Por Toto Aguerrevere, 26/02/2013
Yo fui uno de esos
chamos que en la mesa de su casa lo regañaban con la frase: “¿Y tú vas a comer
así? ¿Imagínate si te invitan a casa del Presidente de la República?” Por eso
uno de mis paseos escolares favoritos era ir a La Casona. Mi sueño era encontrarme
con el Presidente de la República por alguno de los corredores de la casa
presidencial para decirle que mientras no me sirviera pasta, yo comía mejor que
Carreño el del manual.
La solemnidad con la
que nos anunciaban en el colegio que íbamos a visitar La Casona era de rigor y
la primera vez que fui no fueron menos taxativas las instrucciones de
comportamiento. “Vamos a estar en casa del Jefe del Estado”, nos dijo la
profesora, “y se deben portar igualito cómo si estuviéramos en una iglesia”.
Yo, comunista como todo infante, levanté la mano: “Profe, pero mi papá dice que
La Casona es la casa de todos los venezolanos”. “Tiene razón tu papá,” me
respondió ella, “pero tu mamá te regañaría si saltaras en los muebles,
¿verdad?”
Recuerdo que había roto
un huevo de avestruz en casa de mi abuela esa semana por lo cual no estaba de
buenas con mi mamá, así que le di la razón a la profesora.
Con las manos detrás de
la espalda por si acaso habían huevos de avestruces en las mesas de La Casona,
crucé con deleite por el corredor en forma de dominó, entré al Salón de los
Relojes donde ninguno estaba sincronizado con mi reloj Casio de muñeca y
finalmente mi asombro total cuando pasé a mi salón favorito de la casa: el
salón de Diana La Cazadora.
Para alguien que medía
1.24 cm en ese entonces, ver un cuadro tan grande como elDiana La Cazadora de
Arturo Michelena es una cuestión de impresión. Yo había visto a Miranda en
La Carraca en la Galería de Arte Nacional y lo consideraba enorme pero el
de la diosa de la caza era lo más grande que había visto después de la molécula
en el Museo de los Niños.
Una imponente mujer con
una media luna sobre su cabeza veía como nueve sabuesos se devoraban a un
venado. Como todo niño que consideró que la muerte de la mamá de Bambi fue una
tragedia, quería sobar al venado para decirle que todo estaría bien. Pero
recordé mi promesa de no tocar nada en La Casona. Además, la señora Diana era
alta y tenía flechas. Eso ya es demasiado mamá con correa para andar a sobar
causas inútiles.
Sin embargo me fascinó
la historia del cuadro contada por el guía y hoy, veinticinco años después, me
impresiona como sus palabras retumban sobre mis oídos. Arturo Michelena rellenó
el cuadro con un producto que compró rapidito en una farmacia cuando se enteró
que el General Crespo quería verlo antes de que estuviera terminado… la hermana
de Tito Salas posó como la modelo… el cuadro es tan grande que para meterlo en
el salón en La Casona hubo que romper la pared del corredor… Trivialidades que
le quedan a uno por el resto de la vida cuando siente orgullo sobre sus cosas.
Cuando se acabó el
recorrido, recuerdo que fui el último de mis compañeros en salir del salón.
Quería tener el cuadro solo para mí. Y ahí decidí dos cosas: Diana La
Cazadora sería mi cuadro favorito de todos los tiempos y que yo quería ser
amigo de todos los Presidentes de la República para tener la oportunidad de
verlo cuando quisiera.
Ninguna de las dos
profecías se cumplió. El Louvre me introdujo a La Coronación de Napoleón de
Jacques Louis David y el MOMA a Christina’s World de Andrew Wyeth y la
Presidencia la ocupó alguien más interesado en el toque de diana que en la
Diana de Michelena.
La Casona se ha vuelto
una muralla impenetrable en estos últimos catorce años. Es la Manderley de Rebecca
sin el incendio y la Señora Danvers. Siempre la he querido volver a visitar
pero si hay paseos guiados de eso nadie informa. Si hay libros o folletos ya no
existen. El libro La Casona firmado por Menca de Leoni (1969) y Pintura
Venezolana en la Colección de La Casona con prefacio de Blanca de Pérez
(1991), ambos en mi posesión, son los únicos testimonios que tengo de la casa
donde vive Diana. De la mítica cazadora jamás he vuelto a saber. Uno de esos
recuerdos que son del siglo pasado cuando La Casona era de todos.
Hasta ahora.
Esta mañana he visto
con desprecio –más a la fechoría que al personaje en cuestión- la publicación
que la cuenta @analisis24hs ha hecho de las fotos
supuestamente hackeadas del celular de una de las hijas del Presidente Chávez.
Entre las fotos hay momentos familiares de sus viajes, con amigos y del
Presidente en momentos íntimos con sus nietos. Cosas que en verdad nadie tiene
que ver porque la Ley de Delitos Informáticos prohíbe la violación de la
privacidad de la data o información de carácter personal. Por más que gente
como Mario Silva y el Grupo N33 recurran a la violación de la privacidad, yo
insisto que esto es un delito venga de donde venga.
Sin embargo, la foto
que me ha llamado la atención es una donde sale una mujer joven desprovista de
ropa, recostada sobre un sofá de época. De quién sea hija o sobrina como afirma
la foto leyenda no es de mi interés. Mi tristeza es que detrás de ella aparece
la imagen de un cuadro de dimensiones grandes. La cola erguida de un enorme
sabueso a la izquierda indica que caza algo que no aparece en la fotografía.
Pero suficientes veces vi yo ese cuadro en mi infancia para saber que más allá
del insolente desnudo de una joven ignorante, yace un venado muerto.
Para eso quedó Diana
La Cazadora de Arturo Michelena. Atrás quedaron los días donde jóvenes
impresionables como yo sé maravillaban ante su imponencia. La belleza en La
Casona ahora pasó a manos de la vulgaridad de quien jamás le enseñaron la
importancia de estar en la casa de un Presidente y eso lamento. La triste
realidad es que la joven ignora que en ese salón –que es de todos los
venezolanos- solamente hay espacio y respeto para una gran belleza.
Algún día volveré a
verte Diana. Algún día.-
Foto tomada de: https://twitter.com/Analisis24hs
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