Francis Fukuyama el Jul
19th, 2013
La clase media ya no quiere solo tener seguridad sino
también opciones y oportunidades. Es hoy mucho más probable que opten por la
acción si la sociedad no logra cumplir con sus expectativas de mejoramiento
económico y social que además crecen con rapidez.
Durante los últimos diez años, Turquía
y Brasil fueron ampliamente celebrados como países con desempeños económicos
estelares; mercados emergentes con una creciente influencia en el escenario
internacional. Sin embargo, en los últimos tres meses, ambos países se han
visto paralizados por enormes protestas que expresan un profundo descontento
con el desempeño de sus gobiernos. ¿Qué es lo que está pasando? ¿y habrá más
países que experimenten convulsiones similares?
La Clase Media Global
El tema que conecta estos episodios
recientes en Turquía y Brasil, así como con la Primavera Árabe de 2011 y las
continuas protestas en China, es el ascenso de una nueva clase media global.
Dondequiera que ha surgido, esta clase media moderna causa agitación política,
pero rara vez ha podido, por sí misma, provocar un cambio político duradero.
Nada de lo que hemos visto últimamente en las calles de Estambul o Rio de
Janeiro sugiere que estos casos vayan a ser una excepción.
En Turquía y Brasil, así como en Túnez
y Egipto antes, las protestas políticas no fueron lideradas por los pobres,
sino por los jóvenes con niveles de educación e ingresos mayores al promedio.
Dominan la tecnología y usan medios sociales como Facebook y Twitter para
difundir información y organizar protestas. Incluso aquellos que viven en
países con sistemas democráticos funcionales, no se sienten representados por
la élite política gobernante.
En Turquía, se manifiestan en contra
de las políticas de desarrollo a cualquier costo y el estilo autoritario del
primer ministro Recep Tayyip Erdoğan. En Brasil, se oponen a una élite política
muy afianzada y corrupta que se jacta de proyectos glamorosos como el Mundial
de Fútbol y los Juegos Olímpicos de Rio pero que no es capaz de brindar
servicios básicos de salud y educación. Para ellos, no basta con que la
presidente, Dilma Rousseff, haya sido una activista de izquierda encarcelada
por los militares en los años 70 y líder del Partido de los Trabajadores. Desde
su punto de vista, el partido se ha visto arrastrado a la maraña del “sistema”
corrupto, tal como quedó en evidencia con el reciente escándalo de compra de
votos.
El mundo de los negocios habla del
ascenso de la “clase media global” desde hace al menos una década. Un informe
de Goldman Sachs de 2008 definió este grupo como aquellos con ingresos de entre
US$6.000 y US$30.000 al año y predijo que crecería hasta sumar 2.000 millones
de personas para 2030. Partiendo de una definición más amplia de clase media,
un informe del Instituto de la Unión Europea para Estudios de Seguridad de 2012
pronosticó que la cantidad de personas en esa categoría crecería de 1.800
millones en 2009 a 3.200 millones en 2020 y a 4.900 millones en 2030 (sobre una
población mundial proyectada de 8.300 millones). La mayor parte de este
crecimiento se verá en Asia, especialmente en China e India. Pero todas las
regiones del mundo participarán en la tendencia, incluida África, que según el
Banco de Desarrollo de África ya tiene una clase media de más de 300 millones
de personas.
A las empresas se les hace la boca
agua ante la promesa de esta clase media emergente porque representa una amplia
base de consumidores nuevos. Economistas y analistas tienden a definir el
estatus de clase media sólo en términos monetarios. Pero se define mejor por la
educación, la ocupación y la propiedad de activos, que son mucho más
consecuentes a la hora de predecir el comportamiento político.
Varios estudios transnacionales, incluyendo
recientes encuestas del centro de estudios Pew y datos de la Universidad de
Michigan, muestran que los niveles de educación más altos se correlacionan con
que las personas adjudiquen mayor importancia a conceptos como la democracia,
la libertad individual y la tolerancia a formas de vida alternativas. La clase
media ya no quiere solo tener seguridad sino también opciones y oportunidades.
Es más probable que opten por la acción si la sociedad no logra cumplir con sus
expectativas de mejoras económicas y sociales, que crecen con rapidez.
DIVISIONES INTERNAS
Mientras las protestas, los
levantamientos y, ocasionalmente, las revoluciones suelen ser encabezadas por
los miembros recién llegados de la clase media, no suelen lograr por sí solos
cambios políticos a largo plazo. Esto se debe a que la clase media rara vez
representa más que una minoría de la sociedad en los países en desarrollo y
está dividida internamente. Si no pueden formar una coalición con otras partes
de la sociedad, sus movimientos no suelen producir cambios políticos duraderos.
Por eso, los jóvenes manifestantes en
Túnez y en la Plaza Tahrir, en El Cairo, a pesar de haber derrocado a sus
respectivos dictadores, no lograron organizarse para formar partidos políticos
capaces de participar en las elecciones nacionales. Especialmente los
estudiantes no tienen ni idea de cómo llevar su mensaje a la clase trabajadora
y los pobres para crear una amplia coalición política.
En Turquía, el primer ministro Erdoğan
sigue siendo popular fuera de las zonas urbanas. La clase media turca, en
cambio, está dividida. El notable crecimiento económico del país en la última
década ha sido impulsado en gran parte por una nueva clase media religiosa y
muy emprendedora que ha apoyado con énfasis el partido de Erdoğan.
Este grupo social trabaja duro y
ahorra su dinero. Exhiben muchas de las virtudes que el sociólogo Max Weber
asociaba con la ética del Cristianismo Puritano de la era moderna de Europa,
que según él, fue la base para el desarrollo capitalista. En cambio, los
manifestantes urbanos en Turquía son más laicos y están conectados con los
valores modernistas de sus pares en Europa y Estados Unidos. Este grupo no sólo
enfrenta la represión de los instintos autoritarios del primer ministro, sino
también las dificultades para establecer lazos con otras clases sociales.
BRASIL ES DIFERENTE
La situación en Brasil es bastante
distinta. Allí los manifestantes no enfrentarán una dura represión del
gobierno. Más bien, el desafío será evitar ser cooptados a largo plazo por el
sistema. El estatus de clase media no significa que un individuo apoya
automáticamente la democracia o un gobierno transparente. De hecho, una gran
parte de la clase media de edad más avanzada era empleada por el sector
público, donde dependía de las políticas clientelistas y el control estatal de
la economía. Estas clases medias, así como las de países asiáticos como
Tailandia y China, han respaldado gobiernos autoritarios cuando parecía que era
la mejor manera de asegurar su futuro económico.
El reciente crecimiento económico de
Brasil produjo una clase media distinta y más emprendedora, afianzada en el
sector privado. Pero este grupo podría seguir su propio interés económico en
dos direcciones. Por un lado, podría ser la base de una coalición de clase
media que busca una reforma integral del sistema político brasileño,
presionando para que los políticos corruptos rindan cuentas y para que se
cambien las normas para dar lugar a mejores políticas. Por otro lado, los
miembros de la clase media urbana podrían disipar sus energías en distracciones
como políticas de identidad o ser cooptados individualmente por un sistema que
ofrece grandes recompensas a quienes aprenden a jugar dentro del sistema.
No hay garantías de que Brasil siga el
camino reformista tras las protestas. Mucho dependerá del liderazgo. Rousseff
dispone de una enorme oportunidad para usar las manifestaciones como una
plataforma para lanzar una reforma sistémica mucho más ambiciosa. Hasta ahora ha
sido muy cuidadosa en su intento de desafiar el sistema establecido, frenada
por las limitaciones de su propio partido y la coalición política.
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