Por Vladimiro Mujica, 08/08/2013
Resulta
ocioso e irreverente intentar reescribir algo que está expresado de manera
sabia y sencilla en la Biblia: “Todo tiene su tiempo” (Eclesiastés 3, Reina
Valera, 1960). La política, como práctica humana por excelencia, difícilmente
se aparta de esta sabiduría atemporal que se expresa en el texto bíblico. Y si
en alguna circunstancia se expresa esto con mucha fuerza es un caso como el
venezolano, en el cual una alianza de fuerzas políticas y movimientos
ciudadanos disímiles y con orientaciones distintas se articulan para enfrentar
a un régimen poderoso e inescrupuloso como el chavista-madurista con las
herramientas de la democracia y la no violencia.
Violentar
los tiempos, buscar atajos, puede traer como consecuencia atornillar a los
poderosos aún más en sus posiciones. Sobre esto la alternativa democrática ha
tenido un penoso aprendizaje que la ha llevado a orientar todo su esfuerzo
hacia una salida con constancia y disciplina que se ha organizado en los
últimos tiempos alrededor de la MUD.
El que
exista esa orientación estratégica no implica en ningún modo que algunos de los
debates centrales sobre temas políticos se sigan dando al interior de la MUD y
las organizaciones que la conforman e inclusive en circuitos claramente
opositores que no actúan bajo el paraguas de la MUD.
Entre
estos temas está lo que parece ser un dilema entre polarización y
reconciliación.
Creo
que no existe ninguna duda respecto al hecho de que el difunto presidente
Chávez y sus herederos han actuado magistralmente, desde el punto de vista de
sus propios intereses como oligarquía atornillada en el poder, en dividir a los
venezolanos en prácticamente todos los ámbitos: social, económico, político,
racial y religioso. A conveniencia, y mutando con las necesidades, se ha
polarizado el país hasta el punto de arrastrar a Venezuela a los límites de un
conflicto fraticida. La revolución se ha identificado con esta polarización y
ha hecho manifiesto que el gobierno es solamente para el beneficio de la parte
de la población que apoya “el proyecto”, el resto, o sea nosotros, la otra
mitad del país, hemos quedado reducidos en esta cosmogonía destructiva a la
condición de traidores, apátridas, escuálidos, fascistas o cualquier otro
término de descalificación que se le ocurra a la oligarquía chavista.
Está
claro pues, que para el liderazgo tóxico chavista/madurista la derrota de la
polarización es, en el fondo, la derrota de la revolución.
Por
otro lado, la reconciliación es fundamental para salir de este atolladero en
que nos hemos metido como país y la idea cuenta con un apoyo sustancial
inclusive dentro de las bases chavistas que observan con creciente desánimo no
solo cómo las promesas oficialistas son insostenibles, de hecho existe un
cansancio genuino en la población por el enfrentamiento estéril de estos años.
Pero a pesar de que pudiera parecer obvio, no es la voluntad popular por sí
misma la que podrá producir la anhelada reconciliación. Ello es así porque el
sector extremista del oficialismo se opone a ella por razones de supervivencia
y, en cierta medida, porque también existe una posición minoritaria en el seno
de la alternativa democrática que vería con buenos ojos una especie de ajuste
de cuentas en la era post-chavista que inevitablemente se tendrá que despejar
después de esta década de emasculación del esfuerzo nacional.
El
asunto central es que para que la reconciliación sea un programa creíble, o, en
otras palabras, para que tenga “dientes políticos”, es necesario que se
sustente en un plan realista para debilitar los pilares de poder del gobierno.
Esto pone de relieve el asunto de los tiempos: la polarización es necesaria
para debilitar al gobierno en el terreno electoral pero se lo debe hacer con un
llamado amplio a reconciliar al país una vez que los sectores extremistas que
juegan a la división sean derrotados.
Es una
ecuación política compleja, pero es la que hay que resolver y por eso
polarización y reconciliación no son necesariamente antípodas sino etapas del
juego político y parte de una estrategia de reunificación del país que deben
ser administradas con mucha sabiduría por el liderazgo opositor. Sobre todo
porque lo que es necesario hacer no es sencillo de explicar a la población y
porque ambos esfuerzos, el de emplear la polarización como ariete para
debilitar el autoritarismo oficialista en su propio terreno y al mismo tiempo
ir abriendo los caminos de la reconciliación con los sectores del chavismo que
entienden que algunas de las transformaciones más importantes de estos años,
como la preocupación por el tema de la pobreza y la participación de la gente,
están allí para quedarse y que este hecho le abre un importante espacio de
participación a una criatura hasta ahora desconocida: el chavismo democrático.
Así
las cosas, independientemente de que las elecciones de diciembre constituyan
necesariamente un referendo sobre la gestión del gobierno, es innegable que ese
potencial existe y que es necesario explotarlo. El régimen lo entiende así y
por ello está jugando tratando de imponer una unidad de hierro a pesar de las
divergencias internas y maximizando la polarización. Cómo actuar de acuerdo a
este reto es una tarea que requiere de mucho genio político y de jugar con los
tiempos de la política, como bien lo manda el Eclesiastés. Dependiendo de cómo
se salga de esta contienda se despejará o no el terreno para una Asamblea
Constituyente, como ha asomado Capriles, o para escenarios completamente
impredecibles. Por lo pronto es indispensable actuar para que salgamos lo mejor
posible del encuentro electoral de diciembre.
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