Por Jean Maninat
La discusión acerca de las
elecciones del 20 de mayo se ha centrado en su aspecto presidencial, dejando de
lado el hecho –nada desestimable– que también se eligen Consejos Legislativos
Estadales y Consejos Legislativos Municipales. Además de Presidente de la
República, se elige a quienes representarán a la ciudadanía en el eslabón de la
cadena institucional más cercano a esa entidad con la que tanto se hacen
gárgaras solemnes: el pueblo.
Uno de los logros más
importantes que tuvo la democracia venezolana –cuando todavía lo era– fue la
descentralización del Estado, que le dio voz y capacidad de decisión a las
regiones y abrió las compuertas para que surgieran nuevos líderes regionales y
municipales validados por sus votantes y con autonomía frente al poder central.
Caracas, perdía su condición geocéntrica en el universo político venezolano
frente a eso que despectivamente se denominaba “el interior del país”. Fue un
giro copernicano fundamental para el fortalecimiento y modernización de la
democracia.
La oposición democrática lo
tuvo claro cuando comenzó a trabajar con ahínco en las regiones –desde los
municipios, consejos regionales y gobernaciones– para contrastar su gestión,
allí donde había ganado, con la pésima labor del hipercentralizado gobierno
chavista. La prisa del “vete ya” todavía no se había apoderado de la política
democrática opositora y a partir de su labor en la gobernación de Miranda,
Henrique Capriles estuvo a un tris de ocupar la presidencia.
Vendría el luminoso momento de
diciembre de 2015, y luego el despeñadero al que condujo la ficción de que la
mayoría parlamentaria obtenida entonces constituía un claro mandato para salir
del gobierno, pero ¡ya! Aquellos polvos trajeron estos lodos movedizos en los
que mientras más se mueve, más se hunde la oposición democrática.
¿Qué se le ofrece a los
militantes y líderes en las regiones, a quienes tengan las ganas y la fuerza
suficiente para medirse electoralmente con los representantes locales de un
proyecto que defraudó –como ninguno– a los estados que en su momento tanto
lo apoyaron? ¿Hubo consultas con habitantes de pueblos y ciudades para calar si
querían o no votar por sus representantes más cercanos? ¿En manos de quienes
quedan, y a quienes recurrirán con sus quejas y exigencias –claro está, muy
menores para la épica declarativa actual– para mejorar su cotidianidad vital?
¿A ver?
El boicot electoral (estamos
tratando de ser políticamente correctos) dejará sin resguardo al reservorio de
cambio más importante que tenía la oposición democrática: las regiones, y
tomará años recuperar su atención. Quienes apoyaron a su candidato a gobernador
en Miranda o Zulia, por tan solo nombrar las perlas de la corona, ahora tampoco
tendrán la mano aliada y cercana de un concejal o diputado regional. La propia
orfandad.
Mientras quienes favorecen el
boicot electoral deslizan progresivamente sus argumentos hacia el socavamiento
de la candidatura y la persona de Henri Falcón, el país real, el de las
regiones, empieza a preguntarse si de verdad vale la pena el inmovilismo
electoral propiciado desde Caracas. Fuera de la capital, no todo es monte y
culebra.
27-04-18
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