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miércoles, 2 de enero de 2013

Una campiña de sensaciones


Por Mario Villegas, 30/12/2012
Columna de Puño y Letra

Si el modelo de seguridad que postula el gobierno es el que se ve por la zona donde este servidor habita, está muy lejos de producir los resultados de que alardean las autoridades y mucho más lejos de lo que los ciudadanos esperan.

Hace unos días y a plena luz del sol, tres de los doce apartamentos del edificio en el que vivo fueron impunemente violentados por delincuentes y dos de ellos parcialmente desvalijados. Sus propietarios estaban ausentes, por lo que al menos no se vio en peligro su integridad personal. Semanas atrás, algo parecido había ocurrido en un edificio vecino, donde los antisociales hasta metieron un camión, amenazaron a punta de pistola a varios residentes y saquearon sus apartamentos.

Pero eso no es todo. En la misma cuadra, dos personas han sido asesinadas a tiros y otras heridas, mientras que en la misma manzana varias han sufrido los rigores del secuestro, numerosas asaltadas y despojadas de sus carteras, celulares y demás pertenencias, gran cantidad de automóviles han sido robados, sopotocientos viandantes víctimas de arrebatones y unos cuantos comercios atracados, uno de ellos con decenas de clientes adentro. Para remate, en el sector pululan indigentes, malandrines, drogadictos y borrachines, que completan un cuadro de extrema inseguridad. ¿O será acaso una “sensación”, como ha afirmado esa caja de sorpresas en que se ha convertido el colega José Vicente Rangel?

Va para dos años que el jefe de la Guardia Nacional en el sector asistió a una asamblea con el consejo comunal y los vecinos, donde el oficial prometió vigilancia y patrullaje, lo cual efectivamente cumplió durante un par de días. Desde entonces, la orfandad de la comunidad es total. No se ve a una sola patrulla, mucho menos a efectivos militares o policiales en recorridos por la zona.

Y, por cierto, no vivo en Miranda, que según el gobierno es el estado más inseguro del país. Resido en La Campiña, parroquia El Recreo del Municipio Libertador, cuyo alcalde no es el inepto/escuálido/apátrida/majunche Henrique Capriles Radonski sino el eficiente/revolucionario/patriota/magnífico Jorge Rodríguez.

Cómo será la cosa en La Campiña que hasta PDVSA, habitualmente custodiada por la GN, cuyo módulo al frente del la petrolera fue desvalijado por los malandros, creó un cuerpo parapolicial exclusivo y muy bien dotado con el fin de prestarle seguridad a su propio personal en los alrededores de la sede. Los vecinos, en su mayoría clase media modesta y trabajadora, no tienen el músculo financiero para hacerse de una gran red de vigilantes parecida al órgano que la empresa de los hidrocarburos se paga para sí misma con el petróleo que pertenece a todos los venezolanos. Así que en La Campiña, lo único seguro es PDVSA.

Es un acierto la creación de la Universidad de la Seguridad y de la Policía Nacional Bolivariana. Pero cuando se escucha a los jerarcas oficiales hablar de las políticas de seguridad y de sus maravillosos resultados, cualquiera siente como si estuviesen hablando de un país distinto a éste que nos toca vivir a los demás ciudadanos.

BREVES

l  Alarma que una arepa rellena cueste más de 50 bolívares. Y no se trata de ningún relleno extravagante u oligárquico, sino de una arepa con proletario queso blanco o amarillo, carne mechada, atún, perico u otro ingrediente común. Tampoco se trata de una arepa servida en lujoso restaurante sino en la barra de una modesta arepería a la entrada de la avenida Casanova. ¿Cuántas arepas salen de un kilo de harina que cuesta 5,93 bolívares? ¿Y cuánto pueden costar los cien gramos o menos del producto del relleno? ¿Dónde están los organismos de defensa del consumidor? ¿Y dónde la conciencia social de los empresarios? Hace tiempo el presidente Hugo Chávez hizo un llamado a la sensibilidad de los dueños de las areperas para que racionalizaran sus precios. Por lo visto eso no ha ocurrido. Defiendo el derecho de los particulares a producir bienes y servicios a precios que cubran sus costos y deriven razonables ganancias, pero no acompaño los excesos, más propios de la especulación que de la responsabilidad social empresarial. ¿Querrán que el gobierno haga lo que, casi cuarenta años atrás, hizo el de Carlos Andrés Pérez, con Diego Arria al frente, que fue regular los precios del popular alimento nacional?

Twitter: @mario_villegas

Publicado en la Edición Impresa del Diario 2001

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