Por S:D:B: Alejandro Moreno
Si algo hemos perdido, entre
infinidad de cosas esenciales para la vida, en estos veinte años en Venezuela,
ha sido la confianza. Por donde dirijamos la vista a nuestro derredor solo
hallaremos duda, angustia instalada, oscuridad de futuro. La seguridad no está
en Venezuela, está en otro lugar.
¿Cuál es ese lugar? Quizás en
un país extraño. Mas no siempre se consigue. Puede ser peor aún la situación.
Hasta de muerte. ¿Eso es lo que busca el régimen? ¿Que no hallemos en quién
confiar ni dentro ni fuera? ¿Que un buen número de la población desaparezca,
sea engullido por el abismo? ¿Nos abocamos a eso?
No sería la primera vez en la
historia. Este sistema de regímenes tiene larga y abundante experiencia en
abismos abiertos y engullentes. Abismos deliberada y decididamente buscados y
ejecutados. Abismos en los que demasiados millones de hambrientos y enfermos
curables han desaparecido durante el último siglo. Por lo que vemos, sentimos y
experimentamos, es lo que parece querer el sistema político-social que nos
ahoga.
Dos vías de escape nos deja
nada más: la emigración dolorosa, insegura, aleatoria, y la muerte lenta o
rápida por hambre, enfermedad o violencia. El régimen parece tener necesidad de
disminuir drásticamente la población. Ya solo por la emigración lo ha logrado
en por lo menos cuatro millones; por hambre y enfermedad no se pueden contar
los decesos; no puede haber estadística. Y no es que quiera dar a entender lo
contrario hablando de pocetas sucias. No es que le duela que la población se
ausente, es que eso muestra al mundo su propia miseria. Hoy no hay cortinas de
hierro tan espesas que resulten opacas.
¿Adónde volveremos nuestra mirada?
No hay mesías a la vista. Estamos solos. Nuestro pueblo tiene que volverse
sobre sí mismo y hallar en su compacta unidad la fuerza que lo haga invencible.
Nuestro pueblo está unido en anhelo, en esperanza y en decisión, pero necesita
encontrar el nudo de cohesión. ¿Quién cumplirá ese indispensable papel? Los
políticos no lo harán. Solo aparece a la vista una comunidad firme, unida y
decidida; pero a ella no le toca. No es lo suyo.
Hablo de la Iglesia, pueblo y
pastores. ¿Nos dirigiremos a ella? ¿Le pediremos que, dejando de lado su
finalidad propia, la definidamente religiosa, sin negarla, y a partir del amor
a todos los hombres que tiene por obligación y misión, encabece clara y
abiertamente la unidad de todo el pueblo ya que ningún otro está dispuesto a
hacerlo y es de vida o muerte? ¿Que pase de los claros y valientes discursos a
la acción comprometida?
ciporama@gmail.com
24-04-18
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