LUIS PEDRO ESPAÑA 8 DE
AGOSTO 2013
¿Qué tienen en común Lila Morillo,
Ivon Atas, Malula o la famosísima Irene Sáez, con Winston Vallenilla, Magglio
Ordoñez, Miguel Ángel Pérez Pírela o Antonio Álvarez? Pues que todos ellos
fueron o son postulados como candidatos a elecciones locales y, a su vez,
fueron o son abanderados de propuestas políticas que tuvieron que apelar en sus
últimos días a la farándula para compensar su propio desgaste.
A mediados de los 80 el envejecido
bipartidismo trató de obtener popularidad tomándola prestada de artistas o
deportistas. En su momento, la izquierda radical de entonces, los que gobiernan
hoy, se rasgaron las vestiduras criticando lo que con razón calificaban de
treta de los partidos del establishment. Hoy son ellos los que imponen
candidatos venidos de otros campos. Sin historial político y mucho menos
revolucionario. Lo que demuestra que el proceso, en verdad, como que no tuvo
muchos hijos.
En lo particular, poco importa quienes
sean los actores o deportistas que hayan tenido esa repentina vocación
política. Hoy como ayer, la culpa no es del ciego, sino de quien le da el
garrote. Eximiendo lo poco exitosos que han sido quienes se meten a
representantes del pueblo de la noche a la mañana, es legítimo que cualquiera
tenga aspiraciones, más aún cuando el requisito para completar la nómina es
salir en televisión, antes que la formación para el cargo o el desarrollo de la
fulana consciencia que en sus tiempos exigía el fundador.
Es común que los líderes nacionales de
propuestas políticas en declive se desconectan de la población, especialmente
cuando se trata de temas específicos y locales. Tienden a escuchar a los aduladores,
quienes les dicen que todo marcha bien, y al tratarse de personajes del
espectáculo, pues la posibilidad de convertir la política en frivolidad es
todavía mayor.
No será esta la primera ni la última
vez que famosos aporten sus nombres para respaldar candidatos o banderas
políticas. Pero más allá de un simple ejercicio de marketing, en política la
autenticidad es fundamental. En nuestro país que una figura pública no
política, apoye a una u otra opción, es definitivamente una apuesta cuasi
moral, de la cual retractarse o cambiarse, puede significar su final, no sólo
político, sino también artístico. ¿Cuánto capital popular están arriesgando los
candidatos de la farándula oficialista? Eso se lo dejamos a los responsables,
es decir, su propio público quienes en su momento serán los electores.
En cualquier caso, e
independientemente del tamaño del riesgo, quienes decidieron apostar por la
farándula política, deberían saber que los electores diferencian cada vez más
entre políticos y actores, gerentes y cantantes, servidores públicos y
estrellas del deporte. El pueblo sabe que los problemas son cada vez más
grandes y, por lo tanto, la gestión de las comunidades se ha convertido en un
asunto demasiado serio como para dejárselos a la improvisación de las tablas o
del terreno de juego.
Usar deportistas y artistas, más como
línea política que como una eventualidad puntual, es apostar a la antipolítica,
menospreciar al pueblo y, lo más importante, reconocer que la revolución,
sencillamente, ha terminado.
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