Editorial del Centro Gumilla, 07/02/2013
“Con la vida
en contra, una mujer saca adelante a 14 muchachos. Una de sus hijas ha sido
condenada a muerte por un distribuidor de drogas. Ella, Eulogia, lo sabe. Pero
no le queda tiempo para llantos: su único descanso es aquel que le reservan
cuatro horas de sueño cada noche. Lo demás es bolsa. Bolsa tras bolsa, o
plancha en mano, saca de donde no tiene para pagar las arepas y las boletas a
catorce hijos y nietos”
Sebastián de la Nuez
Para llegar donde Eulogia, es decir, a la casa donde está viviendo con su hermana y catorce menores de todas las edades, no hay que andar demasiado. Sólo ir a Guarenas, darle la vuelta a una redoma, regresar como si uno fuese a tomar la carretera vieja y subir por una de las dos cuestas que ofrece el cerro, ahí mismito. Hay una parada de autobús donde mataron hace tres años al segundo de los hijos de Eulogia. De allí suben esas dos cuestas bien empinadas, una a la izquierda y otra a la derecha. La casa se consigue subiendo por la derecha. Al llegar a una santamaría pintada de colores y adornada con abolladuras de balazos, bajas una hilera de escalones de cemento desiguales, pasas la capillita pintada de azul que le pusieron los vecinos a dos jóvenes asesinados en el lugar y, poco más abajo, encuentras la casita rodeada por una cerca alfajol. De bloques, con rejas de hierro en las ventanas, pintada de amarillo. Desde el terreno aledaño observas la autopista que comunica con Guatire donde los carros en miniatura van y vienen. Es la misma vista que puede tenerse desde un avión; pero encima del barrio donde vive Eulogia con su hermana y la muchachera hay tres o cuatro barrios más. Casi cualquier cosa que uno le pregunte a Eulogia guarda relación con algo que queda por allá encima. “¿Dónde es que usted busca los materiales para hacer sus cuatro mil bolsas semanales?” “En un sitio que está por allá arriba”. “¿De dónde viene el señor que le alquila la lavadora los domingos, por sesenta bolívares de los de ahorita?”. “Guá, de allá arriba”.
Lo único que queda arriba de manera tangible es la escuela, con su cancha para jugar futbolito y una puerta azul. Casi todos los niños que viven con Eulogia entran a la una de la tarde y permanecen allí hasta la cinco: les dan una especie de almuerzo compuesto por arepas y un vaso de leche. Los niños que rodean a Eulogia parecen haber salido de un anuncio de United Colors of Benetton fotografiado en el Caribe. Con su piel recién estrenada y los ojos como aceitunas de vidrio, se le quedan mirando al periodista como si hubiera llegado vía expresa desde Marte. Pero lo que debe decirse de una buena vez es que Eulogia los saca adelante a todos, sean hijos o nietos heredados de los padres que se han marchado o han muerto. Los saca adelante con la fuerza de su voluntad de acero inoxidable. No hay fisuras por donde pueda escaparse el desaliento en su vida cotidiana que comienza a las 4:00 am y termina a las 12:00 de la medianoche, hilando y pegando bolsas. No se da tregua. En algún momento recuerda al marido asesinado el 29 de diciembre pasado. Esa fecha la tiene clarita y no le queda por allá arriba.
Lo otro que debe decirse de una vez es que cuatro de los niños a su cargo tienen a su madre sentenciada a muerte, y todos lo saben en esta casa de bloques con la cadena musical en la esquina y los sillones de la sala protegidos con sus sábanas estampadas. Todos, grandes y chicos, incluyendo a la preciosa niña de diez años que escucha la entrevista con sus ojos achinados. Alieska desea, de grande, convertirse en doctora. Así mismo dice, “yo quiero ser doctora”.
Por un puñado de coca
El asunto es así: Yuleima, su madre, introdujo un paquete de cocaína en la cárcel pues su novio de turno, a la espera de juicio por un crimen, se lo pidió. Y como la abuela de Alieska dice, Yuleima es capaz de cualquier cosa por ese hombre, incluso de robar a su propia madre. Platos, celular, ropa de uno de sus hermanos que por mala suerte lleva la misma talla del amante: lo que sea, con tal de dárselo al galán antes recluido en La Planta y ahora en otro lugar que es mejor mantener en reserva.
El puñado de coca lo consiguió con un amigo del antiguo barrio donde vivía la familia cuando la familia aún estaba completa. Después de entregado y consumido, no fue cancelado y, ya se sabe, este tipo de compromisos debe honrarse a rajatabla. Son deudas sagradas, más tratándose de un amigo que le había rebajado medio millón a la mercancía. Sin embargo, el reo y su novia se desentendieron del pago; ella se marchó fuera de Guarenas, cerca del lugar donde ahora está recluido el galán.
Mejor se lo hubiera pensado un poquito. Ahora, aunque decidiera pagar la deuda con todo e intereses acumulados, igual quedaría sentenciada. No puede aparecerse por Guarenas. No puede ver a los hijos a menos que se ponga de acuerdo con la abuela y los encuentre en otra parte. Está condenada por abusadora. Así le dijo el distribuidor a Eulogia cuando hablaron la última vez.
Al segundo de sus hijos, de 25 años –ahora tendría 28−, también supo que lo iban a matar y tampoco pudo evitarlo. Lo único a su alcance fue rogarle que no saliera de la casa. Pero salió, salió a comprar cualquier cosa el 7 de noviembre de 2006 y en la parada lo atajaron. Se bajó alguien de un carro y le descargó 18 tiros. “Digo yo que fue una venganza. Nunca llegó a matar a nadie pero lo que hacía era que se agarraba las cosas ajenas de las casas”. En sus últimos tiempos fumaba piedra en la casa delante de los chamitos, y como su madre no quería que saliera para que no lo mataran, ella misma decidió salir a comprarle la droga. Pero se descuidó y, pese a sus ruegos, el joven salió un mediodía. Cuando Eulogia regresó y no lo vio en casa, se sentó a esperar la noticia. No pasó ni una hora cuando le vinieron a avisar. Para ese momento, Yuleima, que trabajaba, tenía un dinero dispuesto para el entierro: estaba previsto.
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Tomado de:
http://sicsemanal.wordpress.com/2013/02/07/cronica-alla-arriba-en-aquel-cerro/
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