Por Andrés Hoyos, 10/02/2013
Me preguntaba por
estos días por qué hay tanta polarización política en América Latina, cuando
Perogrullo me dio una respuesta inapelable: porque funciona.
Chávez, el campeón
en la materia, ganó un cuarto mandato el 7 de octubre de 2012 con un discurso
plagado de insultos al rival, aunque desde luego que también aceitó la
maquinaria con un gasto público desbordado. Sin embargo, la polarización no
sólo le funciona a Chávez: otros caudillos subcontinentales se han hecho
fuertes detrás de ella: Correa, Morales, Cristina Kirchner, el inefable Ortega
y, sí, incluso el mismísimo Álvaro Uribe, que en estas materias es de signo apenas
aparentemente contrario a los mencionados. Más difícil, claro, y más
importante, es contestar la pregunta de por qué polarizar funciona. Lo que
sigue es el esbozo de una hipótesis de respuesta.
La polarización
política está emparentada —y no sólo de manera formal— con la telenovela
porque, al igual que el melodrama exitoso, divide al mundo en buenos y malos,
en amigos y enemigos, en blanco y negro, limitando al máximo los grises. Al
igual que su pariente televisiva, la vertiente política es una apuesta por la
pereza o la ignorancia del ciudadano promedio y, por la misma razón, cautiva la
imaginación de gente poco ilustrada o perezosa que, dolorosamente, abunda en
estos países. El cubrimiento espectacular de las noticias hecho por la
televisión refuerza la polarización política, pues el medio simplifica y
recarga las tintas casi por definición. A la prensa escrita la polarización le
sirve menos, así caiga con frecuencia en la trampa.
Toda polarización
es interesada y destierra la reflexión. ¿Para qué complicarse la vida si las
cosas están claras de antemano? El sutil, el que matiza, el que no se asimila a
un trato genérico, es triturado por la maquinaria maniquea. A veces la
polarización parte de bases reales —un régimen agotado en Venezuela en 1998,
una arrogancia guerrillera desbordada en Colombia en 2002— y puede ser
necesaria, sobre todo cuando la amenaza que se cierne sobre una sociedad tiene
la capacidad de destruirla. Churchill polarizó a Inglaterra en 1940 y, de paso,
la salvó. Otras veces, claro, el tiro sale por la culata, como parece estarle
pasando ahora a la derecha americana.
¿Se ha vuelto la
polarización un vicio político, como proponen algunos? Yo creo que sí, tanto
para quien la genera como para quien la consume, al punto de que cuando las polarizaciones
necesarias dejan de serlo los adictos son los últimos en enterarse. Otra
característica de la polarización es que aquellas que se prolongan mucho o soy
muy agudas resucitan con facilidad, como lo demuestran las casi increíbles
nostalgias peronistas que cada tanto resurgen en Argentina. La polarización
obviamente le conviene a un caudillo y no sólo porque le ayuda a ganar
elecciones; también lo reviste del famoso teflón que primero se señaló en el
caso de Reagan.
Sea de ello lo que
fuere, los polarizadores han resultado ganadores últimamente en América Latina.
El recurso sólo se vuelve peligroso cuando los polos son tres o más, pues cabe
entonces la posibilidad de que el gris salga favorecido. Las recientes
elecciones presidenciales de México, divididas en tres y sin segunda vuelta, le
dieron el triunfo a Enrique Peña Nieto, el gris candidato del PRI.
En cualquier caso,
los lentes polarizados deforman el panorama político en vez de aclararlo y no
son convenientes.
andreshoyos@elmalpensante.com
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