Por Antonio Pérez Esclarín
Yo no quiero resignarme a
vivir en un país en el que todo aumenta descontroladamente de precios, menos la
vida humana que cada día vale menos. Lamentablemente, de lo único que en
Venezuela no hay inflación es del valor de la vida que incluso cada día baja de
precio hasta el punto que prácticamente no vale nada. Los precios de
numerosos productos están ya prácticamente dolarizados pero
seguimos recibiendo los salarios y sueldos en bolívares devaluados que no
alcanzan para nada. Para comprar un caucho o una batería, se requieren varios
meses o incluso años de salario. Los bonos que regala el presidente a los que
él quiere, no alcanzan ni para comprar un pollo o medio kilo de queso.
Con la pensión que recibo no puedo comprar cada mes ni la mitad de
las pastillas de valsartán que debo tomar todos los días.
Yo no quiero resignarme a
vivir en un país en el que el pranato y la delincuencia se han adueñado
de calles, parques, plazas; y ni siquiera las escuelas, los hospitales,
los autobuses, las iglesias, y las viviendas son lugares seguros.
Yo no quiero resignarme a
vivir en un país donde los continuos apagones y bajones nos hacen vivir en una
zozobra permanente, y acudimos al trabajo bravos y trasnochados, sin
haber descansado lo suficiente. Apagones y bajones que nos dañan y
destruyen los aparatos eléctricos, y no tenemos a quién reclamar ni cómo
repararlos. Hace unos días los apagones quemaron la unidad del aire de la sala
de mi casa y el técnico al que llamé me presupuestó el arreglo en sesenta y
ocho millones de bolívares. ¿Dónde voy a sacar yo ese dinero con el sueldo
miserable de profesor?
Yo no quiero resignarme a que
las escuelas y universidades se estén quedando vacías, sin
profesores, porque el sueldo no les alcanza ni para pagar el transporte y
huyen en desbandada en busca de otras oportunidades que les permitan al menos
comer y atender las necesidades del hogar; también cada día acuden menos
alumnos porque no tienen cómo ir a la escuela, no han comido y tampoco la
escuela les da de comer. El gobierno repite el cuento de que en Venezuela
tenemos educación gratuita y de calidad, sin reconocer que la calidad nunca ha
existido y que hoy incluso no tenemos ya ni siquiera educación.
Yo no quiero resignarme a
seguir escuchando impávido las acusaciones de corrupciones y robos
multimillonarios que se vienen haciendo los que están en el gobierno y los que
estuvieron y cayeron en desgracia. Algo verdaderamente vergonzoso que nos
evidencia la metástasis de ese cáncer espantoso que ha destruido el corazón
de la república y nos ha dejado a casi todos miserables.
Yo no quiero resignarme a ver
cómo el transporte público está siendo sustituido por camiones donde la gente
viaja como si fuera ganado.
Yo no quiero resignarme a ver
venezolanos que se alimentan de la basura, a madres que lloran impotentes
la muerte de sus hijos a los que no atendieron en los
hospitales porque carecían de lo más elemental.
Pero tampoco me voy a ir de mi
querida Venezuela, que hoy nos necesita más que nunca. Uno no abandona a
su madre, cuando está enferma. Seguiré trabajando cada vez con más tesón,
compromiso y pasión por salir de este gobierno antes de que termine de
destruirnos por completo.
25-04-18
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