jueves, 28 de febrero de 2013

Diana ultrajada en La Casona



Por Toto Aguerrevere, 26/02/2013

Yo fui uno de esos chamos que en la mesa de su casa lo regañaban con la frase: “¿Y tú vas a comer así? ¿Imagínate si te invitan a casa del Presidente de la República?” Por eso uno de mis paseos escolares favoritos era ir a La Casona. Mi sueño era encontrarme con el Presidente de la República por alguno de los corredores de la casa presidencial para decirle que mientras no me sirviera pasta, yo comía mejor que Carreño el del manual.

La solemnidad con la que nos anunciaban en el colegio que íbamos a visitar La Casona era de rigor y la primera vez que fui no fueron menos taxativas las instrucciones de comportamiento. “Vamos a estar en casa del Jefe del Estado”, nos dijo la profesora, “y se deben portar igualito cómo si estuviéramos en una iglesia”. Yo, comunista como todo infante, levanté la mano: “Profe, pero mi papá dice que La Casona es la casa de todos los venezolanos”. “Tiene razón tu papá,” me respondió ella, “pero tu mamá te regañaría si saltaras en los muebles, ¿verdad?”

Recuerdo que había roto un huevo de avestruz en casa de mi abuela esa semana por lo cual no estaba de buenas con mi mamá, así que le di la razón a la profesora.

Con las manos detrás de la espalda por si acaso habían huevos de avestruces en las mesas de La Casona, crucé con deleite por el corredor en forma de dominó, entré al Salón de los Relojes donde ninguno estaba sincronizado con mi reloj Casio de muñeca y finalmente mi asombro total cuando pasé a mi salón favorito de la casa: el salón de Diana La Cazadora.

Para alguien que medía 1.24 cm en ese entonces, ver un cuadro tan grande como elDiana La Cazadora de Arturo Michelena es una cuestión de impresión. Yo había visto a Miranda en La Carraca en la Galería de Arte Nacional y lo consideraba enorme pero el de la diosa de la caza era lo más grande que había visto después de la molécula en el Museo de los Niños.

Una imponente mujer con una media luna sobre su cabeza veía como nueve sabuesos se devoraban a un venado. Como todo niño que consideró que la muerte de la mamá de Bambi fue una tragedia, quería sobar al venado para decirle que todo estaría bien. Pero recordé mi promesa de no tocar nada en La Casona. Además, la señora Diana era alta y tenía flechas. Eso ya es demasiado mamá con correa para andar a sobar causas inútiles.

Sin embargo me fascinó la historia del cuadro contada por el guía y hoy, veinticinco años después, me impresiona como sus palabras retumban sobre mis oídos. Arturo Michelena rellenó el cuadro con un producto que compró rapidito en una farmacia cuando se enteró que el General Crespo quería verlo antes de que estuviera terminado… la hermana de Tito Salas posó como la modelo… el cuadro es tan grande que para meterlo en el salón en La Casona hubo que romper la pared del corredor… Trivialidades que le quedan a uno por el resto de la vida cuando siente orgullo sobre sus cosas.

Cuando se acabó el recorrido, recuerdo que fui el último de mis compañeros en salir del salón. Quería tener el cuadro solo para mí. Y ahí decidí dos cosas: Diana La Cazadora sería mi cuadro favorito de todos los tiempos y que yo quería ser amigo de todos los Presidentes de la República para tener la oportunidad de verlo cuando quisiera.

Ninguna de las dos profecías se cumplió. El Louvre me introdujo a La Coronación de Napoleón de Jacques Louis David y el MOMA a Christina’s World de Andrew Wyeth y la Presidencia la ocupó alguien más interesado en el toque de diana que en la Diana de Michelena.

La Casona se ha vuelto una muralla impenetrable en estos últimos catorce años. Es la Manderley de Rebecca sin el incendio y la Señora Danvers. Siempre la he querido volver a visitar pero si hay paseos guiados de eso nadie informa. Si hay libros o folletos ya no existen. El libro La Casona firmado por Menca de Leoni (1969) y Pintura Venezolana en la Colección de La Casona con prefacio de Blanca de Pérez (1991), ambos en mi posesión, son los únicos testimonios que tengo de la casa donde vive Diana. De la mítica cazadora jamás he vuelto a saber. Uno de esos recuerdos que son del siglo pasado cuando La Casona era de todos.

Hasta ahora.

Esta mañana he visto con desprecio –más a la fechoría que al personaje en cuestión- la publicación que la cuenta @analisis24hs ha hecho de las fotos supuestamente hackeadas del celular de una de las hijas del Presidente Chávez. Entre las fotos hay momentos familiares de sus viajes, con amigos y del Presidente en momentos íntimos con sus nietos. Cosas que en verdad nadie tiene que ver porque la Ley de Delitos Informáticos prohíbe la violación de la privacidad de la data o información de carácter personal. Por más que gente como Mario Silva y el Grupo N33 recurran a la violación de la privacidad, yo insisto que esto es un delito venga de donde venga.

Sin embargo, la foto que me ha llamado la atención es una donde sale una mujer joven desprovista de ropa, recostada sobre un sofá de época. De quién sea hija o sobrina como afirma la foto leyenda no es de mi interés. Mi tristeza es que detrás de ella aparece la imagen de un cuadro de dimensiones grandes. La cola erguida de un enorme sabueso a la izquierda indica que caza algo que no aparece en la fotografía. Pero suficientes veces vi yo ese cuadro en mi infancia para saber que más allá del insolente desnudo de una joven ignorante, yace un venado muerto.

Para eso quedó Diana La Cazadora de Arturo Michelena. Atrás quedaron los días donde jóvenes impresionables como yo sé maravillaban ante su imponencia. La belleza en La Casona ahora pasó a manos de la vulgaridad de quien jamás le enseñaron la importancia de estar en la casa de un Presidente y eso lamento. La triste realidad es que la joven ignora que en ese salón –que es de todos los venezolanos- solamente hay espacio y respeto para una gran belleza.
Algún día volveré a verte Diana. Algún día.-


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