Teódulo López Meléndez 19 de febrero de 2013
@teodulolopezm
En las sociedades que han adoptado un
padre todo gira en torno del padre. Stalin era el padre de todas las Rusias,
era el “marido” de “mamá” Rusia. A comienzo del siglo XX venezolano Juan
Vicente Gómez era el “taita”, el padre protector que castigaba a sus “hijos
malos” con el exilio, la tortura o los trabajos forzados, pero desde su aspecto
bonachón “premiaba” al país con su presencia que transmitía seguridad, porque
aquella sociedad necesitaba a un padre más allá de la bondad o de la maldad.
En psicología social se ha analizado
como se gira en torno del padre, para amarlo u odiarlo, pero todo gira en torno
del padre. Si el padre regresa, se duda del regreso. Si el padre está enfermo,
se duda de su salud. Si el padre ha vuelto se celebra con cohetes. Si el padre
ha vuelto la ausencia se asimila a un ínterin que fue necesario para el regreso
del padre.
Quienes odian al padre dudan de su
regreso, pero la certeza de quien marca la agenda y decide los destinos viene
dada por la oportunidad de dudar del regreso del padre. Quienes aman al padre
recobran el aliento a pesar de sus ambiciones por la posibilidad de una
herencia. El regreso del padre calma a los herederos, los devuelve a la
realidad de la presencia del padre.
Las sociedades que, para amarlo u
odiarlo, han caído en el giro alrededor del padre lo miran como el vínculo
necesario para toda conversación o expresión. Es el vínculo, es la esencia
primaria que organiza el mundo interno de la sociedad infantil. Odiándolo o
amándolo aquel padre es una garantía para la vida cotidiana, ¿de qué otra cosa
podría hablarse sino del padre?, ¿qué otro elemento de pervivencia podría
animarla sino es el padre?
En psicología social el padre de la
sociedad infantil es la firmeza, la decisión y el amparo, porque toda sociedad
infantil que ha adoptado un padre para su cotidianeidad es una sociedad
desamparada y el padre, odiado o amado, es el lazo, es el enemigo o el amado
sobre el cual todo gira, el vínculo cohesionador de una sociedad infantil
asustada que requiere del padre.
Es obvio que una sociedad con padre
tiene vínculos deficitarios, carece de una personalidad madura y está
predispuesta a patologías. Una sociedad con padre tiene deficiencias de
personalidad. Una sociedad con padre, para amarlo u odiarlo, tiene en el fondo
un temor de perder al padre porque intuye que una sociedad sin padre sería una
sociedad de la violencia. Una sociedad con padre carece de imágenes
alternativas que le transmitan seguridad y ha perdido todo vínculo con lo
“sagrado” por lo que necesita a un padre.
El padre encarna el sentido
programador, otorga pautas, por lo que, cuando el padre regresa, la sociedad
infantil respira hondo pues reencuentra un carácter relacional –los psicólogos
sociales dirían transaccional- lo que significa que ha vuelto la pauta, esto
es, el sentido de todo el uso del lenguaje que girará en torno al padre, de una
conducta resuministrada para odiar o amar, la vuelta del planteamiento
fundamental en torno al cual respira la sociedad infantil que consciente o
inconscientemente ha adoptado a un padre.
Hay un desorden psico-social que
conduce a la angustia, pues la sociedad infantil no tiene referentes, sólo el
padre. No puede haber pensamiento crítico ni discernimiento ético en una
sociedad con padre. Autoridad viene de auctor, el que crea, aquél
que crea las causas y origina. Las sociedades con padre, odiándolo o
amándolo, respetarán al padre.
El padre ha vuelto. Era absolutamente
obvio que el padre volvería. Las discusiones seguirán girando en torno a la
salud del padre, en torno al padre que no se ve, en torno a cómo sería el
proceso de declaración hereditaria, a cuánto tiempo aún nos acompañará el
padre. No es tema para juristas ni politólogos, es tema para psicólogos
sociales mirar a la sociedad infantil que, por ahora, ha recobrado al padre.
Freud no era psicólogo social. Edipo
no está en agenda.
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