Escrito por Fernando Luis Egaña Lunes, 07 de Enero de
2013
La satrapía tiene a la República en
terapia intensiva: lacerada, comatosa, entubada y sin soberanía. Y el sainete
de la re-posesión lo re-confirma.
La enjundia jurídica de la procuradora
Cilia Flores, puede que sea parecida a la sapiencia histórica del
vicepresidente Nicolás Maduro, o a la humildad política de Diosdado Cabello.
Pero como ella es vocera del gran poder cubano, la cartilla que vocea es santa
palabra para la interpretación “revolucionaria” de la Constitución.
Y si alguien no tiene duda al respecto
es la magistrada-presidenta del Tribunal Supremo. Por eso, no importa lo que
exprese la letra, el espíritu, el propósito o la razón del texto
constitucional, en cuanto a la finalización de un período presidencial y el
inicio de otro distinto, y en cuanto a las previsiones para el caso de la ausencia
del ciudadano a juramentar el 10 de enero. Nada. Nada.
La interpretación “correcta” es que un
sexenio se empata con el otro, que la juramentación es un “formalismo”
–queriéndose decir: necedad--, y que eso de las faltas absolutas o temporales o
cosas por el estilo, son puras tretas de la “derecha” para desestabilizar a la
revolución, al comandante y al pueblo de Bolívar. ¿O acaso exagero?
Mientras tanto, el señor Chávez,
probablemente sometido a un encarnizamiento terapéutico en La Habana, no luce
que reúna las condiciones para ocupar la jefatura del Estado, al menos no en
los términos en que ello es definido y regulado por la Constitución de 1999.
Pero claro, la regla de oro de una
satrapía es que la preservación del poder despótico siempre debe imperar sobre
cualquier tipo de institución formal. O dicho en mejor criollo: continuismo
mata constitución. En especial, cuando los conflictos endógenos de la satrapía
ponen en riesgo, por ejemplo, decisiones sucesorales.
Porque ojo, uno de los motivos
principales para esta nueva y enésima voladura de la Constitución, es que
Cabello no se llegue a sentar en la silla de Miraflores, no sea que después no
quiera entregarla a más nadie. En rigor le tocaría asumir el 10-E pero, abrazos
aparte, ése sería el escenario más gravoso para el formato sucesoral ya
anunciado y en marcha.
En toda esta tragedia de la República,
abajada a republiqueta por obra de la llamada “revolución bolivarista, lo único
que le importa a la cofradía que usufructa el poder y la renta petrolera es seguir
haciéndolo, y en eso van hermanados los castristas y los jerarcas chavistas, se
vistan de rojo o de verdeoliva.
No extraña entonces que el respeto a
la Constitución –y por cierto una aparatosa Constitución, sea un mero
“formalismo” en comparación con la necesidad de quedarse en el mando.
Y ese tribalismo de montonera,
fondeado por los billonarios petrodólares, ha sumido a nuestra República en una
situación de postración, con creciente pérdida de conciencia, con asfixia
política y económica, y con un pronóstico de agravamiento, mientras la satrapía
siga haciendo de las suyas.
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