Por Vladimiro Mujica, 15/08/2013
Una composición musical devastadora para la hegemonía cultural que ha
impuesto el castrismo en Cuba corre como un virus por las redes sociales.
Se trata del rap “Háblame” compuesto por el
grupo Tribu Mokoya, integrado entre otros por un hijo de Silvio Rodríguez, el
emblemático autor y cantante de la Nueva Trova Cubana, que se hace llamar
Silvito El Libre, presumiblemente para diferenciarse de su talentoso padre,
quien se ha mantenido inconmoviblemente leal a la revolución, a diferencia de
otros músicos de la Nueva Trova como Pablo Milanés.
La letra del rap es una larguísima letanía de
frustraciones por un sueño traicionado que obviamente ha crecido en el alma de
los jóvenes músicos que incluyen en su seno a un venezolano- hasta convertirse
en una acusación sumaria contra Fidel Castro, el destinatario obvio de la carta
abierta al liderazgo comunista que es Háblame. Uno no puede menos que
conmoverse escuchándolo y admirarse del valor de los músicos de la Tribu Mokoya
en escribir algo así contra un régimen represivo e intolerante como el que
reina en el “paraíso cubano” como alguna vez lo llamó el Comandante Eterno.
Quizás el hecho de que puedan hacerlo sin ser arrestados, o peor, es una señal
de que el gobierno cubano ya no se siente tan impune y porque la lista de
solidaridades automáticas de la izquierda internacional, que solían perdonarle
a Cuba cualquier cosa por su supuesta gallarda postura contra el imperialismo
yanqui, se ha ido achicando.
Cambiando algunas circunstancias y hechos
locales, Venezuela podría tener su propia versión de Háblame, no escrita por
uno de los ciudadanos que se oponen al gobierno y que el régimen insiste en
ignorar como si no existieran, sino por cualquiera de los chavistas de base que
protestan contra las traiciones y abandonos de la revolución sin terminar de
entender que la supuesta revolución ha sido una monumental farsa histórica que
solamente ha servido para que una nueva oligarquía se haga con el poder.
Háblame de los 200.000 compatriotas muertos a
manos de la violencia homicida que no hacen nada por contener y que se lleva a
algunos ricos, pero sobre todo a los pobres que juraron defender.
Háblame de los hospitales sin medicinas y del
ruleteo que hacen de la penuria de la enfermedad una verdadera calamidad.
Háblame de la destrucción del trabajo y su
reemplazo por una ayuda del Estado que no nos ayuda a crecer sino a envilecer.
Háblame de la libertad perdida y la justicia
corrompida.
Háblame de la corrupción que juraste combatir
y que hoy crece entre los tuyos como un huracán.
Háblame del dinero regalado para fomentar la
revolución internacional en desmedro de los tuyos y sus sufrimientos.
Háblame de la imposición de tu modo de pensar
en todos los espacios de nuestra educación.
Háblame de la destrucción de la industria del
petróleo, nuestra fuente principal de producción.
En fin, sin duda que mis estrofas no son tan
buenas como las de la Tribu Mokoya, en verdad no es mi oficio el componer, pero
estoy seguro de que un músico talentoso lograría repararlas. Quizás dejé fuera
la más conmovedora de las líneas de la versión original: “Háblame, cuenta aquí
cómo fue qué hiciste de un país tan feliz una islita triste”, y de la cual me
permito discrepar. No creo que la isla de Batista era un país feliz cuando
llegó la revolución; y por eso mucha gente la aplaudió. Pero no cabe duda de
que el resultado final es, en verdad, una isla triste.
Pienso en todo esto intentando comprender las
dificultades que enfrentan muchos chavistas honestos y que se creyeron la
historia de que el proceso era más grande e importante que todos los
desaciertos de la revolución y que era necesario sufrir hoy para ser feliz
mañana. Lo cierto es que la felicidad no viene, y que la verdadera cara de la
revolución es el gesto descompuesto y repugnante del diputado Carreño llamando
maricón a Capriles en plena sesión de la Asamblea Nacional.
O la risa del diputado Cabello cuando
golpeaban a María Corina Machado en otra de las jornadas históricas de nuestro
vapuleado Parlamento.
Es quizás su turno de hablar, presidente
Nicolás Maduro, y de intentar explicar lo inexplicable: cómo se perdió una
oportunidad de hacer surgir a Venezuela en una década pródiga en recursos
cuando todos nuestros vecinos avanzaron y nosotros caímos en una vorágine de
destrucción de nuestra patria. Y a Ud., compatriota chavista: ¿Nada de esto le
perturba?
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