Paulina Gamus Lunes, 29 de
julio de 2013
Jamás de los jamases pude imaginar que
algún día añoraríamos la oratoria de Hugo Chávez. Era vulgar, ofensivo,
amenazante, arbitrario, chabacano, cursi, ridículo, payaso, pero de vez en
cuando soltaba alguna idea. Había que verlo y oírlo porque solía gobernar
frente a las cámaras de televisión y en cadena nacional. La mayor parte de sus
dislates, de sus abusos de poder, de sus decisiones demagógicas y populistas,
de sus nombramientos y destituciones y de sus órdenes de perseguir y encarcelar
a adversarios o a personas que lo incomodaban, así como sus amores, odios y
rupturas internacionales, eran conocidos en el país y en el extranjero, gracias
a sus interminables alocuciones encadenadas. Confieso que nunca agradecí tanto
a la vida no haber seguido mi vocación de ser periodista, como en esos largos
catorce años en que los profesionales del área debían soportar aquellas
peroratas para luego publicar un resumen.
Era difícil entonces imaginar que
pudiese haber algo peor que esa microfonía compulsiva del gran timonel y llegó
Maduro, mejor dicho, llegó la dupla que nos gobierna; el dúo dinámico
constituido por el presidente en entredicho y el capataz de la Asamblea
Nacional, teniente en situación de retiro, mejor dicho de expulsión, Diosdado
Cabello. Decir que nos gobiernan es un eufemismo, porque hasta ahora no hay
evento alguno, incluyendo las fechas patrias, que no tenga el mismo guión: loas
al Gigante, al líder supremo, a “nuestro” Comandante Chávez, el único e
insustituible y, acto seguido, insultos y amenazas a la oposición. Los
calificativos fascista, apátrida, burguesito, asesino, corrupto, son
indispensables en cada una de las apariciones de la dupla que comparte la
presidencia.
En las últimas semanas hemos apreciado
una cierta variante en ese libreto y es la incorporación de las denuncias de
conspiraciones que pretenden acabar con las vidas de ambos presidentes. El 24
de julio, día del natalicio de El Libertador, ese tribuno que lleva por
apelativo el nombre de Dios, vociferaba que no se equivocaran (los
conspiradores) que caiga quien caiga, así sean el mismo, Nicolás o cualquier
otro, sabrán quiénes somos, porque aún no nos conocen. Tratamos de descifrar
ese galimatías y llegamos a la conclusión de que fue un lapsus derivado de la
mala conciencia del teniente en situación de retiro por expulsión: o él está
metido en la conspiración para asesinar a su socio en el poder o piensa que
éste podría autosuicidarse, lo que viene al pelo cuando se trata de suicidios
que suscitan dudas.
La manía de acudir con alguna
regularidad a las denuncias de magnicidio en grado de tentativa, fue copiada al
carbón por el difunto Hugo Chávez de su padre putativo y guía máximo, Fidel
Castro. Un cálculo a vuelo de pájaro nos lleva a que en sus 45 años de
ejercicio absolutista y activo del gobierno de Cuba, Castro refirió unas tres
tentativas de asesinarlo por año, casi siempre atribuidas a ese monstruo de mil
cabezas llamado Central Intelligence Agency vulgo CIA. La conclusión es que
después de 135 intentos fallidos de acabar con la vida del tirano, uno puede
entender el porqué del caso Snowden y del affaire WikiLeaks de Julian Assange.
Cuando el discípulo Chávez se inició en denuncias similares -se calcula que
fueron no menos de 25 en sus catorce años de gobierno- la prensa chavista
(Aporrea, Vea y otros por el estilo) incorporaron en la planificación del
asesinato de su líder, al Mosad israelí. Resulta que el A Mosad leModi'in
v'leTafkidim Meyuhadim (su nombre en hebreo) o "Instituto de Inteligencia y
Operaciones Especiales", que puede contar entre sus hazañas haber conocido
con anticipación el discurso acusatorio de Nikita Kruschev contra Stalin, en
1956, la localización y captura de Adolf Eichmann en Buenos Aires, en 1960, la
obtención de los planos de los aviones franceses Mirage 5, lo que le permitió a
Israel fabricar los poderosos aviones de caza IAI KFIR, la Operación Entebbe
para rescatar a los 250 pasajeros de un avión de Air France llevado por
terroristas árabes a la Uganda de Idi Amín Dadá, en 1976 y la aniquilación uno
por uno, de los terroristas implicados en el secuestro y asesinato de los
atletas israelíes en las Olimpiadas de Munich, en 1972; ese prodigioso cuerpo
de espionaje y acción que ha sido capaz de dar muerte con un arma satelital de
largo alcance, a un jefe terrorista palestino sin que se movieran un milímetro
sus lentes ni su celular colocados en su escritorio, falló una y otra vez de
manera vergonzosa en los supuestos intentos de librar a Venezuela y al mundo de
la presencia de Chávez.
Agotadas por increíbles las
imputaciones al Mosad y debilitadas las que se le hacen a la CIA, ahora la
conspiración con fines asesinos se fragua en Colombia bajo la dirección del ex
presidente Álvaro Uribe Vélez. A este controversial personaje de la política
colombiana no se le puede negar su éxito en combatir y debilitar al máximo, a
los aliados y altos panas de Chávez, las FARC. Quizá de allí provenga el miedo
que manifiestan nuestros Tintán y su carnal Marcelo. La insistencia en la
denuncia, que transpira pánico, nos obliga a buscar en el diccionario el
verdadero significado del término magnicidio: “Se considera magnicidio el
asesinato u homicidio de una persona importante”. Juzguen ustedes apreciados
lectores si ese podría ser el caso de los dos presidentes, Maduro y Cabello.
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