Francisco Suniaga el Aug
9th, 2013
@fsuniaga
@fsuniaga
A finales de los noventa, muchas voces de venezolanos
notables clamaban por la aparición de nuevos rostros para dirigir los destinos
del país. Hoy, podemos estar nuevamente en una situación donde, por impaciencia
o intolerancia…
Cansados del bipartidismo de AD y
Copei y de una izquierda leal al sistema democrático de entonces, exigían
cambios en el paradigma democrático y de su liderazgo. Sus exigencias, e
incluso plegarias, fueron satisfechas, se produjo el cambio y henos aquí con un
nuevo sistema político muy distinto a lo que se aspiraba (neoautoritarismo y/o
neomilitarismo latinoamericano, le dicen algunos teóricos).
El desplazamiento de los partidos
pilares del único período democrático que Venezuela ha tenido su historia de
dos siglos, y cuya democratización todos los venezolanos pedían, no condujo a
la aparición de partidos más democráticos. Por el contrario, ahora Venezuela es
dirigida desde el gobierno por un partido, el PSUV, que nada tiene que
envidiarle al partido nacional socialista alemán de preguerra (en realidad lo
supera en cuanto al malandraje político y económico enquistado en sus
estructuras).
Por otra parte, los rostros de
Caldera, Carlos Andrés, Pompeyo Márquez, Teodoro Petkoff y otros demócratas,
que se aspiraba fuesen sustituidos por los rostros de demócratas más puros y
frescos, fueron asimismo apartados del poder. Sin embargo, no aparecieron los
rostros idealizados, ahora ocupan su lugar: Nicolás Maduro, Diosdado Cabello,
Jaua, Pedro Carreño, El Aissami, Iris Varela y otros especímenes.
La moraleja es clara: la política no
necesariamente discurre por donde desean sus actores que lo haga, y ejemplos
históricos sobran aquí y fuera de nuestras fronteras. No bastan las buenas
intenciones, ni tener un propósito común moralmente enaltecedor, el resultado
puede ser catastrófico.
Deshacer el entuerto resultante, por supuesto, es
mucho más difícil que el esfuerzo que demandó crearlo. Primero porque siempre
es más fácil destruir que construir y luego, porque las causas que llevaron al
declive y destrucción del sistema político inaugurado en 1958, subsisten (a
veces con inusitada fuerza) en el seno de la (ahora) oposición al constructo
maligno y perverso que lo sustituyó.
Por una parte, los viejos partidos
políticos están atrapados en un dilema que no es fácil resolver: realizar, en
el contexto de esta lucha desigual contra el régimen chavista, las reformas que
no hicieron cuando el ambiente externo era más favorable (ahí está el ejemplo
del PRI). Promover ahora tales cambios, aunque sean buenos y deseables (como
eran buenos y deseables los propuestos en los noventa) puede conducir a un
mayor debilitamiento de esas organizaciones. De hecho el esfuerzo para
reconstituir el sistema de partidos democráticos en Venezuela es tan exigente que,
a estas alturas, solo desde el Estado podría llevarse a cabo.
Los nuevos partidos de la oposición,
por su lado, han debido formarse o crecer en el ambiente antidemocrático y
autoritario que emana del poder chavista. Se han visto obligados a posponer
discusiones y debates necesarios para que, además de nuevos, puedan ser
modernos. Venezuela requerirá partidos capaces de generar líderes con visiones
de largo aliento, que nos alejen para siempre de la posibilidad de que algo
como este régimen pueda repetirse. Pero el esfuerzo de crear partidos nuevos y
modernos está distraído por la limitación de enfrentar un hostigamiento que
llega incluso a amenazar las vidas de sus dirigentes. Lo importante ahora es
que sean herramientas eficientes para los propósitos que se han planteado, ya
vendrá el tiempo de introducir los correctivos del caso.
En fin, lo que hay que entender es que
la lucha por deshacer el entuerto chavista es muy dura y está sujeta a
constreñimientos objetivos que no dependen de la voluntad de los actores
políticos de la oposición. Para hacer las cosas más complicadas, el monstruo ha
mutado. De ser una estructura en forma de obelisco, con el “comandante
inmortal” en la cúspide, ha pasado a ser una estructura con forma de ameba
gelatinosa cuyo centro, contra el que hay que orientar la acción, es difícil de
definir. Hay facciones internas que luchan entre sí por dominarlo y apoderarse
de los proventos que genera. Los intereses detrás de esas facciones pueden ser
muy, muy oscuros.
Siendo así, hay que tener presente que
podemos estar nuevamente en una situación donde, por impaciencia o intolerancia
con el liderazgo de la oposición, el resultado diste mucho de ser el que se
espera. Sea uno mucho peor a lo que ya tenemos: una secreción mucho más oscura
y turbia de la ameba chavista, que nos ponga, como ya pasó en 1998, en
situaciones mucho más comprometidas, esas que pensamos no volverían.
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