Trino Márquez Jue Ago 08, 2013
@trinomarquezc
Desde distintos sectores de la vida
nacional han surgido voces, algunas muy calificadas, que plantean la necesidad
de avanzar hacia la convocatoria de una nueva Constituyente. Hasta el propio
Henrique Capriles se sintió obligado a coquetear con esa proposición en el
discurso del mitin del sábado 3 de julio, en el acto de solidaridad con Richard
Mardo. No creo necesario ni conveniente emprender ese camino, que solo
profundizará los graves problemas confrontados por el país.
Una Constituyente únicamente beneficiará al precario gobierno de Nicolás Maduro. Esto lo comprendió perfectamente el heredero y presidente a juro, quien le replicó a Capriles que estaba dispuesto a aceptar la convocatoria a esa hipotética Constituyente. ¿Por qué esa respuesta tan solícita de un señor que no ha hecho otra cosa que injuriar y amenazar al gobernador de Miranda? Pues, porque le brinda una salida para ocultar las enormes dificultades que enfrenta y no sabe cómo resolver. Entrar en un debate sobre la convocatoria a la Constituyente, y luego acerca del diseño de Estado que los venezolanos queremos, le permitirá a Maduro evadir o postergar indefinidamente la resolución de los cuellos de botella en el área de la seguridad social, la inflación, el desabastecimiento, la escasez, la salud, la crisis de los servicios públicos (electricidad, agua, vivienda, transporte). Alrededor de estos nudos se organizan las demandas y protestas diarias del país, más de 400 al mes. Estos son los asuntos que preocupan a los ciudadanos de todos los sectores sociales y en torno a los cuales el Gobierno carece de soluciones. La incompetencia del régimen para hallar soluciones es la causa esencial de que la popularidad del heredero apenas frise el 40%, luego de haber ejercido formalmente la presidencia solo por cuatro meses.
El país no entendería que frente a un cuadro tan grave como el que padecen las grandes mayorías, un grupo elitesco se plantee redactar una nueva Constitución que sintetice el nuevo modelo de Estado. La superación de las carencias y debilidades, incluidas las institucionales, no pasa por una nueva Carta Fundamental, sino por acuerdos políticos que se concreten cuando se alcance el poder. Conviene recordar que los vertiginosos cambios registrados en las décadas de los años 60 y 70 del siglo pasado, no fueron el resultado de la Constitución de 1961, sino de los convenios políticos logrados con el Pacto de Punto Fijo, el Programa Mínimo suscrito por los candidatos participantes en las elecciones de diciembre el 1958 y los acuerdos obrero-patronales que garantizaron una paz laboral prolongada y estable. La Carta del 61 refrendó esos compromisos y les dio un marco legal y constitucional, pero fue la decisión política de construir una democracia representativa sólida y equitativa la fuerza que impulsó las transformaciones que se produjeron en todos los planos de la vida nacional y convirtieron la democracia venezolana en un modelo en América Latina. El vigor de la democracia venezolana contribuyó de forma decisiva a impedir que el morbo de la Revolución Cubana se extendiera por el continente.
La convocatoria a una Constituyente, además de ofrecerle un escape al Gobierno, erizaría aún más a la nación. Las últimas encuestas muestran que, a pesar del crecimiento de la oposición y el declive del oficialismo, la nación sigue fracturada en dos grandes bloques. La diferencia a favor de las fuerzas opositoras todavía no es categórica. Una Constituyente le permitiría al Gobierno reagrupar sus filas. La correlación de fuerzas se mantendría. El resultado de una Constituyente sería una Carta Magna muy parecida a la actual, y expresaría el equilibrio de fuerzas existente en el país. Entonces, ¿para qué impulsar un proceso que no va a arrojar soluciones prácticas a los problemas objetivos, le brindará una salida de escape al Gobierno, propiciará la reunificación del oficialismo y dará por resultado una Constitución ecléctica y desdibujada por el marxismo que campea entre los rojos?
La Constituyente se convoca cuando una opción política posee una mayoría holgada, tal como hizo el teniente coronel fallecido en 1999. De lo contrario puede, con elevadas posibilidades, convertirse en un salto suicida.
