Por Oscar
Lucien, 15/02/2013
Transcurridos
dos meses desde la desaparición del presidente Chávez con motivo del
tratamiento prescrito por los hermanos Castro, escribo estas líneas todavía sin
superar el impacto de los extravagantes espectáculos por la celebración de la
sangrienta chapuza militar del 4 de febrero de 1992 y la sesión ordinaria de la
Asamblea Nacional del 6 de febrero pasado. De antemano vale reconocer que si
todos estos eventos y el desempeño de sus principales actores, Diosdado Cabello
y Nicolás Maduro, con sus insolencias, arrogancia y lenguaje soez,
desconociendo y estigmatizando a la mitad del país que no votó por Chávez el 7
de octubre de 2012, forma parte de un plan para que los venezolanos a gritos
clamen por el urgente regreso del comediante presidente, lo han logrado. Muy
pocas semanas han bastado para entender que, a kilómetros de distancia, puede
haber otro chavista peor que Chávez. Demasiado claro quedó el infierno que nos
espera si algunos de ellos se consolida como sucesor en el momento que se
anuncie la falta absoluta del mandatario reelecto.
Pretender
glorificar un sangriento atentado contra un jefe de Estado elegido, en un acto
encabezado por el presidente del Parlamento ataviado de militar, es tan gráfico
y de bulto que allí queda como un testimonio fiel de estos años de ignominia.
Paso entonces a concentrarme en la puesta en escena y simulacro de lucha contra
la corrupción celebrada en la AN.
1. Ha
sido el propio Chávez quien ha reconocido en numerosas oportunidades que el
talón de Aquiles de su revolución está en el burocratismo, la ineficiencia y la
corrupción. Esto no lo exonera de responsabilidad en la materia y más bien lo
compromete en la medida en que es él quien ha liderado esas conductas de gobierno,
muy alejadas del decoro y la transparencia en el manejo de la hacienda pública.
Nadie puede olvidar los emblemáticos momentos en que empezó a solicitar
“millarditos” al Banco Central de Venezuela y a Pdvsa y sus frecuentes
alusiones a los recursos que tenía bajo “el colchón”. El Gobierno venezolano,
léase Chávez, maneja un presupuesto paralelo casi equivalente al presupuesto
ordinario aprobado en la AN, fuera de toda supervisión de instancia contralora
alguna. Contraviniendo la norma constitucional y legal no ha sido designado el
contralor general de la República y, en consecuencia, un monto colosal de
dineros públicos se maneja dentro de la más absoluta opacidad. Este es el
epicentro de la corrupción.
2. En
los días previos a la sesión ordinaria de la AN, pero con particular énfasis en
el acto del 4-F, Cabello y Maduro habían adelantado los trailers del show que
montarían en la plenaria dos días después. La sesión parecía un episodio de las
tantas versiones de la serie Locademia de Policías.
La
gorra tricolor, la verdadera y la usurpada en las cabezas de los
parlamentarios, la difusión delictiva de comunicaciones privadas, la
desfachatez con la que se admite interferencia e intromisión en informaciones
privadas, los gritos, insultos, groserías, con el punto climático de la
recepción festiva del diputado cuyo salto de talanquera dejaría pasmado al más
virtuoso de las acróbatas de un circo, parecen ser la antesala de lo que espera
a los venezolanos con la desaparición definitiva del presidente Chávez, el
único, vaya paradoja, capaz de contener a tanto chavista loco y nuevo rico
suelto.
3.
Pero que el humo no nos impida ver lo esencial. Más allá del show montado con
la denuncia de las contribuciones privadas a actores de la bancada democrática,
si de verdad se quisiera atacar de fondo la corrupción bastaría aplicar la ley
respectiva, sancionada bajo el imperio de la Constitución vigente. Aplicar, por
ejemplo, el artículo 13 que determina que funcionarios están al servicio del
Estado y no podrán dedicar sus recursos a favorecer partidos o proyectos
políticos. O el artículo 54: El funcionario que utilice bienes del patrimonio
público para esos fines será penado con prisión de seis meses a cuatro años.
Este
show no tiene nada que ver con la lucha, deseable, contra la corrupción. Todo
indica que estamos en las vísperas de una elección presidencial (o de algún muy
heterodoxo e ilegal plebiscito) y el Gobierno adelanta su maquinaria para
acorralar o aplastar a la alternativa democrática.
Si
colocamos entre paréntesis los casos del maletín de Antonini, el escándalo de
Pudreval, Makled, el Fondo Chino y el extenso etcétera, la triste y trágica
actualidad nos impone una interrogación: ¿Cómo abrir un debate sobre la
corrupción y soslayar el reciente genocidio de Uribana y la corrupción asociada
al tráfico de drogas y armas al interior de nuestras cárceles?
Oscar Lucien es miembro de Ciudadanía
Activa
@olucien
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico