ALBERTO BARRERA TYSZKA 24 DE FEBRERO 2013
Escribo estas líneas el miércoles en
la noche y sospecho que Ernesto Villegas podría aparecer ahora, en cadena
forzada de radio y televisión, leyendo uno de sus reportes, y nada cambiaría.
Todo transcurriría igual, con la misma ambigüedad oportuna y veraz que ha
caracterizado a la comunicación oficial en los últimos meses. El ministro
podría decirnos, nuevamente, que el Presidente está siguiendo sus tratamientos,
que el equipo de médicos cubanos asegura que está estable, que el pueblo debe
seguir rezando, que ¡viva Chávez! El mensaje no tendría ninguna variación
trascendente. Ciertamente, Chávez regresó al país. Pero todo continúa como si
él todavía estuviera en Cuba.
La idea de un vuelo inesperado, en la
madrugada del lunes pasado, con algunos mensajes desperdigados en el Twitter y
ninguna imagen disponible, sólo funciona para seguir ensayando esa especialidad
nacional que es la especulación. Que si vino porque ya está curado y sólo le
falta terminar un pelín del postoperatorio. Que si vino porque anda mal y
quieren dejar ya organizada la sucesión. Que todo es una patraña: que no vino.
Que vino y entró caminandito a su habitación. Que vino porque ya no se
aguantaba más allá, tan lejos. Que no fue que vino sino que lo mandaron… Ahora
todos somos expertos en el deporte extremo de las conjeturas.
Los silencios oficiales suelen
multiplicar las teorías de las conspiraciones. Ante el vacío de información,
resulta muy tentador imaginar que existe un orden oculto y enemigo,
perfectamente orquestado para ocultarnos la realidad. Ya se sabe: los cubanos,
además, estudiaron en la universidad de la Guerra Fría. Y llevan más de 50 años
de autoritarismo consentido, construyendo una sociedad donde el control de la
verdad es uno de los planes primordiales del gobierno. Al amanecer del lunes
pasado, en muchos lugares del país, el oficialismo implementó un operativo para
lograr generar una suerte de euforia colectiva: “Volvió-volvió-volvió”. Como si
alguien lo hubiera expulsado. Como si estuviéramos ante un retorno glorioso.
Por eso tal vez la estrategia fracasó. Porque se trató más bien de un regreso
casi clandestino. Porque, en el fondo, todavía el Presidente sigue siendo una
ausencia.
La terapia clínica es una geografía
aparte, pertenece a otro mapa. Chávez realmente está en el territorio de la
enfermedad. Y mientras no exista información clara sobre su salud, menos
importará realmente dónde se encuentra. No se necesitan pasaportes para cruzar
las frágiles fronteras del cuerpo. Y todo el misterio con que se ha manejado
este caso forma parte de una historia mucho más oscura y quizás más siniestra.
Una relato que tal vez no lleguemos a conocer bien nunca. La historia de cómo
el poder se aprovechó y utilizó la enfermedad de Hugo Chávez Frías.
Nicolás Maduro dijo que el Presidente
está como un paciente más en el Hospital Militar. Lo que no dice Nicolás Maduro
es que, desde hace dos años, aproximadamente, el piso 9 de ese hospital fue
acondicionado para recibir a ese paciente que es uno más. Que se hizo un
trabajo especial de blindaje en paredes y vidrios. Que se remodeló gran parte
del lugar, poniendo mármol en algunos espacios. Que incluso un sector del piso
8, el área de hospitalización que atendía a las recién paridas, también fue
cerrado y enrejado, para mayor seguridad de ese paciente cualquiera. Que de
todos los ascensores del hospital se dedicaron dos de manera exclusiva al
servicio del piso 9. Que a esos dos elevadores, aparte de los familiares y
allegados, sólo puede ingresar el personal de la Casa Militar y los compañeros
cubanos, por supuesto. Que los tratamientos aplicados de manera estricta en ese
piso –desde la anestesia hasta la recolección de basura, pasando por los
exámenes del laboratorio– se realizan bajo una terapia del secreto. Nadie puede
saber nada. El poder vive de lo que calla.
Yo sí creo que el Presidente debe ser
tratado de manera especial, con los mejores recursos disponibles. El problema
no está ahí, no es ese. Lo que resulta intolerable es el secreteo y la trampa,
la permanente mentira, el uso de la inocencia de la gente, la farsa inmoral de
querer hacer demagogia con la enfermedad. Ojalá que la indignación sea un
recurso natural renovable. En el futuro nos hará falta. Hoy los mercaderes
organizan sus negocios sobre un quirófano.
Lo que no dice Maduro es que un
ciudadano normal tiene que acudir al hospital Pérez Carreño, donde la milicia
bolivariana, esta semana, reprimió a los trabajadores que protestaban porque no
hay equipos ni materiales para tratar a cualquier paciente más.
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