Macky Arenas el Aug 2nd,
2013
Entrevista al Padre José Del Rey Fajardo (SJ) – Docente e
investigador de la UCAB.
Estamos hablando mucho de autonomía y
se nos está escapando. Muchas de nuestras universidades tienen profesores
improvisados que mal pueden enseñar porque no investigan. Lo que salvó a la
Compañía de Jesús fue su vocación docente.
Macky Arenas.
Su curriculum es muy sólido, casi
agota saber lo que ha hecho y lo que está por hacer. Quienes lo conocemos
admiramos su inteligencia privilegiada y su memoria sorprendente. Su pasión por
el conocimiento es tan fuerte como la que inocularon a todo jesuita. Sin
embargo, puede ser tan sencillo y tan sereno como los que en verdad saben que
saben. Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia. Ex – Rector
de la Universidad Católica del Táchira. Ex – Director del Instituto de
Investigaciones Históricas de la UCAB, donde actualmente se desempeña como
investigador. Autor de más de cuarenta libros sobre temas históricos, en
particular sobre historia de la Compañía de Jesús en Iberoamérica. Estas son
sus reflexiones para los lectores de ABC de la Semana.
— Pareciera ser este uno de los
conflictos más profundos y desgarradores que ha vivido la universidad
venezolana. ¿Cómo percibe el panorama?
— Lo veo complicado porque desde
el momento en que la academia es regida por la política, se pierden los valores
académicos. Entonces, la lógica no es la de la academia, sino la de la política
y en política todo está permitido. La solución es difícil. Con los sueldos que
tienen los investigadores y profesores hace que los de valía se vayan. Lo que
queda es mediocridad. Ese es el primer problema que tenemos hoy en la
universidad: la mediocridad. Perdimos el sentido de lo que es la academia.
— ¿Cómo definimos Academia?
— Es la ciencia del saber, de la
divulgación del saber y la generación del conocimiento. Como ya decía Guillermo
Humboldt, el profesor debe enseñar lo que investiga. Ya muchas de nuestras
universidades tienen profesores improvisados que mal pueden enseñar porque no
investigan. La universidad ha olvidado su misión primigenia que es el
conocimiento. Son universidades docentes, es decir, institutos universitarios.
Donde no hay investigación no hay universidad.
— ¿Debe la universidad
tener la exclusiva de la investigación?
— Entiendo que la universidad
no, sino que debe formar estudiantes que sepan en el futuro manejar la
llave de cada una de las ciencias. Ese es el método. Pocos profesores enseñan
hoy a pensar y cómo afrontar los problemas. Es más fácil presentarse con un
libro, memorizarlo y seguirlo. También ha cundido el desaliento entre el
profesorado serio. El alumno de hoy cree que no merece ser aplazado, vienen los
temores y todo el mundo pasa.
— ¿Qué reflexión puede hacernos
acerca de la Autonomía?
— Cuando asistía a reuniones de
rectores les decía: “Señores, tengamos cuidado, estamos dejando que todo el
mundo pase y llegará un momento en que el Estado resolverá hacer un examen por
su parte”. Entonces, estamos hablando mucho de autonomía y se nos está
escapando.
— Hay varias formas de violencia
en la universidad…
— Ciertamente. A mí me tocó
actuar en el Táchira en el marco de varios secuestros. Recuerdo que en uno de
ellos me tocó tratar con el ELN. El muchacho, de unos 28 años, me pareció que se
expresaba bien, que tenía disciplina mental, que habría estudiado –en algún
momento- en una universidad y se lo hice saber. Me dijo que había estudiado en
la universidad de Pamplona, Colombia. “Era tan mala –me dijo- que no me
quedó más remedio que inscribirme en la subversión”. Y me
añadió: “Yo no entiendo al presidente Chávez, porque todas estas
universidades piratas que está fundando serán semillero de guerrilleros”. Lo
miré sorprendido y agregó: “Mire, la guerrilla nuestra es rural y
selvática; la de ustedes es urbana y anárquica y mientras exista anarquía no
hay solución”. Yo le decía: “Chico, tú eres un condenado a muerte,
cualquier día el ejército, la policía o los paramilitares, las Farc o incluso
los tuyos te pueden matar”. El respondió: “Y usted cree, padre, que si salto la
talanquera voy a durar más?”.
— Carga muy dramática la de esa
conversación…
— Así es. Pero vamos al punto,
las universidades han perdido su norte. Hay causas internas y externas, pero
ciertamente la actitud del gobierno por someterlas es lo peor para el
pensamiento libre.
