Por Víctor Maldonado, 04/02/2013
Todos los venezolanos sabemos que esta revolución es secta y exclusión, y que por lo tanto ellos se permiten todo mientras que al resto del país le proporcionan por cuenta-gotas el trato debido al ciudadano que está imaginado en la Constitución. Sabemos que el juego tiene unas reglas atroces en la que ellos tienen todas las ventajas y nosotros todas las de perder. Y nadie se cae a cuentos. Aquí no hay república porque no hay división de poderes, ni autonomía judicial ni mucho menos la expectativa de que la dignidad y el coraje de alguno se imponga a toda esta mediocridad discursiva que encubre con tanta eficiencia el miedo más acervo, la cobardía más ramplona y la entrega de algo más que una mala conciencia.
Aponte-Aponte el ex magistrado trastocado en delator lo dijo claramente: El alto mando del régimen se reúne cotidianamente con la única finalidad de preservarse, de continuar contumazmente disfrutando del ejercicio obsceno del poder, sin dudar en apoyarse para ello en la persecución, el chantaje, el acoso y el terrorismo aplicado por micro-dosis para que el resto entienda de lo que son capaces de hacer con el fin seguir allí donde cada uno de ellos está.
Tal vez piensen que se la están comiendo. Algunos incluso, fingiendo un intelecto que no tienen, dirán que están siguiendo al pie de la letra los consejos del secretario florentino, y que ellos mismos han llegado a ser la quintaesencia del maquiavelismo. Pues están bien equivocados. Esto que ellos practican, toda esta red mafiosa que se reafirma en la esterilidad del caos lanzado contra toda la heredad republicana, todo esto que ellos hacen, a veces como indiferencia y muchas otras como contumacia no es definible, pero igual hubiese provocado la nausea y el repudio de Maquiavelo que no hubiese podido entender el afán por destruir y no por conservar la esencia del estado, el cuerpo de reglas y de normas que garanticen la paz y las condiciones mínimas que provoquen el progreso de las gentes. Lamento tener que informarle a estos aprendices de brujería santera que ellos no encuadran en ninguna propuesta factible y por lo tanto esta revolución es solamente un hiato entre largos espacios de cordura que hemos mantenido por décadas. Esto que aquí ocurre, incluido por supuesto el uso indiscriminado de la crueldad no es otra cosa que el mismo chanchullo que hacía de Alí Babá un líder y a sus cuarenta ladrones la más conspicua trama de secuaces que se haya podido contar.
Maquiavelo recomendaba a sus príncipes que hicieran todo lo que estuviera a su mano para garantizar un orden político fundado en la paz y no en la guerra, queriendo decir con esto que como gobernantes debían hacer todo lo posible para construir los acuerdos que fueran necesarios para garantizar el bienestar de sus conciudadanos, y que estos acuerdos debían ser logrados a través de la negociación y el compromiso, y nunca como resultado de la victoria del más fuerte. Porque sabía que la guerra era el resultado legítimo de la imposición violenta sobre cualquier esfuerzo de la razón.
Pues bien. Estamos frente a una situación de hecho que extiende sus tentáculos y se multiplica en cientos de oportunidades para imponerse por la fuerza haciendo evidente que los que ahora tienen el poder no cuentan con la vocación de administrarse con virtud, ni tienen el mínimo interés en mantener el orden social y la unidad política. Ellos simplemente quieren seguir siendo los exponentes de un poder corrupto que quieren mantener a cualquier precio.
Por eso la indignación ante estas decisiones que son como fístulas purulentas de un cuerpo que se descompone aceleradamente. Sería tal vez menos importante si cada uno de nosotros no fuéramos parte obligada de esa condición de podredumbre. Si el fin es restaurar la República civil y decente que muchos soñamos, entonces siguiendo a Maquiavelo tenemos que encarar el difícil dilema que significa el que no haya medio que podamos reprobar o al que podamos renunciar, porque al fin y al cabo, las condiciones de lucha las impone el régimen despótico contra el que debemos combatir.
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