Por Miguel Velarde, 02/11/2015
Hasta hace solo una semana, el ambiente en Argentina era muy diferente
al de hoy: soberbia entre los oficialistas y resignación entre los opositores.
Doce años de kirchnerismo en el poder, grandes recursos económicos, el control
de muchos medios y el miedo como arma más efectiva, habían hecho que todo el
mundo se convenza de que su candidato, Daniel Scioli, iba a ganar cómodamente
las elecciones presidenciales. Tan seguros estaban de eso, que incluso
confiaban en hacerlo en primera vuelta.
Por eso, cerca de la media noche del día de la elección y el gobierno
no daba los resultados que había prometido para las nueve de la noche, el clima
empezó a cambiar. El búnker de Cambiemos, la alianza que aglutina a varios
partidos de oposición que apoyan la candidatura de Mauricio Macri, empezó a
llenarse de alegría y de gente que nadie conocía, pero que quería estar
presente en una noche que ya se tornaba épica. Cuando finalmente se publicaron
los primeros resultados que reflejaban prácticamente un empate en la elección
nacional y la sorprendente victoria opositora en la provincia de Buenos Aires,
Argentina ya había cambiado.
Aunque se encuentran en extremos opuestos del continente sudamericano,
son muchas las similitudes que existen entre ese país y el nuestro.
Especialmente en la última década, en la que el kirchnerismo importó el modelo
chavista con resultados muy similares, la realidad de ambos países se acercó
aún más en su tragedia.
Venezuela es el país con la inflación más alta del mundo, Argentina el
segundo en la región. En nuestro país padecemos un control de tipo de cambio
que ha destrozado nuestra economía, en Argentina, el “cepo cambiario” también
hace estragos con la de ese país. En nuestro país, existe un control hegemónico
de los medios; algo muy parecido ocurre en Argentina, aunque todavía sobreviven
algunos periódicos y canales de televisión independientes que dan una admirable
lucha por la libre expresión. Tanto acá como allá, el caudillismo es exacerbado
por quienes buscan mantenerse en el poder, incluso haciendo uso y abuso de la
imagen de sus “supremos líderes” ya fallecidos, como Hugo Chávez y Néstor
Kirchner, y enfrentando enemigos imaginarios como los imperios y las
conspiraciones.
Jorge Lanata, quizás el más famoso periodista argentino en la
actualidad, denominó la intención del gobierno populista de su país de venderle
a la gente una realidad que no existe como “el relato”. Aquí, los que gobiernan
hace 17 años insisten en hablar de un país que existe solamente en su
imaginación, mientras millones de venezolanos viven escasez, colas, violencia y
miseria. Es en base al “relato” criollo que el régimen chavista quiere
perpetuarse en el poder. Sin embargo, para lograrlo, tendrían que superar la
resiliencia de muchos valientes que no se cansan y no se rinden.
Por eso, no sorprende que el sentimiento que arrope hoy las filas rojas
sea la angustia. Ellos saben tan bien como nosotros que no tienen posibilidad
de ganar “a la buena” las próximas elecciones parlamentarias. Seguramente,
conscientes de su dramática realidad política y económica, están buscando
cualquier forma alternativa de hacerlo, “a la mala” o, como el mismo Maduro
dijo, “como sea”.
No existe aliado más poderoso del “relato” que la resignación y el
miedo de los otros. Para que la propaganda se imponga a la realidad necesita
del silencio de quienes sabemos la verdad. En Argentina se respiran aires de
cambio, gracias a quienes levantaron su voz incluso en las peores horas y hoy
empiezan a saborear su recompensa.
El lunes, la mayoría de los argentinos amaneció como si hubiera
despertado de una pesadilla que duró 12 años. Lo mismo puede pasar aquí el 7 de
diciembre, si todos hacemos la tarea no solo de votar, sino también de estar
dispuestos a hacer todo lo que sea necesario para que se respete la voluntad de
la mayoría.
Esa es la única manera de alcanzar en Venezuela lo que se acaba de
lograr en Argentina: hacer posible lo imposible.
Miguel Velarde
@MiguelVelarde
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