POBREZA INTELECTUAL
— Lo cual indica que
esto es lo menos parecido a un gobierno ideológico. ¿Qué es esto para usted?
— No hay ideología. Sus
discursos son reiterativos. Un jesuita, en los años 60, hizo un trabajo sobre
los discursos y lo llamo “La palabra-tema”. Estudió las palabras y los
adjetivos que se manejaban: no pasaban de 30 las palabras. Típica pobreza
intelectual.
— Los comunistas de verdad se
interesaban por brillar en el mundo del pensamiento, de la cultura, de las
artes…
— Han tenido gran influjo en el
arte, en la ciencia, los buenos, claro, porque los funcionarios de partido son
otra cosa. A eso hemos llegado: ¿quiénes manejan las universidades hoy?
Funcionarios de partido para garantizar las relaciones gobierno-universidad.
Para mí, hoy, esto no tiene salida. Sin embargo, siempre he pensado que
los estudiantes en América Latina, su rebelión, es la que lleva a los cambios.
— Es verdad que hay problemas
económicos serios, pero el caso es que la cuerda revienta por lo más delgado…
— Han llegado hasta a acabar con
las Humanidades, con muchas de las carreras que humanizaban al hombre. Hoy
tenemos un pensamiento deshumanizado, pura técnica. Y tendremos que volver a
recuperar la esencia del hombre, del hombre que piensa, que ama, que sufre, que
espera, que quiere transformar la sociedad. Todo esto tendrá un retorno.
— He oído decir que
este Papa, por su experiencia en Argentina, podría pasar a jugar un papel como
el de Juan Pablo II, desarrollar un discurso liberador contra esta plaga que
sufrimos en Latinoamérica como es el populismo ¿Ha oído sobre eso?
— Si, claro, eso tiene que
venir. El Papa Francisco utiliza un lenguaje cercano, transparente y
trascendente. Nada estridente. Uno podría preguntarse a dónde va, pues por una
parte hay que salvar al hombre que se extravió en el camino; pero por otra la
Iglesia, humanista, cristiana, debe mostrar un lenguaje que pueda ser asimilado
por las mentes juveniles y las nuevas generaciones. Sin humanismo estamos
perdidos.
— A veces preocupa las elevadas
expectativas que se tienen sobre él, aunque ello sea positivo pues genera
esperanza. Alguien dijo que él habla pasito pero que esperemos sorpresas. ¿Está
en la “genética” jesuita ese comportamiento?
— Pues sí. San Ignacio decía que
utilizar las palabras y las formas de los otros para salir con la tuya. Y eso
es un proceso lento. Pero, mira, para mí el principal problema del populismo
nuestro –y una vez se lo dije a Chávez- es que lo que para el gobierno es
verdad para nosotros es mentira; lo que para ustedes es justicia, para mí es
injusticia. Se ha falsificado y corrompido el idioma. Necesitamos de un
intérprete que vuelva a dar a cada concepto el valor de su transparencia y la
profundidad de su significado. Este es el dilema en el cual se juega en los
populismos, porque han corrompido el lenguaje. No podemos entendernos.
— Y han creado un catecismo del
engaño…
— Una cartilla, un catecismo, es
correcto. Volviendo a lo fundamental, en el mundo de la ciencia hay que mirar
hacia afuera, por dónde va el primer mundo, cuáles son los grandes
planteamientos de los científicos hoy. Desde el punto de vista técnico nuestro
retraso es evidente. Y desde el punto de vista humanístico, con la quiebra del
catolicismo en Europa, en Francia, en Alemania, pues ha llegado también
el naufragio ideológico de lo que fue la fuerza vital del pensamiento católico.
Los hombres que yo conocí en Frankfurt eran gente abnegada, sacrificada,
estudiosa, que pretendían estar al día y dar respuestas. El problema del mundo
moderno es que todo el mundo se hace preguntas pero nadie da respuestas.
— Si el gobierno entra en esas
corrientes de modernización tendría que dejar la obsesión por el poder
absoluto…
— Fíjate lo que está viviendo
Brasil. Las clases medias emergentes, que vienen de abajo, se han percatado de
lo que vale la cultura, un mundo más humano donde se reparta mejor la riqueza
pues quieren vivir bien. El populismo no libera del rancho que muchos llevan en
la cabeza. Sacan un título, pero siguen en el barrio. De ellos no podemos
esperar grandes soluciones. Son las masas que se mueven aquí y allá, las que
hablarán. Recuerdo cuando cayó el gobierno de Allende, a los 4 o 5 meses, tuvo
aquí una conferencia el que había sido ministro de Hacienda y dijo
textualmente: “A nosotros no nos tumbó el obrero, ni la pobreza, nos tumbó la
clase media”. Y esa clase media es la que se está perdiendo en Venezuela, no
sólo en términos económicos, sino intelectual y cultural, religiosa. Las clases
medias tienen el riesgo de volverse agnósticos y obviar la religión, pero la
retoman cuando son mayores.
