JEAN MANINAT viernes 31 de octubre de 2014
@jeanmaninat
El 9 de noviembre que se avecina, se
cumplirán 25 años de la caída del Muro de Berlín, símbolo universal de la
desgracia comunista y engañoso RIP de los Estados fraguados bajo la impronta
estalinista, cuando los habitantes de la
República Democrática Alemana (RDA), supuesto paraíso igualitario de entonces,
decidieron demoler los kilómetros de cemento armado y represión que los
separaba de la libertad, bienestar y progreso que vivían sus tíos, primos, y
uno que otro familiar lejanamente consanguíneo, a vuelo de piedra. Miles de
ciudadanos alemanes fueron acribillados por la celosa puntería de los guardias
fronterizos encargados de velar -desde las alturas de sus torres- que las maldades del capitalismo no se
colaran desde Berlín Occidental, para vulnerar la "felicidad"
impuesta por un Estado policial cuya milimétrica opresión de sus habitantes
sentó escuela entre los bondadosos constructores del "hombre nuevo".
Fue con razón una fiesta universal de la
democracia. Inspirado por el evento, Francis Fukuyama decretó el Fin de la
historia y el triunfo de la sociedad liberal, se acunó la esperanza de un mundo
progresivamente liberado de la opresión de los "benefactores
sociales", se unificó bajo el signo de la libertad, con grandes esfuerzos,
al pueblo alemán, y se pensó que lo peor había quedado definitivamente atrás.
Pero no fue así... exactamente.
Cinco lustros después, Putin ha
fermentado de nuevo la viejas ansias imperiales de la Rusia soviética, en China
una nomenclatura convulsa intenta perpetuar la quimera del desarrollo económico
sin libertades políticas, en Cuba intentan redimirse de las tonteras económicas
cometidas y la extrema penuria infligida a sus habitantes a nombre de una
revolución que se sustentó en la
adoración insensata de un líder y sus frenesíes. ¿Cómo hacer una disección más
o menos certera de ese zombie residual de la Guerra Fría que mientan Corea del
Norte? Todo labrado consciente y cruelmente a nombre de lo "mejor"
para la especie humana.
En este lugar del universo que llamamos
Iberoamérica, Latinoamérica, América, o como mejor guste denominarlo, nos
enfrentamos a los detritos dejados por la eclosión de la Guerra Fría. Los
"benefactores" del pueblo han recogido los pedazos del meteorito
polarizante que se estrelló hace 25 años para retomar la vieja adicción de
dividir las sociedades entre "buenos y malos". La lucha de clases, sin reclamar el
gentilicio marxista, subraya los
discursos de los líderes populistas en el afán de perpetuarse en el poder, así
sea intermitentemente, escogiendo a dedo a su sucesor. Es lo que se acuñó en su
momento como el "Proyecto" para tirar por la borda la alternancia en
el poder y dedicarse a "forjar" un nuevo país a expensas de todo el
país. Sólo que los cadáveres salen de los closets, los socios se hacen más
exigentes, y los que ayer, como el proletariado, "no tenían más que sus
cadenas por perder" se hacen más exigentes y siguen queriendo más y mucho
más en una escalera sin retorno de expectativas de ascenso social. No otro es
el destino incierto del populismo, por más que atenúen con dádivas sus propios
desaciertos económicos.
En Venezuela, país regentado por una
nomenclatura que pretende gobernar a partir de la repetición de viejas
consignas de la Guerra Fría, se quiere edificar un Muro de Berlín criollo para
dividir la sociedad en un artificioso ellos y nosotros. En la división se les
va la vida, por eso recurren al odio de clases, el estigma a los que piensan
diferente, la persecución de los propios apenas pestañean una opinión
alternativa, la escocedura permanente de un lenguaje arrebatado para desollar
verbalmente a los millones de ellos que se resisten democráticamente a la
insensatez de sus designios.
Desmontar la división artificiosa del
país, la polarización inducida desde las alturas del poder para beneficio propio,
es el cometido más urgente y laborioso que tienen las fuerzas del cambio
democrático. Derrumbar ladrillo a ladrillo, voto a voto, lo que queda del muro
que se niega a caer. Esa es la calle que hay que transitar.
JEAN MANINAT
@jeanmaninat
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