Álvaro Vargas Llosa 13 de agosto de 2013
Hace algunos días, una de las mejores
cabezas políticas de la Argentina me pronosticó: "El kirchnerismo
obtendrá sólo 30 por ciento de los votos, una derrota que sepultará el
sueño de la nueva reelección de Cristina".
Pues bien: en las primarias del
domingo, anticipo de las legislativas que renovarán la mitad de Diputados y un
tercio del Senado en octubre, el
kirchnerismo ha obtenido 26 por ciento de los votos. La oposición
vapuleó al oficialismo con tres cuartas partes del votos, repartidos entre los
peronismos disidentes, el radicalismo tradicional aliado al socialismo, el PRO
del jefe del gobierno de la capital y la coalición de izquierda vinculada a la
incombustible Elisa Carrió.
Los cinco principales distritos
electorales (la provincia de Buenos Aires, la capital, Córdoba, Santa fe y
Mendoza) concentran el 70 por ciento del voto. En todos ellos los candidatos de
la Presidenta fueron derrotados con porcentajes que van de la incomodidad
carraspeante a la humillación sonrojante. Cristina perdió en su
provincia de Santa Cruz; también en otras como Neuquén, reserva de
hidrocarburos y epicentro del choque entre su gobierno y Repsol, y del contrato
sustitutorio y opaco con Chevron. Si extrapolamos estas cifras a la elección de
octubre, el oficialismo quedaría a más de diez senadores de los necesarios para
cambiar la Constitución y perpetuarse en el poder.
No hace falta gran cacumen para
entender lo que sucede: los argentinos están hartos del gobierno.
De su estilo de matón de barrio, de su déficit etico, de su ímpetu avasallador
de instituciones, de su populismo artificioso y, ahora, insolvente. Lo que
Néstor había montado -ciertas alianzas con sindicatos, medios de comunicación y
empresarios-, Cristina lo ha desmontado, acaracolándose bajo una caparazón de
sicofantes sin vocación ni capacidad para ayudarla a preservar ese 54 por
ciento de los votos con que renovó, en un enlutado 2011, el mandato
presidencial.
Lo que sucederá ahora es previsible:
rugirán como leones los gatitos, o sea los gobernadores, que ronroneaban
dócilmente en el regazo de la Presidenta hasta hace poco; aumentará la
insolencia de esos jueces que en los últimos tiempos habían frenado en parte la
apisonadora kirchnerista; relumbrarán, en este crepúsculo del régimen, los
cuchillos afilados del peronismo, que lo aguanta todo (crímenes, golpes, robos,
bandazos ideológicos) menos una derrota.
Entonces, ¿quién? ¿Quién sucederá a
Cristina en 2015? Y aquí es donde la derrotada, de momento, sonríe su consuelo.
El consuelo que le permitió, la noche del domingo, decir: sigo siendo la
primera fuerza. En efecto, lo es. Las tres cuartas partes del país que votaron
contra ella tienen una representación grotescamente fragmentada: los siete
enanitos de Blanca Nieves. La atención política del país es centrípeta
en su oposición al gobierno, centrífuga en su búsqueda de alternativas.
Dos constantes se han dado en la
década del kirchnerismo: la desunión opositora y la arena movediza que se tragó
todos los liderazgos alternativos. El peronista disidente Sergio Massa, joven
intendente de Tigre (provincia de Buenos Aires), es la nueva vedette, como lo
fue, hace cuatro años, Francisco de Narváez tras derrotar al ex Presidente
Néstor Kirchner, entonces candidato a diputado por la provincia bonaerense. Fue
liberal en los 90, kirchnerista en la década del 2000 y
hoy...."presidenciable".
Pero ese club tiene una membresía
abultada, que incluye a otros disidentes, a radicales, al líder del PRO, a
socialistas y "progresistas". Nada indica que exista la intención de
hacer que esa masa informe se vuelva un cuerpo organizado y nítido, capaz
de algo más importante que derrotar al oficialismo en 2015: gobernar la
Argentina. El kirchnerismo la desgobernó porque, a medida que concentró
poder, desconcentró la capacidad de desarrollo en todos los ámbitos: político,
moral, económico. Revertir eso requerirá un liderazgo representativo, una base
ancha, un programa claramante mandatado. De lo contrario, la protoplasmática
oposición que ahora derrotó a Cristina se derrotará también a sí misma.
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