Por Sergio Arancibia
Cuando muchos chilenos –en la
década del 70– nos vimos obligados a salir de nuestro país por persecución
política y/o por falta de oportunidades laborales encontramos en Venezuela
manos amigas que nos abrieron las puertas de su país y que nos brindaron la
oportunidad de rehacer nuestras vidas. Sabemos, por lo tanto, por experiencia
propia, de lo que estamos hablando cuando nos referimos a los dolores y las
alegrías de vivir en un país distinto a aquel donde nacimos y donde pasamos los
hermosos años de nuestra juventud. Sabemos también que tenemos con Venezuela y
con su pueblo una deuda personal y nacional que jamás podrá ser íntegramente
pagada. Estamos no solo agradecidos de Venezuela sino que podemos decir,
sin que nos quede nada por dentro, que la queremos entrañablemente.
Por ello, queremos compartir,
en forma quizás desordenada e incompleta, algunas reflexiones, que nacen de
nuestra experiencia, y que les pueden ser útiles a los miles de venezolanos que
hoy se encuentran en Chile.
En primer lugar, acepten que
viven ahora en un país diferente, que tiene otras costumbres y
tradiciones. Que no es, en la mayoría de los aspectos, mejor ni peor. Pero
es diferente. No vivan comparando. Si viven comparando lo que dejaron
atrás – que siempre será para ustedes parte de lo hermoso y de lo querido– con
el mundo que ahora los rodea, siempre esté último saldrá mal parado, y se les
desatará una tendencia natural a vivir en resistencia frente al medio. Eso
tendrá necesariamente consecuencias negativas. Por un lado, eso generará
anticuerpos contra ustedes en el medio local, pues parecerá que no encuentran
nada bueno en el país que los ha acogido. Además, si tienen hijos pequeños,
estos captarán esa actitud de los padres, la harán suya, y los conducirá a no
gozar como corresponde de los hermosos años de la infancia y de la
adolescencia.
Traten de valorar las cosas
buenas que tiene Chile, que no son pocas, y gócenlas. Sus paisajes; ciertas
actitudes solidarias de la gente, sobre todo de las más modesta; sus comidas;
sus instituciones. Incorporen todo o parte de aquello a vuestro inventario de
cosas buenas que la vida les ha ofrecido y expresen de alguna forma percibible
el placer de ello les provoca.
No renieguen de Venezuela.
Síganla queriendo por siempre. Su música, sus comidas, sus tradiciones, sus
alegrías, sus formas de procesar el amor o el dolor. Incorporen todo aquello en
un mix con las cosas buenas del medio local y sean expresión de una nueva
cultura que unifique y no que divida a nuestros pueblos.
Traten de ser buenos en lo que
hacen. Háganlo bien. Háganlo con cariño. Háganlo con los mayores niveles de
excelencia posibles. El medio local les abrirá posibilidades, pero para que
estas últimas se conviertan en realidades, se necesita una actitud muy activa
por parte de ustedes. En última instancia, están más solos y con menos apoyos
familiares y relacionales que en Venezuela y, por lo tanto, el camino puede
llegar a serles más pesado.
Apóyense los unos a los otros.
La solidaridad nacional no es una mala cosa. Les ayudará, sobre todo
inicialmente, a sobrevivir, no solo por su significación en lo material o
laboral, sino por todo lo que dice relación con el sobrellevar las rupturas que
implica el amor por lo que dejaron atrás y la inseguridad de lo que tienen por
delante.
Les deseo que les vaya bien.
Que les vaya tan bien, o mejor, que lo que nos fue a los chilenos que llegamos
a Venezuela en momentos dolorosos para nuestro país. Les deseo que rehagan sus
vidas, sus familias, su actividad laboral. Que se incorporen a la sociedad
chilena, con vuestro sello y vuestra alegría.
18-04-18
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