, los arreglos resultantes reflejan el mínimo común denominador
necesario para alcanzar un acuerdo. Y los acuerdos que son aceptables para
todos pocas veces tienen la fuerza suficiente para hacer mella en los problemas
de manera significativa. De hecho, los acuerdos internacionales en los que un
gran número de países decide actuar coordinadamente son cada vez más raros.
¿Cuándo fue la última vez que escuchó que un acuerdo con consecuencias
concretas fue alcanzado por una gran mayoría de las naciones del mundo? Hace 13
años cuando en la ONU se acordaron los Objetivos de Desarrollo para el Milenio.
Desde entonces, casi todas las cumbres internacionales han dado escasos
resultados, notablemente los que intentan promover la liberalización del
comercio o contener el calentamiento global.
Esta brecha entre la
creciente necesidad de una acción internacional conjunta y la menor capacidad
de las naciones para actuar coordinadamente es el déficit más peligroso del
mundo.
En economía, cuando la
demanda supera a la oferta los precios suben. En la geopolítica la incapacidad
de los países para satisfacer la demanda de soluciones a los problemas que
trascienden las fronteras nacionales resulta en una peligrosa inestabilidad.
Las crisis financieras o de salud pública que se propagan a gran velocidad a
nivel internacional, la sobrepesca, la explotación de la selva tropical, los
piratas que secuestran barcos frente a las costas de Somalia, la proliferación
nuclear son solo unos pocos y muy conocidos ejemplos en la larga lista de problemas
que se van a agravar si no hay más y mejor cooperación internacional.
¿Qué hacer? Hay muchas
propuestas acerca de cómo “rediseñar” la gobernanza internacional, reformar las
instituciones existentes o crear nuevas. Tampoco faltan ideas para enfrentar los
problemas globales. Lo que falta es el poder para llevar a cabo los cambios y
poner en práctica las nuevas ideas. Este poder no va a resultar de cumbres de
jefes de Estado, reuniones académicas o apasionados discursos. Un mejor manejo
de los problemas globales solo ocurrirá cuando los ciudadanos empoderen a sus Gobiernos para que se ocupen de
problemas que aunque parezcan muy remotos tarde o temprano terminarán por tener
consecuencias muy concretas en todos los hogares, sin importar dónde estén.
Hoy en día todos somos
vecinos —aunque un océano nos separe—.
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