Francisco Fernández-Carvajal 02 de mayo de 2020
@hablarcondios
— Jesús es el buen Pastor
y encarga a Pedro y a sus sucesores que continúen su misión aquí en la tierra
en el gobierno de su Iglesia.
— El primado de Pedro.
El amor a Pedro de los primeros cristianos.
— Obediencia fiel al
Vicario de Cristo; dar a conocer sus enseñanzas. El «dulce Cristo en la
tierra».
I. Ha
resucitado el buen Pastor que dio la vida por sus ovejas, y se dignó morir por
su grey. Aleluya1.
La figura del buen Pastor determina la liturgia de
este domingo. El sacrificio del Pastor ha dado la vida a las ovejas y las ha
devuelto al redil. Años más tarde, San Pedro afianzaba a los cristianos en la
fe recordándoles en medio de la persecución lo que Cristo había hecho y sufrido
por ellos: por sus heridas habéis sido curados. Porque erais como
ovejas descarriadas; mas ahora os habéis vuelto al pastor y guardián de
vuestras almas2.
Por eso la Iglesia entera se llena del gozo inmenso de la resurrección
de Jesucristo3 y
le pide a Dios Padre que el débil rebaño de tu Hijo tenga parte en la
admirable victoria de su Pastor4.
Los primeros cristianos manifestaron una entrañable
predilección por la imagen del Buen Pastor, de la que nos han quedado
innumerables testimonios en pinturas murales, relieves, dibujos que acompañan
epitafios, mosaicos y esculturas, en las catacumbas y en los más venerables
edificios de la antigüedad. La liturgia de este domingo nos invita a meditar en
la misericordiosa ternura de nuestro Salvador, para que reconozcamos los
derechos que con su muerte ha adquirido sobre cada uno de nosotros. También es
una buena ocasión para llevar a nuestra oración personal nuestro amor a los
buenos pastores que Él dejó en su nombre para guiarnos y guardarnos.
En el Antiguo Testamento se habla frecuentemente del
Mesías como del buen Pastor que habría de alimentar, regir y gobernar al pueblo
de Dios, frecuentemente abandonado y disperso. En Jesús se cumplen las
profecías del Pastor esperado, con nuevas características. Él es el buen Pastor
que da la vida por sus ovejas y establece pastores que continúen su misión.
Frente a los ladrones, que buscan su interés y pierden el rebaño, Jesús es la
puerta de salvación5;
quien pasa por ella encontrará pastos abundantes6.
Existe una tierna relación personal entre Jesús, buen Pastor, y sus ovejas: llama
a cada una por su nombre, va delante de ellas; las ovejas le siguen porque
conocen su voz... Es el pastor único que forma un solo rebaño7 protegido
por el amor del Padre8.
Es el pastor supremo9.
En su última aparición, poco antes de la Ascensión,
Cristo resucitado constituye a Pedro pastor de su rebaño10,
guía de la Iglesia. Se cumple entonces la promesa que le hiciera poco antes de
la Pasión: pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe, y
tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos11.
A continuación le profetiza que, como buen pastor, también morirá por su
rebaño.
Cristo confía en Pedro, a pesar de las negaciones.
Solo le pregunta si le ama, tantas veces cuantas habían sido las negaciones. El
Señor no tiene inconveniente en confiar su Iglesia a un hombre con flaquezas,
pero que se arrepiente y ama con obras.
Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera
vez si le amaba, y le respondió: Señor,
tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo. Le dijo Jesús: Apacienta mis ovejas.
La imagen del pastor que Jesús se había aplicado a sí
mismo pasa a Pedro: él ha de continuar la misión del Señor, ser su
representante en la tierra.
Las palabras de Jesús a Pedro –apacienta mis
corderos, apacienta mis ovejas– indican que la misión de Pedro será la de
guardar todo el rebaño del Señor, sin excepción. Y «apacentar» equivale a
dirigir y gobernar. Pedro queda constituido pastor y guía de la Iglesia entera.
Como señala el Concilio Vaticano II, Jesucristo «puso al frente de los demás
Apóstoles al bienaventurado Pedro e instituyó en la persona del mismo el
principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión»12.
Donde está Pedro se encuentra la Iglesia de Cristo.
Junto a él conocemos con certeza el camino que conduce a la salvación.
II. Sobre el primado
de Pedro –la roca– estará asentado, hasta el fin del mundo, el edificio de la
Iglesia. La figura de Pedro se agranda de modo inconmensurable, porque
realmente el fundamento de la Iglesia es Cristo13,
y, desde ahora, en su lugar estará Pedro. De aquí que el nombre posterior que
reciban sus sucesores será el de Vicario de Cristo, es decir, el
que hace las veces de Cristo.
Pedro es la firme seguridad de la Iglesia frente a
todas las tempestades que ha sufrido y padecerá a lo largo de los siglos. El
fundamento que le proporciona y la vigilancia que ejerce sobre ella como buen
pastor son la garantía de que saldrá victoriosa a pesar de que estará sometida
a pruebas y tentaciones. Pedro morirá unos años más tarde, pero su oficio de
pastor supremo «es preciso que dure eternamente por obra del Señor, para
perpetua salud y bien perenne de la Iglesia, que, fundada sobre roca, debe
permanecer firme hasta la consumación de los siglos»14.
El amor al Papa se remonta a los mismos comienzos de
la Iglesia. Los Hechos de los Apóstoles15 nos
narran la conmovedora actitud de los primeros cristianos, cuando San Pedro es
encarcelado por Herodes Agripa, que espera darle muerte después de la fiesta de
Pascua. Mientras tanto la Iglesia rogaba incesantemente por él a Dios.
