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lunes, 18 de febrero de 2013

Locademia parlamentaria


Por Oscar Lucien, 15/02/2013

Transcurridos dos meses desde la desaparición del presidente Chávez con motivo del tratamiento prescrito por los hermanos Castro, escribo estas líneas todavía sin superar el impacto de los extravagantes espectáculos por la celebración de la sangrienta chapuza militar del 4 de febrero de 1992 y la sesión ordinaria de la Asamblea Nacional del 6 de febrero pasado. De antemano vale reconocer que si todos estos eventos y el desempeño de sus principales actores, Diosdado Cabello y Nicolás Maduro, con sus insolencias, arrogancia y lenguaje soez, desconociendo y estigmatizando a la mitad del país que no votó por Chávez el 7 de octubre de 2012, forma parte de un plan para que los venezolanos a gritos clamen por el urgente regreso del comediante presidente, lo han logrado. Muy pocas semanas han bastado para entender que, a kilómetros de distancia, puede haber otro chavista peor que Chávez. Demasiado claro quedó el infierno que nos espera si algunos de ellos se consolida como sucesor en el momento que se anuncie la falta absoluta del mandatario reelecto.

Pretender glorificar un sangriento atentado contra un jefe de Estado elegido, en un acto encabezado por el presidente del Parlamento ataviado de militar, es tan gráfico y de bulto que allí queda como un testimonio fiel de estos años de ignominia. Paso entonces a concentrarme en la puesta en escena y simulacro de lucha contra la corrupción celebrada en la AN.

1. Ha sido el propio Chávez quien ha reconocido en numerosas oportunidades que el talón de Aquiles de su revolución está en el burocratismo, la ineficiencia y la corrupción. Esto no lo exonera de responsabilidad en la materia y más bien lo compromete en la medida en que es él quien ha liderado esas conductas de gobierno, muy alejadas del decoro y la transparencia en el manejo de la hacienda pública. Nadie puede olvidar los emblemáticos momentos en que empezó a solicitar “millarditos” al Banco Central de Venezuela y a Pdvsa y sus frecuentes alusiones a los recursos que tenía bajo “el colchón”. El Gobierno venezolano, léase Chávez, maneja un presupuesto paralelo casi equivalente al presupuesto ordinario aprobado en la AN, fuera de toda supervisión de instancia contralora alguna. Contraviniendo la norma constitucional y legal no ha sido designado el contralor general de la República y, en consecuencia, un monto colosal de dineros públicos se maneja dentro de la más absoluta opacidad. Este es el epicentro de la corrupción.

2. En los días previos a la sesión ordinaria de la AN, pero con particular énfasis en el acto del 4-F, Cabello y Maduro habían adelantado los trailers del show que montarían en la plenaria dos días después. La sesión parecía un episodio de las tantas versiones de la serie Locademia de Policías.

La gorra tricolor, la verdadera y la usurpada en las cabezas de los parlamentarios, la difusión delictiva de comunicaciones privadas, la desfachatez con la que se admite interferencia e intromisión en informaciones privadas, los gritos, insultos, groserías, con el punto climático de la recepción festiva del diputado cuyo salto de talanquera dejaría pasmado al más virtuoso de las acróbatas de un circo, parecen ser la antesala de lo que espera a los venezolanos con la desaparición definitiva del presidente Chávez, el único, vaya paradoja, capaz de contener a tanto chavista loco y nuevo rico suelto.

3. Pero que el humo no nos impida ver lo esencial. Más allá del show montado con la denuncia de las contribuciones privadas a actores de la bancada democrática, si de verdad se quisiera atacar de fondo la corrupción bastaría aplicar la ley respectiva, sancionada bajo el imperio de la Constitución vigente. Aplicar, por ejemplo, el artículo 13 que determina que funcionarios están al servicio del Estado y no podrán dedicar sus recursos a favorecer partidos o proyectos políticos. O el artículo 54: El funcionario que utilice bienes del patrimonio público para esos fines será penado con prisión de seis meses a cuatro años.

Este show no tiene nada que ver con la lucha, deseable, contra la corrupción. Todo indica que estamos en las vísperas de una elección presidencial (o de algún muy heterodoxo e ilegal plebiscito) y el Gobierno adelanta su maquinaria para acorralar o aplastar a la alternativa democrática.

Si colocamos entre paréntesis los casos del maletín de Antonini, el escándalo de Pudreval, Makled, el Fondo Chino y el extenso etcétera, la triste y trágica actualidad nos impone una interrogación: ¿Cómo abrir un debate sobre la corrupción y soslayar el reciente genocidio de Uribana y la corrupción asociada al tráfico de drogas y armas al interior de nuestras cárceles?

Oscar Lucien es miembro de Ciudadanía Activa
@olucien

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