Autor Anónimo
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“Si se revisan las leyes, decretos, periódicos, obras literarias y políticas publicadas en las repúblicas hispano-americanas desde la independencia hasta nuestros días, ha de verse con espanto que la teoría de los “hombres necesarios” ha estado en continuo vigor: que los hombres han sido amados apasionadamente; que ha muchos se les ha venerado como a ídolos omnipotentes; mientras que, al mismo tiempo, las instituciones han sido miradas como meras fórmulas, o como irrealizables utopías, o como vanas palabras, a las cuales no se ha dispensado ni favor, ni cariño, ni respeto.”
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“Si se revisan las leyes, decretos, periódicos, obras literarias y políticas publicadas en las repúblicas hispano-americanas desde la independencia hasta nuestros días, ha de verse con espanto que la teoría de los “hombres necesarios” ha estado en continuo vigor: que los hombres han sido amados apasionadamente; que ha muchos se les ha venerado como a ídolos omnipotentes; mientras que, al mismo tiempo, las instituciones han sido miradas como meras fórmulas, o como irrealizables utopías, o como vanas palabras, a las cuales no se ha dispensado ni favor, ni cariño, ni respeto.”
“En un sistema político en que la voluntad de los hombres es la norma y
la disposición de la ley es asunto secundario, inútil o perjudicial, la virtud
y la suficiencia no pueden ocupar puesto de honor y de confianza en la
administración de los negocios públicos.”
“La teoría de los hombres
necesarios -si acaso puede sostenerse en gobiernos de tipo monárquico- es
fatalísima en las repúblicas: es como espada de dos filos, que hiere al pueblo
y al magistrado. Envilece al primero y enloquece al segundo.”
“Envilecido el pueblo y
enloquecido el mandatario, pronto se llega a esta espantosa divisa de los
gobiernos despóticos: o esclavos de mis ideas
o enemigos de mi causa. Y en los simulacros de gabinetes se oye decir al
jefe de la nación y a sus ministros: si
tal ley perjudica a nuestro gobierno o a nuestra causa, ¿cómo habremos de ser
tan necios para cumplirla?”
“Sostener que el fin justifica los medios, como una
máxima política, es obra del criterio personalista, pues el único fin de la
política es la felicidad pública, y el único medio de lograrla es cumplir
estrictamente las leyes que la nación se ha dado.”
“Los gobiernos
personalistas aparecen más políticos que administradores, lo que es un
gravísimo mal para el país que soporta semejante sistema. En él no se
desarrollan con holgura ni el carácter de los ciudadanos, ni las comodidades
que dan tranquilidad a la vida; ni las industrias que han de dar riquezas; ni
las ciencias y las artes.”
“Los gobiernos
personalistas anulan completamente la iniciativa particular. Es esto tan
evidente, que puede asegurarse a priori
de un país en que todo lo hace el gobierno, que es un país regido por gobiernos
personalistas.”
“¡Cuán amargos los frutos
del personalismo! Todo es en él humillaciones y desatinos. ¡Y cómo corrompen y
envilecen las costumbres de los pueblos! A fuerza de ir cediendo el ciudadano a
las alevosas sugestiones de este régimen fatal, hace al fin abandono completo
de todas su ideas, de todas sus aspiraciones, y aun de todos sus derechos en
las manos del ídolo, que así llega a ser omnipotente.”
“¡Qué confianza, qué
sentimiento de consideración o de respeto puede inspirar a las naciones serias
y cultas un país gobernado por los variables caprichos de hombres que, algunas
veces, no son los más honrados y virtuosos de un país.”
“Si la Ley de las leyes cambia
frecuentemente; si el Congreso deroga y hace leyes en virtud de que así lo
quiere el nuevo gobierno; si cada Presidente se cree desligado de los
compromisos que contrajo su antecesor; si la ley, en resumen, no es garantía,
ni los convenios son obligatorios, ¿cómo se quiere que la buena inmigración
venga, que el comercio prospere, que las industrias se desarrollen; que los
ciudadanos sean libres y felices.”
“Cuando ya están
suficientemente envilecidos los pueblos para no preocuparse en la elección de
sus magistrados y para soportar impasibles toda clase de imposiciones, se llega
a ver que hombres -menos que quijotes, verdaderos necios- alcanzan los más
encumbrados puestos de la administración pública por el sólo mérito de ser
miembros de la familia del presidente.”
“Los personalistas son
los fariseos de la política. Pregoneros ardorosos de todas las libertades y de
todos los derechos cuando están fuera del poder, apenas llegan a ser jefes,
encuentran inconvenientes a la libertad de la prensa, que cuenta públicamente
sus errores; a la libertad de reunión, porque es una amenaza para la autoridad;
y a la libertad de industria, porque eso arruinaría a varios amigos que viven
del monopolio.”
“El personalismo es
eminentemente corruptor. En la necesidad de hacer brillar a la persona por
sobre los principios y por satisfacer el precio de la vil lisonja,
inextinguible pebetero con que se oficia en sus templos, piensa en el
enriquecimiento voraz y, como dice Solís, rompe con la conciencia y la
reputación.”
“En tan aflictivas
situaciones de un país, sólo podrá salvarlo el aparecimiento en el poder de un
partido victorioso, amigo sincero del legalismo; que ame más a la justa gloria
de su nombre que a la opulencia de sus miembros, y que procure una sucesión de
gobiernos semejantes, que trabajen en idéntico sentido todo el tiempo, para
aniquilar en el seno de la sociedad las costumbres personalistas.”
Alguien dijo que: “Los pueblos que desprecian su historia están condenados a repetir sus
mismos errores”. Eso parecería aplicarse textualmente a los venezolanos,
según se deduce de los conceptos arriba recogidos, los cuales no corresponden a
ningún pensador de hoy, sino que fueron plasmados por Jesús Muñoz Tébar en su
obra “Personalismo y Legalismo”, escrita en Nueva York en 1890 -¡hace más de un siglo!-, mucho antes de
que aparecieran los gobiernos dictatoriales de Gómez y Pérez Jiménez, o los
últimos democráticos de Luis Herrera, Lusinchi, Carlos Andrés, Caldera… y, “por
ahora”, Chávez.
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