Por Antonio Pérez
Esclarín, 04/02/2013
Hay personas
que, si se mordieran la lengua, se envenenarían. Otros muchos confunden el
twitter con una cloaca donde vierten toda su inmundicia. Pareciera que no saben
hablar o comunicarse sin insultar y ofender.
Les confieso que me embarga una enorme tristeza cuando entro en
algunas redes sociales, cuando escucho algunas declaraciones y discursos,
cuando presencio un debate en la Asamblea o cuando veo que multitudes corean y
aplauden a los que profieren insultos. Sustituir argumentos por ofensas,
gritos, amenazas o golpes no sólo demuestra una gran pobreza intelectual sino
una pequeñez de espíritu y una verdadera falta de dignidad y de humanismo.
La agresión
es signo de debilidad moral e intelectual y la violencia es la más triste e
inhumana ausencia de pensamiento. Valiente no es el que amenaza, ofende o
golpea, sino el que es capaz de dominar su agresividad y no se deja arrastrar
por la conducta de los que ofenden. La violencia deshumaniza al que la ejerce y
desata una lógica de violencia siempre mayor. Quien insulta, hiere, y ofende se
degrada como persona y no podrá contribuir a construir una sociedad más justa o
más humana.
En Venezuela, nos estamos acostumbrando a muchos tipos de
violencia, entre ellos, a la violencia verbal. El hablar cotidiano y el hablar
político reflejan con demasiada frecuencia la agresividad que habita en el
corazón de las personas. De las bocas brota con fluidez un lenguaje duro,
implacable y procaz, que confunde brillantez y oratoria con capacidad de
ofender y de herir. Y no olvidemos que es muy fácil pasar de la violencia
verbal a la violencia física, del insulto al golpe, como lo presenciamos
continuamente.
Nunca llegaremos a la paz ni a la convivencia provocando el
desprecio, los insultos y la mutua agresión. ¿Qué paz se podrá hacer entre
personas que no se escuchan ni respetan mutuamente sus ideas diferentes? ¿Por
qué tenemos que despreciar, ofender y considerar como enemigo a alguien
simplemente porque piensa de una forma distinta? ¿Cuál es el metro o el
termómetro para medir quiénes tienen o no verdadero amor a la Patria?
Sólo quienes busquen con espíritu abierto y lucidez fórmulas de
convivencia humana y política nos acercarán a la paz. Con posturas dogmáticas y
humillantes nunca construiremos un país próspero y justo. Nunca llegaremos a la
paz si seguimos introduciendo fanatismo y ofensas, si se coacciona a las
personas con graves amenazas e insultos y se busca reducir al silencio al que
piensa diferente. Cuando en una sociedad la gente tiene miedo de expresar lo
que piensa, se está destruyendo la convivencia democrática y se está negando la
dignidad de la persona pues, como nos decía Paulo Freire “nos hacemos personas
cuando salimos de la cultura del silencio, somos capaces de decir nuestra
propia palabra y dejamos de repetir las que nos ponen en la boca”.
Sólo los que tienen el corazón en paz podrán ser sembradores de
paz y contribuirán a gestar un mundo mejor. No construiremos una Venezuela de
justicia y de paz si no comenzamos desarmando los corazones. Ser pacífico o
constructor de paz no implica adoptar posturas pasivas, sino comprometerse y
luchar por la verdad y la justicia mediante la no-violencia, para que sea
posible una Venezuela justa y fraterna.
Foto: Mural de Jafeth
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