LUIS UGALDE 21 DE FEBRERO 2013
Pedro, el primer papa, impidió que lo
divinizaran y se afirmó como servidor de la humanidad y de la Iglesia como
mensajero de Jesús. Al entrar con Juan en el templo de Jerusalén se encontró con
un paralítico que pedía limosna y le dijo: “No tengo plata ni oro, pero lo que
tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo el Nazareno, levántate y camina”.
Le dio la mano y lo levantó, el hombre
se puso a saltar y a alabar a Dios y la gente a divinizar a Pedro. Éste los
frenó: “¿Por qué se asombran y nos miran como si hubiéramos hecho caminar a
éste con nuestro propio poder y santidad?”.
Lo hemos hecho en nombre de Jesús, el
“santo e inocente” que dio su vida, y resucitado es enviado como esperanza y
camino para nosotros (ver Hechos de los Apóstoles 3,1-26). El papa y la Iglesia
son para brindar la vida y la esperanza de Jesucristo y salir al paso de todo
intento de autodivinización y de creación de ídolos laicos o religiosos.
Todo ídolo humano –incluso Hitler y
Stalin– nace de alguna acción buena que luego, entre las ganas de adorar y de
ser adorado, construye monstruos. La Iglesia no es el Reino de Dios, sino su
servidora humana con el Espíritu de Jesús, pero con la tentación y el pecado
dentro de sí. El gobierno central de la Iglesia no debe ser una corte real, ni
un palacio feudal, pero…
Me hubiera extrañado que este Papa no
renunciara y dejara en claro que no quiere el poder, sino el servicio con la
esperanza de Jesús. Cuando hace 47 años llegué a Alemania a estudiar teología,
justo al terminar el Concilio Vaticano II, Ratzinger era un joven y brillante
teólogo renovador. Todavía guardo los apuntes de sus tratados teológicos; en
ellos el Papado es servicio de fe a la comunidad cristiana y a la humanidad.
No es un poder de dominación, sino
autoridad espiritual de orientación, de inspiración y de gobierno. Pero en más
de un milenio de cristiandad el palacio vaticano ha tomado formas de cortes y
monarquías absolutas que hoy poco inspiran a seguir el camino de Jesús. La
sacralización de estas formas de poder tiende a hacer vitalicio al papa, en
lugar de un servicio temporal renunciable con la edad y los achaques. ¡Qué gran
regalo para la Iglesia y la humanidad esta renuncia! El hombre cristiano que
sirve como papa y se retira, sin corte palaciega ni poder. Lo mismo conviene a
reyes y gobernantes…
Extrañamente también se volvió
vitalicio el cargo de superior general de los jesuitas, aunque el mismo
fundador, Ignacio, quiso renunciar a los 10 años de gobierno (a los 60 años),
aunque sus compañeros no le aceptaron la renuncia. Su seguidor contemporáneo,
nuestro P. Arrupe, hizo a los jesuitas y a la Iglesia un extraordinario
servicio de renovación espiritual posconciliar en fidelidad al carisma de la
Compañía de Jesús y cargó con la cruz de las contrariedades que pesa sobre todo
profeta en busca de cambio.
En 1980 quiso renunciar y –como está
establecido– consultó a sus 4 consejeros y luego a los provinciales de todo el
mundo. En la primavera de ese año pidió mi opinión como provincial de Venezuela
y me dijo: Espero que nos veamos en otoño para elegir al nuevo P. general, pues
en Semana Santa le pediré al papa su aprobación y no creo que tenga
inconveniente. Pero el papa no le aprobó y no se dio la dimisión. Tampoco pudo
renunciar su sucesor, Kolvenbach, luego de 20 años de gobierno, hasta que
Benedicto XVI le aceptó, aunque le pidió que esperara a cumplir los 80 años.
Parece que algunos en la Iglesia temían que “el mal ejemplo” del “papa negro”
jesuita contagiara al pontificado.
Hoy la Iglesia católica, la curia
romana y el modo evangélico de ejercicio de la autoridad de Pedro requieren
profundos cambios para acompañar a los hombres y mujeres a mantener viva su fe
y esperanza. Esta renuncia papal puede ser un gran paso para que en la
renovación requerida siempre estén más presentes las “sandalias del pescador” y
la libertad del Nazareno para ir al encuentro de la fragilidad humana y de los
pobres, libre de los laberintos de las cortes monárquicas, que en otro tiempo
pudieron tener algún sentido.
Gobernar espiritualmente a 1 millardo
de católicos es complejo, y exige enormes cambios para, al modo de Jesús,
acompañar a las personas en sus múltiples situaciones de fragilidad, que a
menudo no se resuelven con rigideces legales. La renuncia del Papa presenta un
gran reto y una poderosa invitación a la renovación de la Iglesia para ser
testigos de Jesús.
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