Por delante tenemos el 8-D. En esa fecha deben concentrarse los esfuerzos y expectativas de la oposición. Hay que triunfar en todos los municipios donde sea posible. Lo demás es ladrarle a la luna.
Tomado de: http://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=981433
Una Constituyente únicamente beneficiará al precario gobierno de Nicolás Maduro. Esto lo comprendió perfectamente el heredero y presidente a juro, quien le replicó a Capriles que estaba dispuesto a aceptar la convocatoria a esa hipotética Constituyente. ¿Por qué esa respuesta tan solícita de un señor que no ha hecho otra cosa que injuriar y amenazar al gobernador de Miranda? Pues, porque le brinda una salida para ocultar las enormes dificultades que enfrenta y no sabe cómo resolver. Entrar en un debate sobre la convocatoria a la Constituyente, y luego acerca del diseño de Estado que los venezolanos queremos, le permitirá a Maduro evadir o postergar indefinidamente la resolución de los cuellos de botella en el área de la seguridad social, la inflación, el desabastecimiento, la escasez, la salud, la crisis de los servicios públicos (electricidad, agua, vivienda, transporte). Alrededor de estos nudos se organizan las demandas y protestas diarias del país, más de 400 al mes. Estos son los asuntos que preocupan a los ciudadanos de todos los sectores sociales y en torno a los cuales el Gobierno carece de soluciones. La incompetencia del régimen para hallar soluciones es la causa esencial de que la popularidad del heredero apenas frise el 40%, luego de haber ejercido formalmente la presidencia solo por cuatro meses.
El país no entendería que frente a un cuadro tan grave como el que padecen las grandes mayorías, un grupo elitesco se plantee redactar una nueva Constitución que sintetice el nuevo modelo de Estado. La superación de las carencias y debilidades, incluidas las institucionales, no pasa por una nueva Carta Fundamental, sino por acuerdos políticos que se concreten cuando se alcance el poder. Conviene recordar que los vertiginosos cambios registrados en las décadas de los años 60 y 70 del siglo pasado, no fueron el resultado de la Constitución de 1961, sino de los convenios políticos logrados con el Pacto de Punto Fijo, el Programa Mínimo suscrito por los candidatos participantes en las elecciones de diciembre el 1958 y los acuerdos obrero-patronales que garantizaron una paz laboral prolongada y estable. La Carta del 61 refrendó esos compromisos y les dio un marco legal y constitucional, pero fue la decisión política de construir una democracia representativa sólida y equitativa la fuerza que impulsó las transformaciones que se produjeron en todos los planos de la vida nacional y convirtieron la democracia venezolana en un modelo en América Latina. El vigor de la democracia venezolana contribuyó de forma decisiva a impedir que el morbo de la Revolución Cubana se extendiera por el continente.
La convocatoria a una Constituyente, además de ofrecerle un escape al Gobierno, erizaría aún más a la nación. Las últimas encuestas muestran que, a pesar del crecimiento de la oposición y el declive del oficialismo, la nación sigue fracturada en dos grandes bloques. La diferencia a favor de las fuerzas opositoras todavía no es categórica. Una Constituyente le permitiría al Gobierno reagrupar sus filas. La correlación de fuerzas se mantendría. El resultado de una Constituyente sería una Carta Magna muy parecida a la actual, y expresaría el equilibrio de fuerzas existente en el país. Entonces, ¿para qué impulsar un proceso que no va a arrojar soluciones prácticas a los problemas objetivos, le brindará una salida de escape al Gobierno, propiciará la reunificación del oficialismo y dará por resultado una Constitución ecléctica y desdibujada por el marxismo que campea entre los rojos?
La Constituyente se convoca cuando una opción política posee una mayoría holgada, tal como hizo el teniente coronel fallecido en 1999. De lo contrario puede, con elevadas posibilidades, convertirse en un salto suicida.
Por delante tenemos el 8-D. En esa fecha deben concentrarse los esfuerzos y expectativas de la oposición. Hay que triunfar en todos los municipios donde sea posible. Lo demás es ladrarle a la luna.
Tomado de: http://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=981433
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