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martes, 6 de agosto de 2013

VENEZUELA UN PAÍS SIN CONSTITUCIÓN

Nelly Arenas 05 de agosto de 2013

La asociación entre democracia y constitución suele hacerse de  manera automática. Se supone comúnmente que toda democracia es constitucional y que toda constitución se creó para acompañar a un determinado sistema democrático. No es así, sin embargo. La armonización recíproca entre ambas esferas no es para nada espontánea y constituye, más bien, un problema permanente en la vida de las democracias constitucionales como ha indicado Michelangelo Bovero. En la fuente de esta tensión entre democracia y constitución subyacen lo que se ha entendido como libertad positiva y libertad negativa. EL ideal democrático de autogobierno o de autodirección colectiva supone ausencia de límites al poder popular soberano; el gobierno de las leyes, por el contrario, impone límites a este poder en aras de preservar la convivencia democrática.

Esta tensión identificada por los teóricos del constitucionalismo encuentra en la Venezuela de estos años su mejor expresión a propósito de la promulgación de la Carta Magna de 1999. Dar cuenta de esta tensión obliga a tener presente tanto la noción de democracia presente en el chavismo, como la de constitución. Como se sabe, según Hugo Chávez la democracia liberal representativa  había fracasado lo cual hacía necesario dar paso a un nuevo orden nacional basado en una democracia directa. La Constitución, por su parte, era percibida por él como un medio para que el pueblo ejercitara la democracia “protagónica” y no  uno para impedir la concentración de poder en pocas manos, como ha llamado la atención Juan Carlos Rey.

Esta noción de democracia y constitución presentes en el chavismo y en Chávez en particular, explica lo que sucedió desde el primer momento de vida del  proceso constituyente: la arremetida contra el poder constituido bajo la idea de que la Asamblea Nacional Constituyente era la depositaria de la voluntad general con las atribuciones del poder originario para transformar el Estado y crear un nuevo ordenamiento jurídico que garantizara la existencia efectiva de la democracia social y participativa. No se quedaba allí el asunto. Rematando esta disposición supraconstitucional (pues aún gozaba  de vigencia la Carta de 1961), la ANC se dispuso a diseñar un Régimen de Transición del Poder Público y su bastardo derivado, el famoso “congresillo”. Para los que lo han olvidado o jamás se percataron de esta infamia,  de allí emergieron los nombres de los representantes de los poderes públicos todos afectos al régimen, con lo cual se implantó una matriz de poder hegemónica que le permitió a Chávez amasar todo el poder de que fue capaz.  De modo que el autoritarismo del gobierno chavista no empezó ni como respuesta al intento de golpe de 2002, ni con el triunfo en el revocatorio de 2004,  ni con la imposición al país del socialismo del siglo XXI.  Empezó justo en aquel momento cuando, pretendiendo encarnar la voluntad popular, Chávez se hizo del control de todas las instituciones públicas  contrariando la letra constitucional vigente, así como los principios participativos que guiaban teóricamente la hechura de la Constitución que estaba por nacer. De allí en adelante todas las arbitrariedades y agresiones a la democracia fueron posibles.  Cuándo este estado de cosas resultó extremadamente contrario al texto supremo entonces el presidente, invocando la  incesante actividad del poder constituyente -“El poder  constituyente no puede ser congelado por el poder constituido, el poder constituyente es omnipotente, es la revolución misma”, diría en esa oportunidad-  llamó a reformar la Constitución en 2007 con el inesperado resultado para el chavismo del rechazo del pueblo. Ya la voluntad general no era tan general y empezaba a voltear para otro lado… A estas alturas, Chávez hacía ya tiempo que estaba convencido de que la Constitución que con tanto fervor había promovido como la “mejor del mundo”, le era sumamente incómoda. Así se lo habría hecho saber a Luis Miquilena[1] cuando este fungía como su ministro del interior al exigirle que, ante los conflictos que vivía el país, suspendiera el derecho a la información.   El ministro le respondió que ni siquiera en estado de guerra esta medida podía tomarse de acuerdo al mandato  constitucional  lo que el presidente le reprochó reclamándole haber hecho una Constitución para la oposición como presidente de la Asamblea Constituyente que había sido.

