L´Osservattore Romano. Vaticano
Vaticano, 11 febrero 2013
Por GIOVANNI MARÍA VIAN
(L´Osservattore
Romano. Vaticano).- Es un
acontecimiento sin precedentes, y consecuentemente ha dado enseguida la vuelta
al mundo: se trata de la renuncia de Benedicto xvi al papado. Como el propio
Pontífice ha anunciado con sencilla solemnidad a un grupo de cardenales, desde
la tarde del 28 de febrero la sede episcopal de Roma estará vacante e
inmediatamentee después se convocará el cónclave para elegir al sucesor del
apóstol Pedro. Así se especifica en el breve texto que el Papa ha redactado
directamente en latín y que ha leído en consistorio.
La decisión del Pontífice se tomó hace muchos meses, tras el viaje a
México y Cuba, y con una reserva que nadie pudo romper, después de “haber
examinado ante Dios reiteradamente” la propia conciencia (conscientia mea
iterum atque iterum coram Deo explorata), a causa de la avanzada edad.
Benedicto xvi ha explicado, con la claridad propia de él, que ya no tiene
fuerzas “para ejercer adecuadamente” la enorme tarea que se pide a quien es
elegido “para gobernar la barca de Pedro y anunciar el Evangelio”.
Por esto, y sólo por esto, el Romano Pontífice, “muy consciente de la
seriedad de este acto, con plena libertad” (bene conscius ponderis huius actus
plena libertate) renuncia al ministerio de obispo de Roma que le fue
encomendado el 19 de abril de 2005. Y las palabras que Benedicto xvi ha elegido
indican de modo transparente el respeto de las condiciones previstas por el
derecho canónico para la dimisión de un encargo sin igual en el mundo dado su
peso real y la importancia espiritual.
Es de sobra sabido que el cardenal Ratzinger no buscó de modo alguno la
elección al pontificado, una de las más rápidas de la historia, y que la aceptó
con la sencillez propia de quien verdaderamente confía su vida a Dios. Por ello
Benedicto xvi nunca se ha sentido solo, en una relación auténtica y cotidiana
con quien amorosamente gobierna la vida de cada ser humano y en la realidad de
la comunión de los santos, sostenido por el amor y por el trabajo (amore et
labore) de los colaboradores, y apoyado por la oración y por la simpatía de
muchísimas personas, creyentes y no creyentes.
En esta luz hay que leer también la renuncia al pontificado, libre y
sobre todo confiada en la providencia de Dios. Benedicto xvi sabe bien que el
servicio papal, “por su naturaleza espiritual”, debe ser llevado a cabo también
“sufriendo y rezando”, pero subraya que “en el mundo de hoy, sujeto a rápidas
transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la
fe”, para un Papa “es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del
espíritu”, vigor que en él naturalmente va disminuyendo.
En las palabras dirigidas a los cardenales, primero sorprendidos y
después conmovidos, y con su decisión sin precedentes históricos comparables,
Benedicto xvi demuestra una lucidez y una humildad que es ante todo, como
explicó una vez, adhesión a la realidad, a la tierra (humus). Así, al no
sentirse ya capaz de “ejercer bien” el ministerio que se le ha encomendado, ha
anunciado su renuncia. Con una decisión humana y espiritualmente ejemplar, en
la madurez plena de un pontificado que, desde su inicio y durante casi ocho
años, día tras día, no ha dejado de sorprender y dejará una huella profunda en
la historia. Esa historia que el Papa lee con confianza en el signo del futuro
de Dios.
Giovanni Maria Vian
12 de febrero de 2013
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