«Observad los sentimientos de los fieles hacia sus pastores –dice San
Crisóstomo–. No recurren a disturbios ni a rebeldía, sino a la oración, que es
el remedio invencible. No dicen: como somos hombres sin poder alguno, es inútil
que oremos por él. Rezaban por amor y no pensaban nada semejante»16.
Debemos rezar mucho por el Papa, que lleva sobre sus
hombros el grave peso de la Iglesia, y por sus intenciones. Quizá podemos
hacerlo con las palabras de esta oración litúrgica: Dominus conservet
eum, et vivificet eum, et beatum faciat eum in terra, et non tradat eum in
animam inimicorum eius: Que el Señor le guarde, y le dé vida, y le haga
feliz en la tierra, y no le entregue en poder de sus enemigos17.
Todos los días sube hacia Dios un clamor de la Iglesia entera rogando «con él y
por él» en todas partes del mundo. No se celebra ninguna Misa sin que se
mencione su nombre y pidamos por su persona y por sus intenciones. El Señor
verá también con mucho agrado que nos acordemos a lo largo del día de ofrecer
oraciones, horas de trabajo o de estudio, y alguna mortificación por su Vicario
aquí en la tierra.
«Gracias, Dios mío, por el amor al Papa que has puesto
en mi corazón»18:
ojalá podamos decir esto cada día con más motivo. Este amor y veneración por el
Romano Pontífice es uno de los grandes dones que el Señor nos ha dejado.
III.
Junto a nuestra oración, nuestro amor y nuestro respeto para quien hace las
veces de Cristo en la tierra. «El amor al Romano Pontífice ha de ser en
nosotros una hermosa pasión, porque en él vemos a Cristo»19.
Por esto, «no cederemos a la tentación, demasiado fácil, de oponer un Papa a
otro, para no otorgar nuestra confianza sino a aquel cuyos actos respondan
mejor a nuestras inclinaciones personales. No seremos de aquellos que añoran al
Papa de ayer o que esperan al de mañana para dispensarse de obedecer al jefe de
hoy. Leed los textos del ceremonial de la coronación de los pontífices y
notaréis que ninguno confiere al elegido por el cónclave los poderes de su
dignidad. El sucesor de Pedro tiene esos poderes directamente de Cristo. Cuando
hablemos del sumo Pontífice eliminemos de nuestro vocabulario, por
consiguiente, las expresiones tomadas de las asambleas parlamentarias o de la
polémica de los periódicos y no permitamos que hombres extraños a nuestra fe se
cuiden de revelarnos el prestigio que tiene sobre el mundo el jefe de la
Cristiandad»20.
Y no habría respeto y amor verdadero al Papa si no
hubiera una obediencia fiel, interna y externa, a sus enseñanzas y a su
doctrina. Los buenos hijos escuchan con veneración aun los simples consejos del
Padre común y procuran ponerlos sinceramente en práctica.
En el Papa debemos ver a quien está en lugar de Cristo
en el mundo: al «dulce Cristo en la tierra», como solía decir Santa Catalina de
Siena; y amarle y escucharle, porque en su voz está la verdad. Haremos que sus
palabras lleguen a todos los rincones del mundo, sin deformaciones, para que,
lo mismo que cuando Cristo andaba sobre la tierra, muchos desorientados por la
ignorancia y el error descubran la verdad y muchos afligidos recobren la
esperanza. Dar a conocer sus enseñanzas es parte de la tarea apostólica del
cristiano.
Al Papa pueden aplicarse aquellas mismas palabras de
Jesús: Si alguno está unido a mí, ese lleva mucho fruto, porque sin mí
no podéis hacer nada21.
Sin esa unión todos los frutos serían aparentes y vacíos y, en muchos casos,
amargos y dañosos para todo el Cuerpo Místico de Cristo. Por el contrario, si
estamos muy unidos al Papa, no nos faltarán motivos, ante la tarea que nos
espera, para el optimismo que reflejan estas palabras de San Josemaría Escrivá:
«Gozosamente te bendigo, hijo, por esa fe en tu misión de apóstol que te llevó
a escribir: “No cabe duda: el porvenir es seguro, quizá a pesar de nosotros.
Pero es menester que seamos una sola cosa con la Cabeza –‘ut omnes unum
sint!’–, por la oración y por el sacrificio”»22.
1 Antífona
de comunión. —
2 1
Pdr 2, 25. —
3 Oración
colecta de la Misa. —
4 Ibídem.
—
5 Cfr. Jn 10,
10. —
6 Cfr. Jn 10,
9-10. —
7 Cfr. Jn 10,
16. —
8 Cfr. Jn 10,
29. —
9 1
Pdr 5, 4. —
10 Cfr. Jn 21,
15-17. —
11 Lc 22,
32. —
12 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 18. —
13 1
Cor 3, 11. —
14 Conc.
Vat. I, Const. Pastor aeternus, cap. 2. —
15 Cfr. Hech 12,
1-12. —
16 San
Juan Crisóstomo, Hom. sobre los Hechos de los Apóstoles,
26. —
17 Enchiridium
indulgentiarum, 1986, n. 39, Oración pro Pontífice. —
18 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 573. —
19 ídem,
Homilía Lealtad a la Iglesia, 4-VI-1972. —
20 G.
Chevrot, Simón Pedro, Rialp, Madrid 1967, pp. 126-127.
—
21 Jn 15,
5. —
22 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 968.
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