Por Simón García
Resulta inútil seguir una
rutina tóxica frente a los resultados del 6 y el 12 de diciembre. Los
dirigentes que actúan en un país en disolución, en vez de admitir el mal
momento nacional y reflexionar sobre los modos para superarlo juntos, no deben
enterrar sus neuronas y sacar a relucir espadas de cartón.
Es mortal continuar
impidiendo el debate crítico. El foco no puede seguir siendo el obsesivo
intento de despedazar a los opositores que no pertenecen a nuestra tribu. Es
espantoso ver todavía reyertas sobre los números de participación el 6 y el 12,
con la tísica ilusión que el fracaso es solo del otro.
Para no enardecer a los
amigos que reclaman que los primeros tiros deben apuntar siempre hacia el
gobierno, hay que recalcar que sufrimos la más destructiva aglomeración de
crisis en todo el planeta.
El brutal fracaso de Maduro
se revela en combinar la inflación más alta y el salario más bajo con la mayor
pérdida de PIB en el mundo. Una calculada tragedia social que obliga a la
población a concentrarse en ganarle al hambre, antes de ocuparse en ajustar
cuentas con el régimen que la genera.
El origen del descalabro no
está en las sanciones. La desnaturalización de las instituciones, la anulación
de derechos constitucionales y la liquidación de la economía ocurrieron antes.
La causa primera está en la imposición de un modelo económico institucional
anacrónico, gestionado por una élite gubernamental indiferente a la situación
de la población. Lo prueba la comparación entre el salario mínimo mensual de
gobiernos con similar inspiración al de Maduro: Cuba $ 82; Nicaragua, $ 122 y
Bolivia, $ 308. El de Venezuela es humillante.
Podría decirse que la
abstención sirvió como la mejor opción para rechazar al gobierno y no avalar
los desatinos estratégicos de fracciones opositoras encerradas en una burbuja
de vocación Disney por el poder.
La ausencia de alternativas
confiables trasvasó la tenaz resistencia al autoritarismo de la sociedad hacia
la abstención, como rabia sin destino o desafiliación con el compromiso
democrático, ante unos actores políticos que manejan una Constitución de
plastilina y no encarnan una oposición radical y transparente.
Puede ser pausa en la lucha,
refugio ante abusos del poder, táctica para eludir una derrota o justificación
“principista” de abandono de uno de sus tableros, pero es difícil dejar de
intuir que la abstención no es resistencia.
Para que el descontento sea
la materia prima de una conducta de cambio, requiere de una causa que inspire,
de una ruta que indique estaciones y objetivos, de unos conductores que
organicen la confianza entre la gente, de unos medios compatibles con los fines
y una convicción centrada en acumular victorias democráticas. Hoy, la oposición
no tiene estos requisitos en regla y no da señales de que se disponga a zafarse
de la derrota hincada en su cuello.
La respuesta desesperada de
echar por la borda a los dirigentes no nos aleja del naufragio, porque lo
primero es cambiar la estrategia. Y si esto no ocurre con la urgencia debida,
la sociedad que no se ha dejado doblegar por un poderoso y sofisticado sistema
de opresión, tenderá a movilizar actores no directamente partidistas para
defender los intereses peculiares de cada sociedad regional.
La participación, masiva y
concertada desde la gente, en las elecciones regionales puede ser la
oportunidad para mostrar el valor de la resistencia social y abrir formas de un
nuevo entendimiento de país.
Simón García es Analista Político. Cofundador del
MAS.
10-01-21
https://talcualdigital.com/el-valor-de-la-resistencia-social-por-simon-garcia/
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