Por Rosario Orellana
Ante la obvia tendencia
hacia crecientes y más densas sombras en esta tierra nuestra, múltiples y
sonoras voces, incluidas la del Santo Padre Francisco y la del Secretario
General de la Organización de las Naciones Unidas, urgen un diálogo del que
procura soluciones. Hay quienes hablan de reanudar el de 2014 pero eso no es
posible porque aquello no fue un diálogo.
En ambiente de normalidad,
tales pregones no se escuchan porque en democracia el gobierno, como parte de
su responsabilidad y de un mínimo de respeto a la sociedad entera, aún si goza
de una holgada mayoría, activa entendimientos con los diversos sectores,
comenzando por las minorías políticas pero no exclusivamente con ellas. Es
decir, la interacción entre gobernantes y la diversidad de visiones de los
gobernados fluye de manera natural, es parte de la cotidianidad.
Pero en escenarios de
conflicto, mientras más candente está éste, mayor es la pertinencia del
diálogo. Cuando la violencia y el miedo acechan en cada esquina, aparecen los
llamados al diálogo como mecanismo extraordinario para iniciar la restauración
del tejido social lesionado, precaver la ocurrencia de mayores tragedias y
procurar conjurar las causas. Es conocida la recurrente simultaneidad entre
batallas y negociaciones a las que el diálogo da inicio.
Sin embargo, en nuestra
convulsionada Venezuela hace demasiado tiempo que no hay diálogo entre el
gobierno y la sociedad. La escena por naturaleza apropiada para construir
acuerdos entre los distintos pareceres de adversarios políticos, el Parlamento,
está viciada de imposiciones abusivas y de arbitrariedad y es de meridiana
claridad la situación equivalente donde quiera que se mire. Pero sintiendo
humedecida la nuca, aun manteniendo su divorcio del bienestar de los gobernados
y su determinación de permanencia en el poder a cualquier precio, al gobierno
puede interesarle aparentar que dialoga.
Recordemos qué es un
diálogo. Entre las acepciones que trae el DRAE, si bien encontramos que es
“plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o
afectos”, la atinente al diálogo que procura soluciones a situaciones de
conflicto, es: “Discusión o trato en búsqueda de avenencia”. A su vez, la
noción de avenencia que se compadece con esta acepción de diálogo, igualmente
según el DRAE, es: “Convenio, transacción”.
En cuanto a la experticia y
la experiencia en materia de diálogo que aspira a solucionar o a contribuir a
encauzar conflictos, para que conversaciones y encuentros tengan tal carácter
es indispensable, entre otros requisitos, que ambas partes tengan disposición y
voluntad de avenencia, o sea de negociar y de llegar a acuerdos. Basta la
ausencia de esta condición en una de las partes o su sustitución por otro
propósito, por ejemplo propagandístico, para frustrar el diálogo.
Otro de los elementos
fundamentales del diálogo en cuestión es la igualdad de trato entre las partes.
Ésta comienza por el sitio en el cual el diálogo ocurra, ello no es un detalle
banal. Es inconcebible que una de las partes acepte celebrarlo en la sede de la
contraparte. Aunque seguramente no fue el único impedimento, ni el Papa
Francisco consiguió que israelitas y palestinos se encontraran en casa de
alguno de los dos, cuando él visitó unos y otros. Sí logró reunirlos pero
en otro terreno: los jardines del Vaticano. De manera que el diálogo entre
partes en conflicto si puede ser bajo un árbol pero no ubicado en el jardín de
una de las partes. Es, pues, categóricamente improcedente ir a “mira(r)flores”
y menos a comérselas.
La igualdad de trato
continúa con la ubicación de los participantes en la mesa. No es equivalente a
visitar un amigo, en cuyo caso es irrelevante quién se sienta dónde. Cualquiera
que sea la forma de la mesa, la ubicación de las partes tiene que reflejar
igualdad. Ningún representante o alguien identificado con una de las partes
preside o parece presidir la sesión, tampoco funge de moderador ni tiene
privilegio en cuanto al derecho de palabra, por mencionar algunos elementos
insoslayables de la igualdad de trato. Si la igualdad de trato es inexistente,
la reunión será cualquier cosa pero no un diálogo.
El régimen, con hechos y
palabras, ha hecho explícita su aversión a la avenencia. Su pretensión es: te
sometes o te vas y si te quedas sin someterte, te reprimo. La actitud oficial
asumida es que la condición de gobernante conlleva derechos y sin límites,
mientras la condición humana carece de los más elementales, reconocidos y
algunos tutelados hoy a nivel planetario sin que sus violadores gocen del
beneficio de la prescripción.
Sin embargo, las decisiones
se toman en base a opciones. Estamos frente a quienes usan contra la población
las armas destinadas a protegerla. La confrontación o guerra de baja
intensidad, según algunos, es dolorosamente asimétrica y sin límites por parte
del régimen y si no lo fuere, el fratricidio pasaría a ser bilateral. Además,
ahora que la comunidad internacional está informada y reaccionando a lo que
aquí pasa, sería un enorme e injustificado regalo, facilitar al gobierno
cosechar dentro y fuera de la República, los beneficios de la apariencia y la
publicidad de una falsa disposición. Una negativa sería impresentable y repetir
errores una solemne tontería.
Quizá la verdad dicha por
Ernesto Samper, en quién sabe cuánto tiempo, sea que lo más importante en el
diálogo es la pre negociación. Y es así porque es el momento/espacio, previo a
sentarse los adversarios a dialogar, para convenir el marco o los términos
acordes con la referida disposición o para que se evidencie su inexistencia al
empeñarse en condiciones impropias. Esta fase suele encomendarse a un (o a
unos) tercero de buena fe, para que mediante el método del “go between”, es
decir, yendo y viniendo entre las partes, concrete el compromiso del cómo se
desenvolverá el diálogo. Una vez decididas por ambas partes las “reglas de
juego”, es cuando procede iniciar el diálogo con posible efectividad. Por lo
que respecta a ese (o a esos) tercero intermediario, sea que se le asigne la
función de facilitador, buen oficiante, mediador o cualquier otra figura
conocida, es imperdonable admitir que la cumpla quien está en situación aunque
sea potencial, de conflicto de intereses por cualquier causa, comprendida la de
agradecimiento, a favor de una de las partes. Tanto Unasur como la llamada
“troika” de cancilleres y Juan Manuel Santos, según sus propias palabras,
carecen de imparcialidad.
Por lo que respecta a la
representatividad, el gobierno es uno, no así los componentes de la sociedad.
Para los gobernantes es preferible abordar desde el inicio las gestiones para
el diálogo, con toletes separados pero ello debilita la posición de la
contraparte. No es lo mismo que frente al gobierno, en la mesa de diálogo estén
presentes o representados los varios factores a los que atañe más directamente
la situación indeseable y sus soluciones y que de allí deriven otras mesas
sectorizadas, temáticas o especializadas, a aceptar que no se configure la
instancia primaria integrada e integral.
Ante el anuncio de una visita
por parte de Unasur, a efecto del diálogo me pregunto si están en curso
reflexiones, ejercicios, gestiones y concertaciones atinentes o se juega a la
improvisación.
28-02-15
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico