Francisco Fernández-Carvajal 03 de junio de 2021
@hablarcondios
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Presencia continua del Ángel Custodio.
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Devoción. Ayuda en la vida ordinaria y en el apostolado.
—
Acudir a su auxilio en la vida interior.
I.
Además de la creación del mundo visible y del hombre, Dios quiso también
difundir su bondad dando el ser a los ángeles, criaturas exclusivamente
espirituales, de una perfección altísima.
Los
ángeles, espíritus puros –sin composición de materia o cuerpo–, son las
criaturas más perfectas de la creación. Por una parte, su inteligencia procede
con una simplicidad y agudeza de las que el hombre es incapaz, y su voluntad es
más perfecta que la humana. Por otra parte, al estar ya elevados a la visión
beatífica, son criaturas glorificadas que ven a Dios cara a cara. Esta mayor
excelencia, por naturaleza y por gracia, constituye a los ángeles en ministros
ordinarios de Dios –que quiere servirse corrientemente de causas segundas en el
gobierno del mundo–, y les capacita para influir sobre los hombres y los seres
inferiores. «El nombre que la Sagrada Escritura les atribuye indica que lo que
más cuenta en la Revelación es la verdad sobre las tareas de los
ángeles respecto a los hombres: ángel quiere decir, en efecto, mensajero»1.
En
muchos lugares del Nuevo y del Antiguo Testamento se nos habla de ellos, y de
tal manera es patente su presencia que es inseparable de la acción salvadora de
Dios en favor de los hombres2.
Además
de intervenir en acontecimientos singulares de la historia humana, los ángeles
actúan continuamente en la vida personal de los hombres, pues «la providencia
de Dios ha dado a los ángeles la misión de guardar al linaje humano y de
socorrer a cada hombre»3.
Son una muestra más de la bondad divina con nosotros, y por eso socorren,
animan, confortan, y nos llaman al bien, a la confianza y a la serenidad. Todo
un libro del Antiguo Testamento está dedicado a relatar la ayuda de un
arcángel, San Rafael, a la familia de Tobías4.
Sin dar a conocer su condición angélica, acompaña al joven Tobías en un largo y
difícil viaje, y le presta consejos y servicios inestimables; al final de la
narración, él mismo se presenta: Yo soy Rafael, uno de los siete santos
ángeles que presentamos las oraciones de los justos y tienen entrada ante la
majestad del Santo5.
El Señor conocía bien la conducta honrada de aquella familia: Cuando
orabais (...) yo presentaba ante Dios vuestras oraciones. Cuando enterrabas a
los muertos, también yo te asistía. Cuando con diligencia los sepultabas (...)
yo estaba contigo6.
Nuestra
vida es también un largo camino, y al final de ella, cuando con la ayuda de la
gracia estemos en la casa de nuestro Padre Dios, el Ángel Custodio también
podrá decirnos: «yo estaba contigo», pues los Ángeles Custodios tienen la
misión de ayudar a cada hombre a alcanzar el fin sobrenatural al que es llamado
por Dios. Yo mandaré un Ángel delante de ti -dijo el Señor a
Moisés- para que te defienda en el camino y te haga llegar al lugar que
te he dispuesto7.
Agradezcamos
al Señor que haya querido encomendarnos a estos príncipes del Cielo tan
inteligentes y eficaces en su operación, y manifestemos frecuentemente la
estima que les profesamos.
II.
Los Hechos de los Apóstoles narran algunos episodios que nos
enseñan la solicitud de los ángeles por el hombre: la liberación de los
Apóstoles de la prisión, y sobre todo la de Pedro, amenazado de muerte por
Herodes; o la intervención de un ángel en la conversión de Cornelio y de su
familia, o el que lleva al diácono Felipe hasta el ministro de la reina
Candace, en el camino de Jerusalén a Gaza8.
El
Papa Juan Pablo II citaba estos hechos a modo de ejemplo en su catequesis sobre
los ángeles. Y comenta: «se comprende cómo en la conciencia de la Iglesia se ha
podido formar la persuasión sobre el ministerio confiado a los ángeles en favor
de los hombres. Por ello, la Iglesia confiesa su fe en los ángeles
custodios, venerándolos en la liturgia con una fiesta especial, y
recomendando el recurso a su protección con una oración frecuente, como en la
invocación del “Ángel de Dios”. Esta oración parece atesorar las bellas
palabras de San Basilio: “Todo fiel tiene junto a sí un ángel como tutor y pastor,
para llevarlo a la vida”»9.
Esta
oración del «Ángel de Dios», que tantos cristianos han aprendido de labios de
sus padres, suele tener en los países de lengua castellana esta versión, con
ligeras variantes: Ángel de Dios, bajo cuya custodia me puso el Señor
con amorosa piedad, a mí que soy vuestro encomendado, alumbradme hoy,
guardadme, regidme y gobernadme. Amén. Es una oración breve que sirve desde
que se tienen pocos años de edad, y continúa haciéndonos bien cuando ha pasado
ya buena parte de la vida y seguimos teniendo la misma necesidad de protección
y amparo. Si hacemos el propósito de tratar más al Ángel de la Guarda durante
el día de hoy, no dejaremos de notar su presencia y recibiremos muchas gracias
y ayudas por su mediación. Además de su auxilio espiritual, nos prestará su apoyo
y colaboración en las pequeñas necesidades de la vida ordinaria: encontrar algo
que habíamos perdido, acordarnos de un asunto olvidado que nos es necesario
tener presente, ser puntuales... En todo aquello que se ordena a la gloria de
Dios –y todo lo humano recto puede ser ordenado y dirigido– podemos contar con
la ayuda de nuestro Ángel de la Guarda10.
