Por Luis
Ugalde, 08/08/2013
La
“refundación” de la República es un espejismo que atrae en estos tiempos de
crisis pero al mismo tiempo es una de las ilusiones más funestas y
destructivas. La gente agobiada por las carencias, frustrada por la ineptitud
gubernamental y asqueada por la corrupción, quisiera borrarlo todo y amanecer
de golpe en una República ideal, con cero lacras. Muchos “indignados” europeos,
cargados de razón en su protesta, al preguntarles con qué van a sustituir la
sociedad que repudian, proponen “que se vayan todos”, que renuncien los
parlamentarios y gobernantes para zambullirnos en las aguas lustrales de una
constituyente de la que el país salga limpio y nuevecito, como el pecador
después de una confesión general. Por desgracia, la política no se mueve en
mundos ideales, sino en sociedades enfermas a las que ninguna catarsis
constituyente y refundadora logra sanarlas. Si corruptos e improductivos éramos
ayer, así amaneceremos mañana. Luego de la ilusión, de los discursos
incendiarios y de las promesas sin límites, las sociedades amanecen con la
misma pobreza y defectos ciudadanos, políticos y empresariales. No es la
Constitución la que está enferma en Venezuela, sino la sociedad. Muchas de
nuestras 26 constituciones han sido impuestas por
caudillos pícaros como trajes a su medida para ocultar las desnudeces de
su ambición. Algunas, como la Bolivariana, son idealistas e inspiran una
sociedad nueva libre de todo mal anterior. La dificultad está en hacerlas
realidad.
Agoniza
un ciclo de nuestra historia y estamos obligados a unir fuerzas y voluntades
para sincerar al país enfermo con las causas de su enfermedad y encender la
voluntad de poner juntos los remedios difíciles pero imprescindibles para
construir una República sana y esperanzada. Por eso es un tiempo de peligrosas
tentaciones políticas en el gobierno y en los opositores.
La
impaciencia es la primera tentación. Que Maduro (o Chávez) se vaya. Porque
estoy harto y “no aguanto más”. Pero las enfermedades no se curan con fáciles
deseos, sino con un gran esfuerzo disciplinado por parte del enfermo, bien
guiado por el médico.
El
infantilismo. Exijo desde mi casa que los dirigentes opositores saquen ya al
gobierno y me sirvan el plato que hace tiempo les pedí. Si no lo hacen es
porque esos líderes son unos cobardes y unos vendidos. Capriles tiene la culpa
de no salir a la calle, ir hasta Miraflores y no regresar hasta sacar a Maduro.
Por eso, ni Capriles ni nadie es digno de mis elevadas miras que son nada menos
que la refundación de la República, inmediata, radical y completa.
También
los verdaderos “revolucionarios” rechazan la tibieza de su Gobierno que todavía
trata de salvar las apariencias democráticas, en lugar de cerrar el juego y
tomar todo el poder para los soviets, es decir para el Partido. Tenemos todos
los poderes (ejecutivo, legislativo, judicial, militar, policial, económico,
comunicacional…); dejémonos de cuentos, y establezcamos de un golpe y de modo
irreversible el “paraíso cubano”. Convirtamos a todo dirigente opositor en
delincuente, que sólo merece un tiro, la cárcel o el exilio. ¿Qué hace Maduro
que no procede?
Estos
atajos hoy son una tentación en ambos lados, como lo fueron en el 2002. Pero no
hay resultados sin duro trabajo político y el camino de Venezuela no es de
amaneceres rosados a la medida de los deseos. Somos enfermos que debemos
sincerar y extirpar enfermedades básicas como creer que:
1)
Somos un país muy rico donde no hace falta ni producción, ni productividad,
sino reparto;
2) La
política y el Estado son un botín para el que llega al poder y lo reparte entre
los suyos sin escrúpulos morales;
3) La
Constitución no es para defender también a los opositores, a las minorías y a
los débiles, sino para legitimar su aplastamiento.
Por el
contrario, el único camino es el democrático y el de los acuerdos comunes para
la superación de la pobreza política, económica, educativa y moral… Hay que
desintoxicar la sociedad venezolana y esto toma tiempo. No hay duda de que la
Constitución requiere algunos cambios fundamentales, sobre todo para eliminar
el contrabando totalitario que se metió por vía de la Habilitante pero no es la
idea tapar la realidad por la ilusión constituyente de otro torneo de máximos.
Lo primero que necesitamos es un nuevo liderazgo en eficiencia y honestidad;
para poder sentir que el gobierno, con su ejemplo y palabra, es nuevo de verdad
y un guía exigente de cambio político, productivo y moral.
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