— La pobreza es funcional a los
regímenes opresores, especialmente de izquierda. La cultivan y tal vez por ello
es más difícil removerlos del poder…
— Pero llega un momento en que
todo se quiebra, explota. Yo nací el año 1934 y en el 36 comenzó la Guerra
Civil Española. Los de mi edad sólo conocimos bombardeo, hambre, miseria, no
había colegios, el de los jesuitas era hospital. Cuando oigo ciertos discursos
me retrotraen a mi niñez y pienso que el día en que esto explote habrá mucha
violencia. En España hubo un millón de muertos, el venezolano no va a dar la
vida por esto pero sí habrá mucha violencia.
LA ESPECIFICIDAD JESUITA
— Los jesuitas han sido
excelentes educadores. Muchas generaciones, entre ellas la mía, nos hemos
educado con ustedes. Usted investiga sobre la historia de la Compañía en
Venezuela, ¿podría contarnos algo al respecto?
— A los jesuitas nos expulsan en
1767. Como docentes, sólo tuvimos colegios en Mérida, Caracas y Maracaibo. Sin
embargo, el influjo del pensamiento jesuítico fue muy grande. Todo lo que es el
Occidente del país iba a formarse a la Universidad Javeriana. Muchos de los
caraqueños fundadores de la universidad de Caracas, se graduaron en la
Universidad Jesuítica de Santo Domingo. Los libros que se manejan, sobre todo
al llegar la Independencia, son de autores jesuitas, Suárez, Mariana y
demás pensadores que influían en las universidades latinoamericanas. Carlos III
nos expatria –significa que te quitan tus bienes, tu nacionalidad y puedes
incluso ser ejecutado- nos lanza a los Estados Pontificios. Los borbones se
mueven y consiguen en 1773 que el Papa Clemente XIV extinga la Compañía de
Jesús.
— ¿Y dónde fueron a parar?
— La emperatriz Catalina II de Rusia
–ironías de la vida- se lleva a los jesuitas con un doble propósito: les
entrega la educación de Bielorrusia, para pasar luego a Rusia, pues los
consideraba la representación de la modernidad; por otra parte –algo que ha
sido muy poco estudiado- a finales del siglo XVIII ella quiere invadir y
penetrar América y pensó en servirse de los jesuitas para poder hacerlo. Pero
¿cómo se salva la Compañía de Jesús, que tenía el doble peso del Papa queriendo
sepultarla y los borbones extinguirla? Por su vocación docente. Siempre
digo que si perdemos nuestra vocación docente estamos cavando nuestra fosa.
— ¿Alguna vez han estado en riesgo de
perderla? ¿O más bien los jesuitas se han visto perjudicados por la tentación
de sumarse a cuanta revolución consiguen en el camino?
— A comienzos del siglo XX
teníamos más de 70 expulsiones en todo el mundo, pero no era por eso, sino
porque la vocación docente del jesuita siempre ha estado marcada no sólo por la
enseñanza, por estar al día en la Ciencia, sino también nos distinguimos por
ser polémicos en todos los campos del saber. Si se pierde esa característica,
esa motivación, nos convertimos en desconocidos. Puede ser que alguno se
involucre en revoluciones baratas, pero qué puede conseguir sin personalidad
propia, si no tiene bien claro a dónde debe ir hoy la Ciencia. Es la Ciencia
lo que mueve al mundo y no la política, que es mediocre, va de fracaso en
fracaso. Hay política de altura, aquella que discute sobre la sociedad,
sobre el valor del individuo, del bien social, de la importancia del trabajo.
Es parte de nuestra misión estudiar eso, pero no hacer política barata. Por eso
nuestras universidades han tenido preferencia sobre ese tipo de estudios. Si te
conviertes en un revolucionario más, que va con su cartera al hombro y dice
tonterías, pierdes tu substancia.
— ¿El Papa, aunque su discurso
sea revolucionario, es un conservador?
— Tuve un profesor en Frankfurt que se definía
así: “Soy un conservador porque tengo cosas que conservar”. Claro,
se refería a las ideas, no a los bienes materiales. ¿Cuántos conocemos que
cambian de partido como de camisa? ¿Qué buscan? ¿Qué ideología es esa?
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