También
podemos relacionarnos con los Ángeles Custodios de nuestros amigos, de modo
particular en la tarea de acercarlos al Señor y de evitar que se alejen de Él:
sugiriendo un oportuno cambio de conversación, apoyando una iniciativa para que
se acerquen al sacramento de la Penitencia o para que asistan a un medio de formación
ascética o doctrinal...
La
piedad cristiana considera desde antiguo que allí donde se encuentra reservada
la Santísima Eucaristía hay ángeles adorando constantemente a Jesús
Sacramentado. El arte cristiano, recogiendo la piedad popular, ha representado
muchas veces a los ángeles que rodean las custodias con las
caras tapadas con sus alas, porque se consideran indignos de estar en su
presencia. ¡Tan grande es su majestad! Pidámosles nosotros que nos enseñen a
tratar con amor a Jesús, realmente presente en el Sagrario, y a la vez con la
mayor reverencia que podamos.
III. A
pesar de la perfección de la naturaleza espiritual, los ángeles no tienen un
poder y una sabiduría divinas; no pueden leer en el interior de las
conciencias, pues no poseen un saber ilimitado. Por eso es necesario que les
demos a conocer lo que necesitamos de ellos en cada ocasión. No hacen falta
palabras; pero sí es necesario dirigirse a ellos con la mente, pues su
inteligencia está capacitada para conocer lo que imaginamos y pensamos
explícitamente. De ahí la frecuente recomendación de fomentar una honda amistad
con el propio Ángel Custodio.
En el
orden sensible, el trato con el Ángel Custodio es menos experimentable que el
de un amigo de la tierra, pero su eficacia es mucho mayor. Sus consejos vienen
de Dios y penetran más profundamente que la voz humana; su capacidad para
oírnos y comprendernos es inmensamente mayor que la del mejor amigo; no solo
porque su permanencia a nuestro lado es continua, sino porque penetra mucho más
hondamente en lo que necesitamos o expresamos.
Es muy
valiosa la asistencia que nos puede prestar en nuestra vida interior,
facilitando nuestra piedad, orientándonos en la oración mental y en las
oraciones vocales, y particularmente en la presencia de Dios. Nuestro Custodio
pondrá a raya la imaginación si se lo pedimos, cuando persista en dificultarnos
el trabajo o el trato con Dios. Nos sugerirá de algún modo propósitos de
mejora, o una manera sencilla y práctica de concretar algún buen deseo que
hasta entonces permanecía inoperante. Siempre tendremos el recurso confiado de
rogarle que se dirija por nosotros al Señor, diciéndole lo que, por nuestra
torpeza, no sepamos expresar en la oración personal11,
o nos sugiera en la dirección espiritual las palabras adecuadas para vivir
plenamente la sencillez y la sinceridad, después de hacer junto a él el examen
de conciencia. En la debilidad, su trato nos tornará más serenos.
La misión
del Ángel Custodio comienza en la tierra, pero tendrá su cumplimiento en el
Cielo, porque su amistad está llamada a perpetuarse para siempre. Su contenido
es tan íntimo y personal que los vínculos de amistad sobrenatural que nacieron
en la tierra permanecerán en el Cielo. En el momento en que demos cuenta a Dios
de nuestra vida será el gran aliado. «Él será quien, en tu juicio particular,
recordará las delicadezas que hayas tenido con Nuestro Señor, a lo largo de tu
vida. Más: cuando te sientas perdido por las terribles acusaciones del enemigo,
tu Ángel presentará aquellas corazonadas íntimas –quizá olvidadas por ti
mismo–, aquellas muestras de amor que hayas dedicado a Dios Padre, a Dios Hijo,
a Dios Espíritu Santo.
»Por
eso, no olvides nunca a tu Custodio, y ese Príncipe del Cielo no te abandonará
ahora, ni en el momento decisivo»12.
Será nuestro mejor amigo aquí en la tierra y más tarde en la eternidad.
1 Juan
Pablo II, Audiencia general 30-VII-1986. —
2 Cfr. ídem, Audiencia
general 9-VII-1986. —
3 Catecismo
Romano, IV, 9, n. 4. —
4 Cfr. Primera
lectura de la Misa, Año I, Tob 11, 5-17. —
5 Tob 12,
15. —
6 Cfr. Tob 12,
12-14. — 7 Ex 23,
20. —
8 Cfr. Hech 5,
18-20; 12, 5-10; 10, 3-8; 8, 26 ss. —
9 Juan
Pablo II, Audiencia general 6-VIII-1986. —
10 Cfr. G.
Hubert, Mi ángel marchará delante de ti, Palabra, 7ª ed.,
Madrid 1985, p. 155. —
11 Cfr. San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 272. —
12 ídem, Surco,
n. 693.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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