TEODORO PETKOFF 14 de agosto de 2013
Cuando
se nombra a Winston Vallenilla, al "Potro" Álvarez o a Magglio
Ordóñez, por mencionar a tres de los más famosos paracaidistas, como candidatos
en Baruta, Petare y Puerto La Cruz respectivamente, se le está propinando una
bofetada al PSUV de esos sitios, una bofetada a los militantes y simpatizantes
Maduro anuncia una cruzada contra la
corrupción. Enhorabuena. Pero la casualidad ha querido que en estos mismos días
su partido, el PSUV, se vea envuelto en una maraña de protestas y reclamos
provenientes de sus bases populares y de sus propios aliados contra la imposición,
precisamente por Maduro y el resto del cogollo, de candidatos a alcaldías y
concejos municipales.
Esta imposición dedocrática constituye
también una forma de corrupción; política en este caso. Designar candidatos
ajenos a los municipios configura un desprecio absoluto por los militantes
locales del PSUV.
Cuando se nombra a Winston Vallenilla,
al "Potro" Álvarez o a Magglio Ordóñez, por mencionar a tres de los
más famosos paracaidistas, como candidatos en Baruta, Petare y Puerto La Cruz
respectivamente, se le está propinando una bofetada al PSUV de esos sitios, una
bofetada a los militantes y simpatizantes, a los cuales se les está diciendo
bastante explícitamente que entre ellos no hay nadie que sirva para ocupar
tales cargos.
Pero no se trata sólo de lanzar
algunos pocos paracaidistas en ciertas y determinadas localidades sino que el
abuso del cogollo ha llegado en algunos estados hasta a designar casi todos los
candidatos.
En Trujillo, por ejemplo, de 20
alcaldías, el cogollo dedocrático impuso 16 candidatos, ignorando completamente
a aquellos que habían sido seleccionados por la base.
Por una de esas picardías en que se
complace la historia, la gente de Trujillo le informa al gran cruzado contra la
corrupción que de los 16, once han desfalcado a sus municipios.
Es difícil que esta situación pase a
mayores porque al final se impondrá el peso de la dirección y su capacidad para
la marramucia, pero es reveladora de lo lejos que ha llegado el PSUV en su
distanciamiento de los preceptos supuestamente revolucionarios de los cuales se
ufana.
El PSUV no sólo maltrata a sus propias
bases sino que hace lo mismo con sus aliados, que se han sentido obligados a
lanzar también candidaturas paralelas.
La política, ya se sabe, es impensable
sin partidos políticos. La política revolucionaria, de igual manera, es
inconcebible sin una organización revolucionaria.
Revolucionaria no sólo por la línea de
acción política y el pensamiento teórico que ésta determina, sino
revolucionaria también por su modelo organizativo. Un partido que se diga
revolucionario pero desprecia a sus bases militantes es una estafa.
En el caso del PSUV no ha habido vigor
para enfrentar la vieja tradición partidista venezolana, caracterizada,
precisamente por el verticalismo y el poder interno concentrado en el cogollo
cuando no solamente en el secretario general; línea contraria, por cierto, a la
adoptada por la MUD.
Se autodefinió el partido de Chávez
como una fuerza "participativa y protagónica", para significar tanto
la participación como el protagonismo de todos sus integrantes en las
decisiones que los involucran.
Pues bien, nada de eso hay. El PSUV es
la misma miasma, donde todas las decisiones se toman sin consulta alguna a
quienes deben aplicarlas.
Otros partidos venezolanos se tomaron alrededor
de un cuarto de siglo en entrar en decadencia. En cambio, bien pocos años tardó
el PSUV en degradarse e iniciar su irreversible marcha hacia la irrisión.
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