Por Hugo
Santaromita, 06/01/2013
Hace mucho tiempo corría la especie de que
los venezolanos éramos uno de los gentilicios más admirables del nuevo
continente, primero por aquello de la gesta independentista de mitad del siglo
XVIII y, luego, por la estabilidad democrática que caracterizó a Venezuela
durante 40 años. Se trataba de una nación ejemplarizante cuyos habitantes
experimentaron el mayor ascenso social que ninguna otra sociedad había logrado
en tan corto tiempo. Solamente en Venezuela había sido posible que el ingreso
per cápita se colocara a la cabeza de América Latina y que el concepto de
igualdad fuese la mejor característica de sus habitantes.
Hace pocos años, en la segunda mitad del
siglo XX, Venezuela dio la campanada de lo que puede llegar a ser un país donde
las políticas públicas estaban orientadas al crecimiento, aún a pesar de los
errores de sus gobernantes, que lamentablemente se durmieron en sus laureles,
apoltronados, y disfrutando de la inmensa renta petrolera que la naturaleza nos
brindaba, y nos sigue brindando, por arte del destino y la providencia.
Durante ese tiempo Venezuela era una nación
constructiva, que dejaba una estela de positivismo y de ejemplos para el resto
de América Latina, mientras los países de la región sucumbían ante la tentación
autoritaria. Brasil, Argentina, Chile, Perú, Ecuador, Bolivia, Uruguay y
Paraguay caían pisoteados por la bota militar, y apenas Colombia hacía grandes
esfuerzos por exhibir avances democráticos, impulsando el bipartidismo, pero
atascada en los garfios de la guerrilla y el narcotráfico.
De allí que Venezuela pasó a convertirse en
el reducto de todos aquellos que decidieron huir de las desgracias del
autoritarismo. La historia nos mostraba una nación que recibía con brazos
abiertos grandes camadas de latinoamericanos que decidieron ofrecer su aliento
y sus sueños, dejando en el pasado el dolor y la tragedia de la tortura y la
muerte, para refugiarse en una tierra cálida, amable y comprometida con la libertad.
Hoy el panorama ha cambiado radicalmente en
la tierra de Bolívar. La insurgencia de un hombre como Hugo Chávez, hoy casi
acabado físicamente, desenterró los fantasmas de esas sociedades represivas e
intolerantes. Catorce años después, y en medio del corolario de una enfermedad
terminal, Chávez convirtió a Venezuela en un país arrodillado e hizo del pasado
un himno de venganza para resarcirse de carencias, en la pretensión de que todo
el mundo está obligado a pagar por esas penurias de la primera parte de su
vida, sin importarle clase social, ni tradición, ni memoria histórica, ni
valores democráticos.
Chávez cambió el paradigma de la convivencia
e instauró el miedo y la corrupción como norma de vida en la sociedad
venezolana. En medio de su padecimiento, el teniente construyó una infamia
autoritaria que quebró la cérvix de los venezolanos, a los que volvió
dependientes a punta de dádivas y populismo. Aquel país caracterizado por su
libre albedrío, por su humor cotidiano y por su concepto de convivencia devino
en una nación triste, alienada, de rasgos primitivos y de economía
africanizada, dependiente absolutamente del petróleo y de su distribución, de
acuerdo a los caprichos del autócrata.
En 14 años el aparato productivo venezolano
ha sido destruido sin compasión y los empresarios pasaron a ser una especie de
aventureros tratando de sobrevivir en un entorno agresivo y peligroso, como un
safari en la selva. Ése es lamentablemente el cuadro actual de la economía
venezolana: empresas clausuradas, capitales fugados, oferta y demanda
erradicadas, competitividad en desuso, una moneda convertida en humo y una
inseguridad jurídica que aleja totalmente al país de la agenda de cualquier
inversionista sensato.
Chávez ha redibujado un país fantasma para el
futuro de los venezolanos, más parecido a esos pueblos de utilería –hechos de
fachadas de cartón- para la producción de películas del Oeste americano, que a
una nación orientada hacia el desarrollo y la convivencia democrática. Hace
tiempo dejamos de ser ciudadanos protagonistas, decisorios, para quedar
reducidos a unos vulgares, alienados y pusilánimes habitantes de cartón y papel
maché, como lo predijo George Orwell en su novela 1984. Un futuro oscuro para
todos, muy tarde para despertar de la hipnosis autoritaria.
hugo.santaromita@gmail.com
Tomado de:
http://forumvenezuela.blogspot.com/2013/01/catorce-anos-despues-hipnosis.html?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+ForumVenezuela+%28Forum+Venezuela%29
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