Emilio Nouel 08 de junio de 2021
@ENouelV
Karl
Popper, en uno de sus trabajos, afirmaba – en contra de los historicismos– que
el curso que siguen los acontecimientos humanos no podemos predecirlo. Al
observar el desarrollo reciente de la política en nuestro patio
latinoamericano, ¿podemos o no predecir lo que no se nos viene encima, habida
cuenta de las experiencias previas? Algunos rememoran la teoría del péndulo.
Así, en Latinoamérica, estaríamos hoy reiniciando un ciclo, esta vez de la
derecha a la izquierda, nuevamente, de cara a los eventos políticos que tienen
lugar en Perú, Brasil, Colombia y Chile. Se pretende hacer paralelismos entre
circunstancias disimiles. Peruanos, colombianos y chilenos alertan sobre la
eventual clonación en sus países del trágico fenómeno venezolano. Aunque se
pueden identificar semejanzas, cada país tiene sus rasgos específicos,
desenvolvimientos propios, que no nos llevan necesariamente a asegurar la
reedición que muchos temen. Desde Venezuela, sin duda, se ha querido proyectar
un modelo político, que en el fondo es un refrito edulcorado de una vieja y
fracasada ideología, aderezada con militarismo. Se buscaba replicar una
experiencia, que se ha mostrado, a ojos vista, nefasta. La propuesta de iniciar
un proceso constituyente y redactar un nueva Constitución para supuestamente
sentar las bases institucionales de las transformaciones que requería
Venezuela, se volvió un modelo a seguir por otros, llamado “Socialismo del
siglo XXI”. El mecanismo electoral democrático fue el instrumento utilizado
para luego desnaturalizarlo, corromperlo, instaurando un régimen autoritario
con vocación totalitaria.
Obviamente,
el trabajo de destrucción de la democracia venezolana fue facilitado por la
marcha decadente de los partidos políticos, a los que parte importante de los
venezolanos dejó de apoyar, no siempre por razones valederas. Rasgos reiterados
de la crisis política latinoamericana son el descrédito y el desafecto hacia
las organizaciones partidistas. Es el denominador común a lo largo y ancho de
nuestro hemisferio. Este caldo de cultivo propició el surgimiento de
movimientos políticos, organizados unos, y espontáneos, otros, sin experiencia,
antipolíticos y populistas, a los que une el repudio, en algunos casos,
irracional, a las ejecutorias de los partidos tradicionales, que no han sabido
sintonizar con los nuevos tiempos y las demandas sociales más sentidas. Los
países latinoamericanos que están viviendo serios trances políticos no están
condenados a ir por el camino desastroso que ha recorrido Venezuela. La mayoría
de los Estados de esos países no tienen el peso del que ha dispuesto el de
Venezuela.
Esto
da a esas sociedades civiles una ventaja no desdeñable para contrarrestar los
eventuales abusos que desde el poder estatal grupos políticos autoritarios
puedan cometer. El caso chileno, en particular, vistas las resultas de su
proceso electoral reciente, no deja de preocupar, sobre todo, por las
propuestas que lanzan las fuerzas vencedoras. Creer que de manera mágica se
cambiará el país por una nueva constitución es un grave error. Puede traer una
enorme decepción, que pondría en riesgo avances importantes alcanzados por ese
país. El proceso constituyente venezolano fue un fracaso. ¿Se replica en Chile,
Colombia o Peru la amarga experiencia de Venezuela? Veremos.
Emilio
Nouel
@ENouelV
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