Trino Márquez 11 de noviembre de 2015
@trinomarquezc
La
categórica carta de Luis Almagro, secretario general de la OEA, a Tibisay
Lucena en la que denuncia los atropellos cometidos por el régimen rojo contra
la alternativa democrática de cara a las elecciones del 6-D, dejó descolocado
al gobierno de la dupla Maduro-Cabello. Este último logró, como suele hacer,
descuartizar un par de frases en las primeras de cambio para apuntar que la
organización internacional había agredido a Venezuela y que la OEA es una
institución desprestigiada y corrupta. Si está tan desacreditada y descompuesta
¿por qué el Gobierno no abandona su silla en ese organismo?, ¿por qué permanece
allí, cuando podría invertir el dinero que cuesta el financiamiento de esa
representación en otras áreas más importantes? Las contundentes líneas del
Secretario General vienen a sumarse a
los documentos suscritos por los expresidentes y exjefes de Gobierno
hispanoamericanos que han señalado los desmanes del Gobierno nacional.
Cuando
la Cancillería venezolana apoyó la candidatura de Almagro para sustituir a
Miguel Insulza se imaginó que el excanciller uruguayo sería igual de desabrido,
pusilánime y complaciente que el diplomático chileno. Supuso que podría seguir
cometiendo toda clase de violaciones a
la Constitución y a las leyes con la complicidad de la OEA. Se equivocó de cálculo. El nuevo
Secretario General dejó claro desde el comienzo de su gestión que no sería
indiferente ante los abusos contra la democracia y que, sin convertirse en
militante ni vocero de la MUD, actuaría para defender la pluralidad, el
equilibrio y la transparencia de los procesos electorales y del sistema
político de los países miembros.
Ya no
es solo la oposición la que desenmascara los excesos de los déspotas criollos.
También los funcionarios de organismos internacionales han cobrado conciencia
del torniquete que el oficialismo les aplicó a las instituciones del Estado. Ha
quedado claro que en Venezuela desapareció el concepto de República, entendida
como conjunto de instituciones independientes y equilibradas que cooperan entre
sí. En su lugar se instaló una neodictadura gobernada por mandones que utilizan
las leyes y las instituciones como coartada para esconder sus tropelías.
En
pocas semanas el régimen de los herederos ha recibido dos golpes fulminantes.
El primero fue el que le propinó el exfiscal Franklin Nieves, quien develó la
podredumbre de todo el sistema judicial y la manera como el TSJ, la Fiscalía y
los tribunales actúan para ejecutar las sentencias cocinadas en Miraflores y La
Habana contra los dirigentes de la oposición. Ahora es Luis Almagro, quien en
sus tiempos de ministro de Relaciones Exteriores uruguayo le sonreía al
chavismo, quien radiografía los mecanismos a través de los cuales la
nomenclatura roja pervierte las elecciones y utiliza los comicios para intentar
eternizar su hegemonía.
Así
como Maduro carece del coraje para salirse de la OEA, también carece del valor
–y de la fuerza- para encabezar un golpe de Estado y una dictadura tradicional.
Por miedo se mantiene en la OEA y conserva las elecciones como farsa para darle
un barniz democrático a su autocracia bufa. Esta pantomima implica un riesgo y
un costo: que los organismos internacionales se tomen en serio vigilar la
equidad de los procesos comiciales y que se den cuenta de que la contienda
entre el régimen y su competidor resulta completamente desigual.
El
fraude continuado que comete el Gobierno, con la connivencia de Tibisay Lucena
y las demás rectoras oficialistas, ha sido dibujado en sus detalles más
específicos por Almagro. El oficialismo podrá continuar negando la presencia de
observadores internacionales imparciales, lo que ya no podrá impedir es que las
dimensiones de los desmanes se conozcan.
Los
señalamientos de Luis Almagro no constituyen un llamado a la abstención o al
pesimismo ante lo que puede ocurrir el 6-D. El Secretario General mostró el
mapa de desafueros cometidos por el
Gobierno con el fin de alertar a la comunidad internacional acerca de lo
que sucede en Venezuela. Representa su forma particular de llamar a resistir,
sufragar y defender la democracia en un país secuestrado por una banda de
facinerosos a los cuales hay que sacar con la fuerza del voto.

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