Por Nelson Castellanos
Hernández, 12/02/2013
Así se llamaba una
telenovela colombiana escrita por el mexicano Carlos Enrique Taboada, cuenta la
historia de una ejecutiva exitosa, compitiendo en el mundo de los negocios. Sus
relaciones con un viudo, con cuatro hijos que no la aceptan. Forman el clan de
los Altamira, una familia unida por el odio y la pasión por el dinero.
En Venezuela se ha
hablado mucho de la sucesión de Chávez. Se ha denunciado al clan de Barinas, su
fulgurante ascensión social y sus intereses económicos. Se analizan los pro y
los contra que representan cada uno de los herederos políticos. Por un lado encontramos
a los Castro apuntalando a Maduro para no perder su parte del pastel y por el
otro un sector militar, representado por Diosdado, un grupo que se resteó con
un golpe, han permanecido fieles el virtual “De cujus”, comprometidos en su
“revolución” y en una gestión que de conocerse bien pondría a más de uno en
dificultad.
Distraídos con la disputa
en ciernes entre los herederos, poco se ha hablado de la herencia que nos deja
Chávez y su pandilla.
En Derecho, una herencia
es un patrimonio activo o pasivo que una persona deja al momento que fallece.
En biología es la trasmisión de un carácter o fenotipo, de un organismo a su
descendencia, lo cual incluye rasgos físicos como conductuales.
Por extensión también se
habla de herencia social, en antropología moderna se define así a la cultura y
en las ciencias sociales a los hábitos y valores adquiridos. Consiste en la
transmisión oral, escrita y en representaciones de las ideas, ejemplos y
realizaciones.
La cultura ha sido definida
como “un todo complejo que incluye los conocimientos, las creencias, el arte,
el derecho, la moral, las costumbres y demás aptitudes que el hombre adquiere
como parte de la sociedad” (E.B. Tylor).
Tiene una importantísima
función de integración y de cohesión social, le da sentido tanto al concepto de
familia como al de nación. De alguna manera legítima las relaciones entre sus
miembros y las relaciones con los otros.
Una vez producida la
cohesión en el seno del grupo, la cultura, los valores comunes, las normas la
dan un sentido a los lazos que unen sus integrantes, creando relaciones más
sólidas que los simples nexos biológicos.
Las interrelaciones que
se producen provienen de la división de las responsabilidades, de la cercanía
geográfica o del deseo de perpetuarse y reproducirse. Ello deriva en la idea de
nación, lo cual permite que los hombres vivan juntos en paz sobre un mismo
territorio y que eventualmente en su defensa, puedan declarar la guerra a otras
naciones con otras culturas, otros valores y objetivos opuestos.
Atentar contra esos
valores comunes es atentar contra la unidad nacional, contra la supervivencia
como país, contra la seguridad de sus miembros, contra su razón de ser.
Una política
gubernamental que incite al odio, la angustia y al desorden público, solo busca
crear un caos social, en el cual los dueños del poder y las armas terminan
tomando el control total de la población, a fin de dirigirlos a sus intereses
personales y no al bien común.
Se comienza dividiendo a
los integrantes de la misma sociedad, luego se procede a marginar al sector que
no puede dominarse. A los más débiles se les somete con la dependencia
económica, con el discurso manipulador, con pan y circo, con amenazas, con
regalos que no produzcan soluciones definitivas de progreso, sino el bienestar
inmediato del beneficio gratuito.
Se intervienen los medios
de comunicación, para controlar los mensajes que se pondrán al servicio de la
destrucción de los valores que nos definen, se instaura la irreverencia, la
vulgaridad, los gritos y los insultos, todo es válido para sembrar nueva ideas
que destruyan el producto de la civilización y permita los desmanes abusivos
del autócrata.
Se permite la violencia
en manos irresponsables, que de manera impune van sembrando dolor y muerte, lo
que trae como consecuencia la destrucción de la felicidad, de las familias y
del amor a la patria que nos ha abandonado a nuestra triste suerte.
Los autores del crimen
saben que el pueblo confunde el país con el gobierno y si el ciudadano concluye
que perdió sus nexos con su patria, tirará la toalla, se rinde o se va.
Paralelamente se toma el
control de las instituciones, no solo para manejarlas a su conveniencia, sino y
especialmente para producir en lo profundo del que resiste la desesperanza, del
que se encuentra indefenso y a su propia suerte.
La sucesión de medidas
arbitrarias, el abuso del poder y la prepotencia harán el resto. Solo falta que
los recursos puedan utilizarse sin ningún control, para regalarlos, robárselos,
comprar conciencias o votos, para que la destrucción de lo que siempre habíamos
sido termine por colapsar.
Una nueva cultura se
instala como “herencia maldita” de un régimen, dirigido por Fidel y Raúl
Castro, quienes ya acabaron con su propia nación.
La herencia que amenaza
nuestra idiosincrasia tenía todo calculado, menos al destino que se presenta en
forma de enfermedad. Ni contaba con la resistencia perseverante de una sociedad
que nació libre y democrática, con valores, que prefería ser pobre pero honrada
y que se resiste a irse o a dejarse dominar.
Una intensa operación de
marketing y de publicidad intenta llenar el vacío del presidente virtual,
retenido en manos de los nuevos jefes del país.
Afiches y carteles
pretenden sustituir a Venezuela por Chávez, como si la noción de país
dependiera de la salud del enfermo. La búsqueda desesperada por sustituir
gerencia, eficacia, solución de los problemas, gestión gubernamental y de los
recursos, por un mito al que pretenden idealizar, con sus rituales y su
devoción popular.
Un país pierde cuando le roban
su bonanza económica, el tiempo desaprovechado es irrecuperable, de los 300
millones de dólares diarios no queda nada, ni siquiera una carretera sin
huecos.
Tan solo un foso profundo
en el que se han ido los sueños, la seguridad y el futuro, dejándonos como
herencia la escases de productos, perdida de los trabajos, deudas a otros
países y la invasión de las fuerzas de seguridad de los Castro.
Nos deja también las
colas: en la autopista, en el banco, en el supermercado, para comprar medicinas
que no hay, para que te atiendan en un hospital, para que te den una cita de
CADIVI.
Heredamos la lista Tascón
y la Maisanta destinadas a la segregación. Nos deja presos políticos,
expropiaciones, exilados, victimas del hampa y a gente pobre manipulada por el
temor a perder sus dadivas.
Nos queda una Venezuela
sin un camino, ni un puerto, ni una fábrica, ni un colegio ni un hospital en
buen estado, que se pueda mostrar como resultado de la danza de millones. En
cambio se arruinó la industria y la producción agropecuaria.
Felizmente todo heredero
es libre de aceptar o no una sucesión, dispone de un tiempo delimitado para
tomar su decisión, a partir de la desaparición física del fallecido.
Una esperanza para
Venezuela por que al renunciar se liberará de la herencia negativa y no tendrá
que sufrir más por las deudas del difunto.
Ex Cónsul de Venezuela en Paris
Presidente de Venezuela-Futura, Francia
Tomado de:
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