Por Angel Alayon, 12/02/2013
El ruido debe ser separado de la señal para poder aumentar
la posibilidad de acertar una predicción, sugiere Nate Silver. En este caso, había ruido y mucho: menos
de una semana antes del anuncio de la devaluación, el primer vicepresidente del
Banco Central de Venezuela había declarado que no existían condiciones para devaluar la
moneda. Días antes, el Presidente de la Comisión de Finanzas de la Asamblea
Nacional aseguraba que no había necesidad de una devaluación. Lo único bueno
es que se sabe que este tipo de declaraciones son ruido: nadie anuncia una
devaluación. Las señales, sin embargo, estaban allí para quien quisiera
leerlas.
El gobierno incrementó el
gasto público en el 2012 a niveles sin precedentes en la historia económica
venezolana. El tamaño del gobierno superó la mitad del valor de todos los
bienes y servicios de la economía (PIB). Durante el año anterior a las elecciones
del siete de octubre, el gasto público aumentó un cuarenta por ciento, en
términos reales. Las importaciones alcanzaron cincuenta y cinco mil millones de
dólares para acompañar el incremento del consumo. Nada como una elección para
que se dispare el gasto en busca de votos. Y nada como el gasto público para
ganar elecciones. Pero alguien debe pagar por ese gasto. Y es verdad que no hay
almuerzo gratis, pero no siempre pagan los comensales.
El déficit fiscal del
gobierno central se estima en 7 puntos del PIB para el Gobierno Central y al menos 16 para el
sector público consolidado. Es un déficit elevado: uno de los más
altos del mundo si quieren alguna referencia (y no es que las cuentas en el
mundo anden muy bien). El incremento del costo del dólar de 4,30 bs. a 6,30 es
un alivio para las cuentas fiscales. Ahora el gobierno recibirá más bolívares
por cada dólar petrolero. Tan conscientes del efecto fiscal de la devaluación
están que el Ministro de Comunicaciones escribió en su cuenta de twitter: Cifras
oficiales: el déficit del gobierno central baja de 5,5% a 3,3%”. Sí, el déficit
bajará, pero no por arte de magia, al menos que haya un conjuro que
desconozcamos. El déficit sigue allí, como el dinosaurio, y quizá no hayamos
despertado.
Los intentos por
desvirtuar el carácter fiscalista de la medida han generado declaraciones
curiosas. El Canciller de la República declaró que el “ajuste cambiario” forma
parte de las políticas para fortalecer la producción nacional y
estimular la exportación”. Si esto es cierto, deberíamos esperar que
en los próximos días el gobierno comience a entregar certificados de demanda
nacional satisfecha, requisito indispensable para poder exportar alimentos
desde Venezuela, y levantar la prohibición de exportación vigente.
Sí, en Venezuela existe una prohibición de exportar
alimentos.
Pretender que la devaluación
se llevó a cabo por razones competitivas, una medida vilipendiada como parte
del Consenso de Washington, es por lo menos una paradoja. También llama la
atención que ningún país haya manifestado su preocupación por la inminente
inundación de sus mercados por productos venezolanos, una reacción típica ante
devaluaciones que tienen efectos competitivos reales. La única preocupación que
hasta hora se ha manifestado se refiere a la posibilidad del incremento del
contrabando en una frontera en la que el control de precios y el de cambio
distorsionan los términos de intercambio.
El cambio en el sistema cambiario venezolano eliminó el
SITME y dejó varias preguntas en el aire: ¿habrá algún mecanismo distinto a
CADIVI para la compra de divisas en Venezuela? ¿El gobierno pretende que CADIVI
atienda toda la demanda de divisas en Venezuela? Algunos piensan que vienen
nuevos anuncios, otros argumentan que aunque durante el anuncio de la
devaluación se nombró al innombrable, el gobierno no intervendrá en ese
mercado. ¿Se limitará CADIVI a entregar divisas a los bienes “esenciales y
necesarios” que determine el novísimo “Órgano para la optimización cambiaria?
¿Cuáles serán los criterios para determinar lo “necesario”? ¿Es este “Órgano”
un paso más hacia un modelo de estricta planificación centralizada? Estas
preguntas tendrán respuestas pronto. La realidad siempre dice más que cualquier
discurso, aunque algunos no quieran escucharla.
Aquel-que-no-puede-ser-nombrado tiene un efecto directo en
los precios de la economía. Los precios se forman tomando en consideración no
solo cuál es el valor actual del dólar, sino cuál será (cuál se cree que será)
el precio del dólar en el futuro. Limitar la entrega de dólares a CADIVI
ejercerá presión sobre los precios de la economía por la vía de las
expectativas, pero también de los costos actuales, mientras haya agentes que
sigan importando al innombrable. Esta situación hace pensar que todavía no está
dicha la última palabra sobre el sistema cambiario en Venezuela, pues buena
parte de los precios en Venezuela están ligados a la evolución del tipo de
cambio. Y ya los precios, como sabemos, encendieron los motores. No necesitan
de empujoncitos adicionales. Dejar de nombrar algo no lo hace desaparecer.
Mientras tanto, un fantasma recorre los anaqueles: la
escasez. El BCV ubicó el índice de escasez en 20,4% en enero –el nivel que se
considera normal es 5%-. Hemos alcanzado el nivel más alto desde el año 2008. Y
ya sabemos que la escasez es dinamita política. El control de precios cumplió
diez años mostrando señales inequívocas de agotamiento. Los precios de los
alimentos han crecido casi el doble que el resto de los precios de la economía
y la gente anda saltando de establecimiento en establecimiento para conseguir
sus alimentos. ¿Hace falta algo más para entender que el control de precios es
una política fallida? En los países que tienen seguridad alimentaria, los
alimentos no son tema de conversación. Aquí parece ser nuestro tópico favorito
y no por razones del arte culinario.
La escasez en Venezuela es consecuencia del control de
precios, pero también del control de cambio. Parte de los insumos y materias
primas de la industria de alimentos son importados y requieren divisas. La
insuficiencia de divisas o la entrega inoportuna de los dólares afecta la
estructura de costos de producción, lo que complica la producción en el marco
de un control de precios en el que hay productos que llevan hasta dos años sin
ajustes de precios.
El tema de discusión no es solo cambiario, ni estamos
hablando de un problema económico de corto plazo. Es una hora de definiciones
en materia de modelos económicos (y políticos). Las arrugas se pueden correr,
pero siempre se corre el riesgo de romper la tela. Ante políticas y mecanismos
agotados, esperemos nuevas medidas. Frente al abismo, siempre hay al menos dos
opciones. Mientras tanto, la economía no espera: desespera.
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