Por Piero Trepiccione
Con el triste episodio
ocurrido en el capitolio de Washington, sede del poder legislativo
estadounidense, donde un grupo de personas partidarias de Donald Trump,
quisieron interrumpir por la fuerza un acto constitucional que constituye un
requisito formal en la democracia de ese país para ratificar la votación del
colegio electoral, que a su vez, representa la voluntad general expresada en
las urnas de cada estado que integra la unión; se evidenció el grave daño
que está causando al mundo el hiperliderazgo y las narrativas
autoritarias.
Con la aparición del nuevo
siglo, hemos visto con profunda preocupación la utilización de la
“telepolítica” como herramienta del ejercicio gubernamental cuya consecuencia
directa ha sido, el debilitamiento de las instituciones como contrapesos que
regulan los límites al poder. Con este fenómeno, han aparecido líderes
extremadamente vociferantes que concentran su actividad en una narrativa
ofensiva que centraliza el ejercicio del liderazgo en una sola figura afectando
y desacreditando a las instituciones establecidas en los estados de derecho y
en las constituciones.
Este fenómeno ha impulsado
movimientos muy poco democráticos que pretenden imponer verdades cuestionables
o “posverdades” creyendo tener, inclusive, una especie de derecho divino
por sobre la voluntad de las mayorías. Dirigir un país por redes sociales y con
una concentración en el híperliderazgo de determinadas figuras está provocando
una reaparición inusitada de autoritarismos que creíamos haber minimizados o execrados
en muchos lugares del mundo. Adicional a ello, llama poderosamente la atención,
el desconocimiento absoluto, o casi, de mucha gente que hoy por hoy expresa
opiniones a través de las redes sociales, repitiendo sin cesar, mensajes que
son tomados del “hiperlíder”, y sin siquiera hacer un procesamiento
mínimo de lo que significan.
Estas prácticas apuntan
hacia gobiernos con rasgos autoritarios, aun estando enmarcados en
sistemas políticos de características democráticas. Este ha sido el caso
particular de Trump y los Estados Unidos. La concentración en su narrativa y la
utilización del unilateralismo como frente de acción en el campo interno y
externo impulsó a los grupos más radicales de la política norteamericana hacia
estadios, aparentemente ya superados, de supremacismo y fanatismos
exacerbados. Afortunadamente, el peso de las instituciones se impuso y se puso
coto a una acción desestabilizadora que intentó ser aprovechada por otros
actores geopolíticos globales para desacreditar el funcionamiento de la
democracia estadounidense.
Pero hay que tener muy claro
que este episodio en particular no es único. Más bien es una especie de
guinda al autoritarismo rampante en pleno siglo veintiuno. Si observamos con
detenimiento el panorama global, nos encontraremos con muchos presidentes que
presentan esos rasgos autoritarios en sus discursos y que, cotidianamente,
desacreditan a las instituciones para ampliar sus capacidades de influencia y
control sobre el poder. Inclusive, existen muchos más países donde el autoritarismo
asociado con el híperliderazgo están debilitando los contrapesos que aquellos
donde la democracia –aunque inperfecta– trata de poner límites al poder.
Esta combinación de
híperliderazgo con autoritarismo también está causando un grave daño al procesamiento
electoral de las diferentes posturas que optan por el poder en competencia
democrática. La confianza de la población se va perdiendo y se rompen los
consensos en torno al funcionamiento de las instituciones. Tenemos que estar
atentos a este fenómeno y replicar, con mucho posicionamiento, lo que significa
no vivir en democracia.
10-01-21
https://efectococuyo.com/opinion/hiperliderazgo-autoritarismo/
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