Por Angelica Alvaray, 02/08/2013
La primera vez que me topé con la palabra
anomia, tenía que ver con el segundo significado que denota la RAE: Trastorno
del lenguaje que impide llamar a las cosas por su nombre.
Quizá fue así como comenzó todo, cambiando
los nombres de las cosas, hasta que ya no nos acordamos del nombre verdadero.
Ya no hay ciudadanos sino camaradas o compañeros, no hay rivales sino enemigos,
no hay negros sino afrodescendientes; a los damnificados se les llama
dignificados, ya no hay presos sino privados de libertad y la violencia solo es
una sensación. Así, los opositores somos calificados con una serie de epítetos
que no voy a repetir, pero que algunos exhiben con orgullo, sin pararse a
pensar que el lenguaje hace el concepto, lo dibuja en la propia mente y en la
mente del otro.
Ahora no nos atrevemos a decir lo que sucede.
Los noticieros en la televisión son cada vez más sosos, el miedo se ha
apoderado de la vida diaria y hablamos en voz baja, como temiendo que solo
pronunciar alguna palabra inadecuada pueda perjudicarnos en nuestro trabajo,
con nuestros vecinos. Hace apenas un año, una diputada se atrevió a decirle al
presidente que, en este país, expropiar es robar. Al señalar ese cambio en el
concepto, fue aplaudida por muchos y vilipendiada por otros tantos. Esa misma
diputada hace apenas unos meses fue golpeada con saña, como para que se callara
la boca de una vez. Pero justo de eso se trata. De atreverse a llamar a las
cosas por su nombre, no por calificativos hechos a la medida para esconder lo
que realmente está ocurriendo.
Pero el cambio de nombre hace rato que no es
suficiente. Cambian las reglas, las desdibujan o las redefinen para justificar
sus acciones. Quieren mantener la cara legal a expensas de la legalidad misma,
reinterpretando normativas, saltándose leyes, buscando aprobaciones de los
poderes “independientes” para ofrecerlas a sus socios internacionales como
salvoconductos de su conducta totalitaria. El poder no se entrega cuando dice
la Constitución, sino cuando ellos deciden, las auditorías no se hacen como
dice la normativa, sino en forma parcial y a puertas cerradas, las leyes no se
discuten sino que se imponen, la autonomía universitaria se elimina con un
párrafo en un reglamento secundario.
Hoy, además de lo cotidiano, nos enfrentamos
al allanamiento de la inmunidad de Richard Mardo, hecho efectivo mediante golpe
bajo a la Constitución. Al Presidente de la Asamblea se le ocurrió que podría
hacerlo por mayoría simple, aún cuando expresamente está escrito que se
necesitan dos tercios de los diputados presentes. El juicio de ante-mérito fue
ambiguo, la presentación de pruebas poco transparente, en sesión a puerta
cerrada. Lo acusan por defraudación tributaria y legitimación de capitales,
pero a la defensa le ha sido negado el derecho de tener acceso al expediente
que está en la Contraloría General.
Mardo pasa a engrosar la lista de casos sin
ley, como las inhabilitaciones que enfrentan varios líderes de la oposición,
como la condena arbitraria a la Jueza Afiuni, como la permanente negación de
libertad condicional a Simonovis, que se nos muere de a poco…
Busco una vez más el significado de Anomia en
internet:
Anomia: Ausencia de ley. Conjunto de situaciones
que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación.
Estamos definitivamente en un estado de
anomia social, una especie de jungla donde priva la ley del más fuerte. Pero no
podemos dejarnos aplastar por unos pocos, que quieren mantener la ausencia de
leyes como estructura de poder y la arbitrariedad como norma. La historia está
llena de ejemplos que señalan que estos arbitrarios tienen sus días contados.
Los venezolanos demócratas hemos estado en
pie de lucha durante 14 años y hemos crecido, a pesar de todos los intentos de
aniquilarnos. Así que nos toca volver a movilizarnos, salir a apoyar a Mardo en
la concentración convocada para el sábado y mantener viva la esperanza de
cambio.
@aalvaray
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