El rechazo en las urnas a las reformas propuestas sin embargo, no hizo desistir al chavismo de crear leyes a imagen y semejanza del interés “revolucionario”. Haciendo uso de  las habilitaciones concedidas por la Asamblea Nacional, el presidente se dedicó a construir un andamiaje “legal” a favor de su proyecto, contrariando una vez más el texto supremo. Así, por ejemplo, el presidente modificó la Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional a fin de crear dos cuerpos armados nuevos: la Guardia Territorial Bolivariana y la Milicia Popular Bolivariana. Esta última  depende directamente del Presidente y actúa  como una suerte de cuerpo pretoriano al servicio de la revolución, contraviniendo así la Ley Suprema, la cual prohíbe al estamento armado toda clase de militancia política.

Esta arquitectura jurídica arbitraria  es de tan vastas proporciones que un acucioso estudio elaborado por Civilis, una organización de derechos humanos venezolana, reveló que  los contenidos que se proponía  la desaprobada  reforma de 2007, se encuentran aplicados al ordenamiento jurídico vigente en más de un 80% y que las leyes y normativas dictadas por los órganos del poder público,  han trascendido ya los propios contenidos y alcances de la reforma, involucrando la modificación de al menos 34 artículos adicionales. Por lo cual son 107 los artículos de la Constitución que han resultado violentados con dichas normas.

Pero la violación al documento supremo no se queda allí. Como se sabe, la Constitución reconoce la separación de poderes y es allí donde precisamente,  el régimen ha golpeado más el ordenamiento de la república. Si algo ha caracterizado al régimen chavista es la obsecuencia de los poderes con el Presidente –antes Chávez y ahora Maduro- y  ya sabemos con Hannah Arendt que la no separación de poderes no es un problema  de negación de la legalidad sino de negación de la libertad misma.

Sí estamos claros en que una democracia constitucional consiste en una forma de gobierno en que los poderes están separados y vinculados en su actuación por la norma constitucional que los obliga al respeto y la garantía de los derechos fundamentales de los ciudadanos, entonces tendríamos que concluir que en Venezuela no existe tal democracia. Lo que sí existe  es un gobierno populista que actúa según una lógica maniquea que divide la sociedad entre amigos y enemigos a quienes es necesario “pulverizar” para que sea posible la felicidad comunitaria.   Consecuente con esta lógica, el poder constituyente entonces nunca culminará pues siempre será necesaria su existencia para eliminar los obstáculos que a la revolución se le van presentando en el camino. De manera que la idea de constituyente permanente es inherente a la revolución en su afán de diezmar al enemigo lo cual trae como resultado que la Constitución siempre será un artefacto provisional; una figura del mientras tanto a la que por añadidura se viola sin pudor, hasta el punto de vaciarla de toda capacidad reguladora de la vida política.  Así, el orden constitucional resulta extremadamente precario con el consecuente desamparo no sólo para los factores opositores sino   para todos  los venezolanos.

Decir populismo refiere también a la idea de un jefe máximo que encarna al pueblo y su voluntad, de modo que la “democracia participativa y protagónica” que atraviesa de arriba a abajo nuestra Ley Suprema, también resulta una ficción en tanto el líder populista y, luego de la muerte del caudillo, el liderazgo militarista chavista,  condiciona tal participación al  interés del proyecto.

¿De qué manera resuelve el chavismo la tensión entre el pequeño libro azul donde está contenida “la mejor Constitución del mundo” y las exigencias del proceso bolivariano? Con autoritarismo puro y duro.  Si lo que requiere la revolución para seguir existiendo  se contradice con lo que manda la Carta Magna, entonces el gobierno impone arbitrariamente lo que le viene en ganas.  De modo que lo que ha ocurrido con Richard Mardo en la Asamblea Nacional es expresión palmaria de esta aberración. Así las cosas,  Venezuela es un país  sin Constitución real, cuyas reglas de juego las impone una pandilla  a fin de permanecer usufructuando el poder más allá de toda legislación.


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