Por Silvia Nieto, 16/10/2015
La destrucción bélica, el peso de la
tradición cultural alemana y una biografía marcada por la persecución
sistemática sufrida por los judíos tras la llegada de Hitler al poder,
determinaron su obra
Hannah Arendt nació el 14 de octubre de 1906 en Königsberg, en la
Prusia Oriental, una ciudad cargada de historia que casi pareció marcar su
biografía: patria chica del filósofo Immanuel Kant, la localidad pasó a formar
parte de la Unión Soviética al término de la Segunda Guerra Mundial y recibió
el nombre de Kaliningrado, que ahora conserva. La destrucción bélica, el peso
de la tradición cultural alemana y una biografía marcada por la persecución
sistemática sufrida por los judíos tras la llegada de Hitler al poder, en enero
de 1933, definieron su vida en lo personal, pero también determinaron su obra.
Incluso a pesar de las polémicas que suscitan, «Eichmann en Jerusalén. Un
estudio sobre la banalidad del mal», el relato y reflexión sobre el juicio en
la capital israelí al criminal de guerra nazi Adolf Eichmann, publicado en la
revista estadounidense «The New Yorker» de febrero a marzo de 1963, y «Los
orígenes del totalitarismo», una reflexión sobre la naturaleza del nazismo y
del comunismo que vio la luz en 1951, perduran como trabajos de referencia para
comprender el terror político en el siglo XX.
En su biografía sobre la pensadora, Elisabeth Young-Bruehl describió lo
que Hannah Arendt buscó en la amistad:
«Pasión por observar y entender el mundo, riqueza emocional y un corazón
despojado de sensiblerías; una inteligencia aguda, libre tanto de hipocresía
como de autoindulgencia, o de sumisión a las opiniones ajenas; una lealtad profunda
y la capacidad de comprender cómo la amistad puede erigirse en un hogar para
aquellos que no tienen una familia tradicional, una comunidad o un ámbito
religioso común». Un anhelo de comunión humana presente en toda su obra y
enraizado en su propia biografía, sujeta a las turbulencias del siglo que
vivió. Procedente de una familia judía, la pérdida de su padre durante la
infancia y los primeros libros comenzaron a definir su carácter. Con 14 años,
leyó «Crítica a la razón pura», obra clave del filósofo Immanuel Kant. La
poesía también desempeñó un papel esencial en su vida y en su amor al alemán,
«la lengua materna», como explicó al periodista Günther Gauss en una entrevista
concedida en octubre de 1964.
La formación intelectual de Hannah Arendt transcurrió en las
universidades alemanas de Marburgo, donde conoció al filósofo Martin Heidegger,
y de Heidelberg, donde fue alumna del pensador Karl Jaspers. El auge del
nazismo, su victoria electoral en enero de 1933 y el inicio de la persecución a
judíos, homosexuales o disidentes políticos motivaron su huida a Francia ese
mismo año, entonces foco de efervescencia cultural por la abundancia de
intelectuales refugiados. Nunca olvidaría la ciudad. En una carta enviada a
Jaspers desde su exilio neoyorquino, fechada en 1946, confesó: «No siento
nostalgia de Heidelberg ni de ningún otro lugar. Si sintiera nostalgia de algún
sitio sería de París».
El matrimonio de Hannah Arendt con el escritor y ensayista Günther
Anders, que exploró la culpa y la responsabilidad moral en obras como
«Nosotros, los hijos de Eichmann» o «El piloto de Hiroshima», acabó con la
llegada de la pensadora a París. Integrada en círculos de intelectuales
afincados en el Barrio Latino, zona de librerías, universitarios y cafés,
Arendt entabló amistad con el dramaturgo Bertolt Brecht, el filósofo Jean-Paul
Sartre o el politólogo Raymond Aron. La suerte que corrió Walter Benjamin, a
quien también conoció, muestra el destino trágico que aguardó a muchos
refugiados forzados al exilio: Benjamin murió en la localidad catalana de
Portbou intentando alcanzar Lisboa, última escala europea hacia Estados Unidos.
La versión oficial habló de suicidio. Un relato que cuestionó el documental
«¿Quién mató a Walter Benjamin?», dirigido por David Mauas y estrenado en 2005,
al barajar que en realidad fue asesinado.
Las actividades de Hannah Arendt en París se vincularon
a la lucha política. La pensadora trabajó para la organización «Aliyah Hanoar»,
dedicada a ayudar y trasladar a jóvenes judíos a tierras palestinas. Ocho años
de activismo que se fueron al traste en 1940: con el estallido de la Segunda
Guerra Mundial, los judíos alemanes pasaron a ser sospechosos y considerados
«extranjeros enemigos». La pensadora fue recluida en el Velódromo de Invierno,
el recinto utilizado para las competiciones de ciclismo de la capital.
Posteriormente fue trasladada al campo de concentración de Gurs, en los
Pirineos, pero logró escapar. Tuvo suerte. Con la ocupación alemana de Francia
su destino pudo ser muy diferente. Entre el 16 y el 17 de julio de 1942, el
Velódromo de Invierno se convirtió en escenario de uno de los episodios más
vergonzosos de la colaboración. Los cálculos indican que un total de 12.884
judíos fueron allí recluidos con la connivencia de la Policía gala y las
autoridades nazis. Muchos de los arrestados fueron deportados y murieron en las
cámaras de gas de Auschwtiz, el campo de exterminio nazi ubicado en Polonia.
Tras el episodio de Gurs, Hannah Arendt se exilió a Estados Unidos. Su
vida transcurrió en Nueva York, donde trabajó como profesora universitaria
hasta su fallecimiento por un infarto en diciembre de 1975. Quizá sirva una
anécdota para dibujar su personalidad. Según cuenta Teresa Rodríguez de
Cabiedes en «El hechizo de la comprensión. Vida y obra de Hannah Arendt», la
pensadora sufrió un accidente de coche en 1962: «En medio de la aparatosa
colisión, lo primero que había hecho era comprobar el funcionamiento de las
facultades que consideraba esenciales: inicialmente, había procurado el
movimiento de todo el cuerpo; luego había comprobado que le funcionaban los
ojos, para confirmar, aliviada, que podría seguir leyendo y escribiendo; por
último, había buscado la prueba definitiva: ver si era capaz de narrarse su
propia vida, trayendo a su memoria la biblioteca poética que llevaba dentro de
sí».
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