Por Simón García
La derrota de la
oposición es política y electoral. No hay eufemismos para ocultar que la
pérdida de votos, partimos de siete millones setecientos mil en el 2015, es
consecuencia de una meta política que separó a los partidos de la realidad.
Estamos en el hoyo donde nos condujo una estrategia que llamó a la abstención
como antesala para el derrocamiento de Maduro a corto plazo.
Frente a un fracaso
contundente, que en materia de gobernaciones nos enrostra nuevamente un mapa
rojo rojito, hay que discutir las causas del revés y cómo recomponer la función
de orientación, organización y movilización del descontento de un país donde
mejoras, parciales y aisladas, en la economía no van a reducir la masacre
social que sufre la población.
Ayudar a millones de
familias a eludir la condena a una muerte segura debe ser el principal empeño
del gobierno y de la oposición. Para que sea una tarea común es imprescindible
que las fuerzas de cambio aborden, con un enfoque diferente, su labor de
oposición.
La disposición a
respaldar políticas de regeneración de la economía y el Estado de Derecho debe
tener como propósito reconfigurarse como una alternativa democrática y de
oposición, más allá de integrarse al régimen como su contraloría social.
Sin un cambio del
modelo político institucional que impone el poder actualmente dominante no
habrá efectiva vigorización de la economía. No es solución aceptar el
endurecimiento del autoritarismo oficialista en el ámbito de los derechos
políticos y electorales a cambio de una liberalización administrada del corsé
estatista sobre la hostigada economía de mercado. Los necesarios y deseables
entendimientos con el gobierno no pueden liquidar la existencia de una
oposición que esté del lado de la gente y que ofrezca un relato de país unido
en la aspiración compartida de una transición hacia la libertad y el bienestar.
La sorpresa del 21 de
noviembre no fue el resultado electoral, que las distintas fracciones
opositoras anticiparon y trabajaron con suicida tenacidad para que ocurriera,
sino el escaso espacio que la grave situación del país tiene en la agenda de
los dirigentes opositores nacionales. Todos cegados por la convicción de
preservar la propia parcela a costa de acabar con la de los vecinos.
La idea de triunfo
compartido no cabe en los alambrados del espíritu que trazan la peor de las
divisiones humanas, las del odio.
Hoy la unidad es una
petición que no se puede cumplir ni en la oposición ni entre ésta y el
gobierno. Detrás de las proclamaciones laten cálculos pequeños. Además, no se
promueve unidad ignorando el conflicto entre el desarrollo de la sociedad y un
gobierno que no puede controlarla autocráticamente. El centro de la unidad es
encontrar, entre proyectos contrarios, los modos y medios para dirimir esa
contradicción dentro de la constitución y el relanzamiento de una democracia
sustentada en el ciudadano y no en la fuerza coactiva del poder.
Las distintas ramas de
la oposición que se expresaron en las elecciones regionales y locales tienen
que quemar las facturas y descalificaciones que las debilitan mutuamente. Una
oportunidad de aproximación es unirse para volver a ganar Barinas. El gesto de
Henry Falcón y de Avanzada Progresista es una buena señal, pero la
candidatura de Claudio Fermín, continúa la división que fortalece al
oficialismo. Ninguna motivación justifica que organizaciones que
manifiestan estar en el campo de la oposición, cumplan el papel de restarle
votos a Sergio Garrido. Un paso en falso que aún puede corregirse.
Simón García es analista
político. Cofundador del MAS.
12-12-21
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