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viernes, 9 de agosto de 2013

El Eclesiastés y la política


Por Vladimiro Mujica, 08/08/2013

Resulta ocioso e irreverente intentar reescribir algo que está expresado de manera sabia y sencilla en la Biblia: “Todo tiene su tiempo” (Eclesiastés 3, Reina Valera, 1960). La política, como práctica humana por excelencia, difícilmente se aparta de esta sabiduría atemporal que se expresa en el texto bíblico. Y si en alguna circunstancia se expresa esto con mucha fuerza es un caso como el venezolano, en el cual una alianza de fuerzas políticas y movimientos ciudadanos disímiles y con orientaciones distintas se articulan para enfrentar a un régimen poderoso e inescrupuloso como el chavista-madurista con las herramientas de la democracia y la no violencia.

Violentar los tiempos, buscar atajos, puede traer como consecuencia atornillar a los poderosos aún más en sus posiciones. Sobre esto la alternativa democrática ha tenido un penoso aprendizaje que la ha llevado a orientar todo su esfuerzo hacia una salida con constancia y disciplina que se ha organizado en los últimos tiempos alrededor de la MUD.

El que exista esa orientación estratégica no implica en ningún modo que algunos de los debates centrales sobre temas políticos se sigan dando al interior de la MUD y las organizaciones que la conforman e inclusive en circuitos claramente opositores que no actúan bajo el paraguas de la MUD.

Entre estos temas está lo que parece ser un dilema entre polarización y reconciliación.

Creo que no existe ninguna duda respecto al hecho de que el difunto presidente Chávez y sus herederos han actuado magistralmente, desde el punto de vista de sus propios intereses como oligarquía atornillada en el poder, en dividir a los venezolanos en prácticamente todos los ámbitos: social, económico, político, racial y religioso. A conveniencia, y mutando con las necesidades, se ha polarizado el país hasta el punto de arrastrar a Venezuela a los límites de un conflicto fraticida. La revolución se ha identificado con esta polarización y ha hecho manifiesto que el gobierno es solamente para el beneficio de la parte de la población que apoya “el proyecto”, el resto, o sea nosotros, la otra mitad del país, hemos quedado reducidos en esta cosmogonía destructiva a la condición de traidores, apátridas, escuálidos, fascistas o cualquier otro término de descalificación que se le ocurra a la oligarquía chavista.

Está claro pues, que para el liderazgo tóxico chavista/madurista la derrota de la polarización es, en el fondo, la derrota de la revolución.

Por otro lado, la reconciliación es fundamental para salir de este atolladero en que nos hemos metido como país y la idea cuenta con un apoyo sustancial inclusive dentro de las bases chavistas que observan con creciente desánimo no solo cómo las promesas oficialistas son insostenibles, de hecho existe un cansancio genuino en la población por el enfrentamiento estéril de estos años. Pero a pesar de que pudiera parecer obvio, no es la voluntad popular por sí misma la que podrá producir la anhelada reconciliación. Ello es así porque el sector extremista del oficialismo se opone a ella por razones de supervivencia y, en cierta medida, porque también existe una posición minoritaria en el seno de la alternativa democrática que vería con buenos ojos una especie de ajuste de cuentas en la era post-chavista que inevitablemente se tendrá que despejar después de esta década de emasculación del esfuerzo nacional.

El asunto central es que para que la reconciliación sea un programa creíble, o, en otras palabras, para que tenga “dientes políticos”, es necesario que se sustente en un plan realista para debilitar los pilares de poder del gobierno. Esto pone de relieve el asunto de los tiempos: la polarización es necesaria para debilitar al gobierno en el terreno electoral pero se lo debe hacer con un llamado amplio a reconciliar al país una vez que los sectores extremistas que juegan a la división sean derrotados.

Es una ecuación política compleja, pero es la que hay que resolver y por eso polarización y reconciliación no son necesariamente antípodas sino etapas del juego político y parte de una estrategia de reunificación del país que deben ser administradas con mucha sabiduría por el liderazgo opositor. Sobre todo porque lo que es necesario hacer no es sencillo de explicar a la población y porque ambos esfuerzos, el de emplear la polarización como ariete para debilitar el autoritarismo oficialista en su propio terreno y al mismo tiempo ir abriendo los caminos de la reconciliación con los sectores del chavismo que entienden que algunas de las transformaciones más importantes de estos años, como la preocupación por el tema de la pobreza y la participación de la gente, están allí para quedarse y que este hecho le abre un importante espacio de participación a una criatura hasta ahora desconocida: el chavismo democrático.

Así las cosas, independientemente de que las elecciones de diciembre constituyan necesariamente un referendo sobre la gestión del gobierno, es innegable que ese potencial existe y que es necesario explotarlo. El régimen lo entiende así y por ello está jugando tratando de imponer una unidad de hierro a pesar de las divergencias internas y maximizando la polarización. Cómo actuar de acuerdo a este reto es una tarea que requiere de mucho genio político y de jugar con los tiempos de la política, como bien lo manda el Eclesiastés. Dependiendo de cómo se salga de esta contienda se despejará o no el terreno para una Asamblea Constituyente, como ha asomado Capriles, o para escenarios completamente impredecibles. Por lo pronto es indispensable actuar para que salgamos lo mejor posible del encuentro electoral de diciembre.



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